“Marian soltó un suave quejido y se derrumbó. Se
quedo muy quieta después, ni sangre había. La miré rápido. Ahí estaba en el suelo, mi primera víctima,
¿o solo se había desmayado por el golpe? No lo comprobé. La botella de champán,
contundente como arma, había quedado intacta. Uf, menos mal. La quería para
despedir el año 2011 y darle la bienvenida al 2012”.
La chica me está mirando como si no creyera nada
de lo que le acabo de contar. Hay un silencio breve roto por dos preguntas que
me hace.
“Y entonces, ¿qué hiciste con ella?, ¿y cómo
saliste de allí? Porque el cadáver nunca se encontró. Ni rastro hay de Marian
hasta hoy… El cuerpo, Nuria, el cuerpo,
¿dónde pusiste el cuerpo de Marian Zapico del Real?, su cuerpo... ¿dónde está?”.
“Soy una mujer digamos que fuerte a la que
algunos diseñadores considerarían gorda. No mis amigas, por supuesto, que
siempre me dicen lo mucho que he adelgazado, y ahora más. Marian, en cambio, era
muy poca cosa, siempre a régimen permanente, aunque no estuviera ya en
televisión. Por eso la pude meter en su propio coche en los asientos de atrás,
no pesaba nada.
La tapé con una manta que llevaba en el maletero
y me puse su gorro y sus gafas de sol. Salí conduciendo haciéndome pasar por
ella. Los cristales oscuros del automóvil impedían que se viera bien
el interior. Me abrieron así las puertas del garaje de la radio. Creyeron que yo
era ella, que ella era yo.
Luego, una vez en la calle, tuve que pensar rápido,
scenario
managment lo llamaría mi hijo Santiago, el que vive en Estados
Unidos: Escenario 1, Marian está realmente
muerta: entonces ir a escenario 1.1.; Escenario 1.1, ¿Cómo me deshago del
cadáver?, ¿y qué hago con el coche después?; Escenario 2, Marian no está muerta: pasar a escenario 2.1.; Escenario 2.1, rematarla
sin falta y, tras resolver esto, pasar al 1.1.en directo.
Al final era verdad que iba a
necesitar algo de método, porque en el mejor de los casos yo estaba en el escenario
1.1. y sin saber qué hacer con el cuerpo de Marian ni con su coche …“.
Noto a la chica incómoda, sin la concentración con la que hasta el momento escribía. Se revuelve en su asiento sin parar. Debe de ser que le estoy metiendo un rollo de impresión, que me pierdo en lo que le cuento… Y es verdad.
Tengo un poco de lío en la cabeza, confusión. No
tengo nada claro qué pasó después, en la madrugada aquella del 28 de diciembre
de 2011. Pero, además, en este momento, es como si volviera a revivir, como si
fuera presente aquella huida fatal que estoy recordando… ¿o es presente quizá…?
¿Estaba hace un año o estoy ahora, 28 de
diciembre de 2012, un año después?
¿Ocurrió o es ahora cuando tiene lugar esa huida
singular?
Me noto a mi misma en el coche de Marian cuando
se lo cuento a esta mujer en esta sala, que no sé bien ni dónde estoy.
La luz que tanto me molestaba me vuelve a cegar,
siento sed, frío y calor. Y me parece que hay alguien más aquí, una presencia distinta
a la de la chica que se empieza a desvanecer. Ni sé quién era ella ni sé quién
más está aquí. Cierro los ojos, mejor así.
Veo entonces en el salpicadero del automóvil de
Marian la señal de reserva de gasolina. Seguro que puedo tirar con la que hay.
Estos coches buenos dan mucho de sí. Así que cojo la M30 al salir de la emisora
y como una autómata conduzco sin rumbo fijo, sin pensar, horas, alrededor
de Madrid, la M40, la M50, no sé cuántas, sin parar.
Está amaneciendo y acabo por entrar a la carretera
de Colmenar Viejo, la 607, camino a Navacerrada voy en pleno invierno. ¡Como
para tener que poner las cadenas de un coche que no es el mío y con
un cadáver o una mujer medio muerta dentro! Afortunadamente no parece haber
nieve en esta Navidad que tan suave está siendo en Madrid. Cayó una helada esta
noche, eso sí.
Comienzo a sentir una tranquilidad cada vez
mayor, siempre me relajó conducir. Ni rastro de angustia o preocupación
por lo que acaba de pasar. La sed que tenía, el frío y el calor se me van. Es
como si entrara en otra dimensión.
