miércoles, 12 de febrero de 2020

Bajo a Madrid (Brindemos por lo que amamos)

Tengo una comida de periodicidad trimestral (algún trimestre caen dos) con dos buenas amigas del colegio a la que intento no faltar. Como fui la culpable de posponerla a última hora la semana pasada y la fijamos para ayer, con esa pereza propia de anciana que todavía no soy, pero que se intuye a marchas forzadas que va a ser de espanto, "bajé" a Madrid. Digo bien "bajo" porque vivo en la capital de provincia más alta de España. Así que yo bajo habitualmente, salvo que me vaya a los Pirineos o a alguna montaña. O coja un avión, claro.

Aprovecho el viaje para otros asuntos de trabajo y otras actividades que me encantan. Coincide que, de pura casualidad, Enrique García-Máiquez da una conferencia sobre Scruton organizada por Milenio. Dios es muy bueno y me pone siempre como a una burra zanahorias para que no me cueste tanto ese "bajar", el ruido -el ensordecedor ruido que hay en todas partes, salvo en mi casa, y que en Madrid es de espanto-  y esa sensación de cierto desamparo que tengo en una ciudad en la que viví feliz tantos años. Y la gente, tanta, que me agobia. Yo bien de a pocos, pero así, tantos juntos, me espanta... La otra zanahoria es que veo a mi prima que me tiene siempre preparada lo que llamamos "la chambre", una habitación ideal, con un pijamita y todo que me pone. Y me da de cenar estupendamente. Así no tengo que coger el tren por la noche y me quedo en su casa.

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Me llevo el libro de Armando Pego (ver aquí y más recientemente aquí)  "Memorias de un güelfo desterrado" porque necesito de esta hora larga, casi dos, de tren (y las de vuelta) para concentrarme. Es una de esas lecturas que (de nuevo), Dios me da con un mar de fondo que no podría ser, aparentemente, el menos adecuado en el viaje de ida: dos mastuerzos con los pies puestos, como se estila ahora, en el asiento de enfrente, uno a un lado del pasillo y otro al otro, hablan a voz en grito (dado que no están sentado juntos) y blasfeman a cada cuatro palabras.

El contraste entre lo que estoy leyendo, que necesita de toda mi atención, porque mi ignorancia es oceánica y Pego escribe tan bien, tan profundo y con tantas referencias, que pierdo el hilo como me despiste, y estos pobres chicos, que me dan una pena de espanto, ilumina estas memorias.  El mundo nuevo (¿nuevo?), ese que hemos creado o hemos permitido crear del que mis dos compañeros de viaje son exponentes avezados frente a ese monasterio sin monasterio cuyo valor se hace más grande.

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Comemos bien, esa es la verdad, pero bastante frugales, un plato y un postre. Y encima paga M(1). que saca presta y veloz un billete. Insiste en pagar. Me enfado conmigo misma por no haber sido más rápida. Y además me enfado (por dentro) porque confirmo que vamos a tener que cambiar de restaurante, se ha puesto caro.

Los hijos, los hijastros (en mi caso), cero política (benditas sean), Urueña en el horizonte con amapolas y cielo estrellado (les apetece, me alegro). Y que la otra M(2) -son dos M en este caso- quiere hacer la tesis (la animamos). Pero si voy a hacer la tesis a los 60, protesta. Nos da igual, nos hace mucha ilusión que la haga y estamos seguras que va a ser brillante. M(2) se puso a estudiar teología hace unos años, cumplidos los 50. Es muy normal, no tiene nada de rara.

Luego me voy andandito primero por Príncipe de Vergara, donde me quedo espantada de la invasión de cotorras de Kramer. Descubro a unos pobres gorriones todos en el mismo árbol porque las cotorras se han hecho con casi todo el arbolado. Cojo Serrano. Sigo adelante. No son horas de que ninguna iglesia esté abierta, pero lo está el Santuario de Schönstat, donde nunca he estado. Qué silencio y qué paz.

Sigo andando. Es temprano. Me voy a un Vips que hay al lado de mi primer trabajo (edificio Beatriz) porque los camareros del Vips son siempre de lo más amable. Me tomo un café. Luego bajo otra vez y veo una tienda de esas "temporales" de abrigos de piel. Fascinante. Y toda la "milla de oro", o sea, esas tiendas con chicas monísimas y guardas de seguridad que custodian hasta zapatos. Y pienso de nuevo que qué suerte tengo que me encanta el consumo (de otros) y los escaparates (la estética es muy agradable) y que me importa un bledo no tener un duro. Salvo cuando llego a la librería donde es la conferencia. Entonces descubro que sí me importa algo lo del dinero, que no estoy tan desprendida como pensaba.