Ni siquiera me molesta el móvil de Marian que suena
por algún lugar del coche. Porque el mío no es, desde luego que no. Es un tono
nada habitual, un pitido insólito para un teléfono. ¿Es su móvil ese sonido
constante, cada vez más largo? Bip-bip, bip-bip, bip-bip, biip, biip, biiiip,
biiiip, biiiiiip
“Vamos a ver Nuria, lo del cuerpo ¿qué hiciste
con él?, ¿dónde lo pusiste? ... El cuerpo, Nuria, el cuerpo, el cuerpo de
Marian ¿dónde está?“.
La chica que toma notas a mi lado ha
desaparecido, es como si me interrogase alguien más. Hay otro hombre en la
habitación, tiene cara de inspector y de pocos amigos además. Me está agobiando
tan cerca, qué pesado. Ahora tengo de nuevo frío y mucho calor, ya ni sé, y sigo
sin soportar la luz esta cenital que hay. Además no llego a recordar lo del cuerpo
en este momento, si está muerta Marian o la tuve que rematar luego… ¿Y qué hice
al final con ella, con su cuerpo, qué hice yo…?
El coche, sólo el coche de Marian. Yo en el
coche y la carretera, nada más. El coche y yo.
El teléfono comienza de nuevo a sonar con
pitidos más largos y seguidos, más.
Que suene, ni me molesta. Bip-bip, bip-bip, bip-bip, biip, biip, biiiip,
biiiip, biiiiiip.
Y es que en este momento sólo tengo conciencia de
la formidable sensación de conducir un Jaguar verde. Porque eso era, eso es, el coche de la
Zapico: un auténtico Jaguar en un verde inglés exquisito, una auténtica preciosidad. Y con
esta sensación el frío y el calor, la sed, quedan detrás.
No me había dado ni cuenta de lo que en el
garaje por los nervios y las prisas al matar. Caigo
más adelante, cuando llevo conduciendo toda la noche, con este sol ya
espléndido de la mañana del 28 de diciembre, a la altura del Parque Natural de
la Cuenca Alta del Manzanares.
"¡No
me lo puedo creer!, ¡tengo todo un Jaguar entre las
manos!"
Un pedazo de Jaguar conmigo
dentro se desliza por la carretera casi desierta, pasando él y yo de
radares y controles de velocidad.
Sé que estoy hecha para la vida en general y la
buena vida en particular. Veo la botella de la Veuve Clicquot en el asiento delantero del Jaguar como una evidencia palpable de que me gusta vivir
bien. Y eso también es conducir este coche: una experiencia impresionante
sin la cual no se debería ir nadie al otro barrio.
Las manos en el volante,
levantándolas cada vez más, dejándome llevar por el Jaguar que parece saber dónde vamos, confiada ya. No hay
nada más que hacer a punto de acabar este año, en una dirección que yo no
decido, ¿qué más da?, con el cuerpo de Marian Zapico del Real vivo o muerto detrás,
y el pitido ese de fondo.
Anda que no hay diversión: el Jaguar y yo, yo y el Jaguar,
fundidos, uno solo ya, velocidad y comunión perfecta, él parte de mí, una
extensión natural de mis brazos y piernas avanzando hasta el final, yo también maquinaria
y carrocería perfecta, elegancia, clase y estabilidad.
Han tenido que pasar cincuenta y pocos años para
caer en ello: yo no me merezco nada menos que esto, y de ninguna manera voy a
tener menos ya.
¿Cómo he podido conducir antes coches que no
fueran este impecable Jaguar verde?
Incomprensible: ahora sé lo que es conducir de verdad. Lo demás es otra cosa
que se le puede parecer algo, pero que no llega a ser lo que con
propiedad se llama conducir. Conducir es conducir siempre un Jaguar verde
inglés y nada más. Ligera, ni mi peso noto, ni el roce de la carretera; rápida,
a la DGT que le den, y al carnet por puntos también. En ese momento soy realmente
mortal. Sé que lo soy en plena velocidad, hacia arriba y sin parar.
“Nuria, venga, no te vayas por las ramas, no te vayas,
no… ¿Qué hiciste con el cuerpo?... ¿Lo vas a contar o qué? “.
Una voz me insiste a lo lejos. El bip del móvil
de Marian o quien sea al fondo, un pitido ya constante en mis oídos, nada
molesto, simplemente está. Biiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip
Sigo con el Jaguar. No me quiero bajar. Y voy
hacia la montaña que se ve al final. No tengo miedo. Me gusta la velocidad y dejarme
llevar.
Cuento de Navidad por entregas en este blog, cada día (salvo uno) un capítulo, hasta el 6 de enero.
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