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He llegado temprano porque quería saludar a Enrique y si hay mucha gente me azoro y además no quiero acapararlo. Somos 3 o 4. Me ofrece un palo cortado. Digo que no, así como primera respuesta. Pero luego que sí, claro. Está muy bueno, se llama Leonor, como su mujer. Qué rico está esto, madre. Qué amable Enrique. Me presenta a Gonzalo Altozano, al que le digo -muy oportuna- que me pongo sus podcast de La mesa de la cocina antes de dormir. Intento explicárselo, pero no estoy segura de haberlo logrado: no me voy a poner a FJLS, necesito alguien pausado, interesante, pero que no me ponga enfadada.

Llega más gente y me quedo pensando que conozco a esta señora tan bien peinada, pero no me acuerdo de su nombre (la conozco sólo de twitter), así que yo mejor callada. En esta ocasión -raro- me callo. Me siento bastante detrás, bebo el palo cortado, está estupendo. Soy la única señora con copa de toda la sala. Tengo enchufe con Enrique. No, la verdad es que he llegado temprano. Está bien llegar temprano.

Comienza la conferencia que es una gozada. Me río mucho, lo paso en grande.  Enrique es como escribe o habla como escribe: afable, amable, cercano, sin darse nunca ninguna importancia. Cuando sea mayor quiero ser como Enrique García-Máiquez.

Cuenta unas cosas preciosas de Scruton, emocionantes, muy divertidas, de cuando estuvo en en su casa un verano de "estudiante". Recuerdo lo que me dijo Vidal Arranz hace unos días, eso tan importante de explicar lo que amamos para explicar luego por qué lo vemos en peligro y por qué queremos protegerlo y cómo. Y eso otro que Scruton hace: sacar la parte de verdad y valor que hay en muchas cosas. Porque las hay.  Y cuenta Enrique que le achacan a Scruton ser muy inglés, demasiado inglés, que ama mucho a Inglaterra,  como si eso fuera óbice para que te gustase. Y entonces dice Enrique que es como si te dicen que quieres mucho a tu mujer. Pues qué bien que cada uno quiera a la suya mucho. La conferencia acaba con aplausos y pocas preguntas. Nos ha gustado.

A la salida veo a un hombre muy interesante. Entre tanta corbata y corrección conservadora  -azules urbanitas, verdes secos propios del campo, zapatos lustrosos, barbas cuidadas- un liberal siempre destaca. Hay un brillo especial en la mirada. Bueno, vale,  ya había visto al de las orejas de ratón por una pantalla. Le saludo afable y me alegro de conocerle porque lo de skype no es ver una cara. Y a mí me gusta ver a la gente de verdad. De a pocos, pero de verdad.

Ya metida en harina, y porque el palo cortado ese hace lo que hace, saludo igualmente afable a JM, que es amigo de toda la vida, y me presenta a M, que conozco de twitter, y a la que invito rápidamente a mi casa, porque, además de que me cae muy bien ya de antes, es de Jaén y a mí me gustan mucho Úbeda y Baeza y la sierra de Cazorla. Yo amo a España y en este momento estoy muy contenta y amo aún todavía más a mi patria.

Se acerca C, otra de twitter que hace tiempo quería conocer, y hablamos, muy maja, pero se va rápido, a lo mejor la he asustado. Todo está muy animado, pero yo tengo que irme ya. Se me ocurre comentar que hasta mi chambre en Sanchinarro me queda una hora de transporte público y M. me habla de Cabify. Presta y veloz me pide un Cabify (que luego descubro que ella paga, de gorra he andado todo el día). Devuelvo la copa, porque a todo esto sigo con la copa de fino de García-Máiquez en mi mano, aunque la acabé hace rato. Me voy pitando. El Cabify es estupendo y pienso si no se habrá conchabado M con el liberal de la sala, todo es posible en tiempos difíciles como estos, hasta que conservadores lleguen a entenderse con los liberales.

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Llego a Sanchinarro, me dan de cenar un redondo fantástico. Día completo. Creo que he honrado a Scruton tomándome el jerez. Y siendo invitada. Es que no han hecho más que invitarme todo el día, desde el libro de Pego, toda una invitación, hasta el redondo. Soy una conservadora agradecida, como no puede ser de otro modo, porque sé que he sido invitada a lo que otros hicieron y dejaron antes. Brindemos por lo que amamos.








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