El metro de mi madre
Estuve a punto de tirarlo al punto limpio, andábamos mi
hermano y yo tirando las cosas de la casa de mi madre. Vaciar la casa materna
es algo muy duro. Y además bastante laborioso, hay que dividir y separar: lo
tuyo, lo mío, lo suyo, lo de ellos, lo nuestro, lo que queremos dar, vender, tirar.
En el punto limpio te encuentras una curiosa taxonomía del mundo: muebles, metales,
plásticos, electrónicos, envases, dvds, radiografías. Hay categorías claras,
pero otras son complicadas. Está claro que es un plástico, aunque hay plásticos
duros y blandos. Pero ¿y un enser? ¿Qué rayos es un enser?
Es una cinta de metro, como tantas, amarilla, de costura, 150 centímetros enrollados como una serpiente. Iba a tirarla junto a 200 cosas más: trapos, agujas, retales, ceniceros, cerámicas, cestos, macetas, apliques, cacharros. ¿Qué es un cacharro? ¿Alguien sabe qué es un cacharro?
Es increíble lo mucho que tenemos y lo poco que sabemos de
las cosas que nos rodean. Cuando llega la hora de colocarlas en su sitio, de
clasificarlas, qué es la operación básica de todo hombre de conocimiento, de
todos los coleccionistas y naturalistas desde Noé hasta la fecha, nos asaltan
las dudas. Sólo sabemos que a los muertos se los entierra en los cementerios y
que las pilas van a un contenedor específico.
Mi madre murió hace casi dos años. Mirada azul, manos
temblorosas, cabeza erguida. Mujer de
altos vuelos y pocas palabras. Me alegro de haber tenido reflejos para salvar
su cinta de metro. L a recuerdo utilizándola con su dedal y las agujas,
haciendo algún jersey o metiendo algún pantalón para alguno de nosotros. Y su
máquina de coser, ¿dónde estará? Debió dársela a alguien en vida, no estaba en
la casa. No es fácil decidir si conservar o tirar las cosas, aunque lo más
común es perderlas, esta es la certeza más segura. Tampoco es fácil clasificarlas
ni medirlas. Asignarles su verdadero tamaño, proporcionarlas, cortarlas por donde
hay que hacerlo, plegarlas y coserlas, darles su caída exacta para que se
ajusten al cuerpo.
Quizás conservando el metro de mi madre pueda retener algo
de su antigua sabiduría, de su saber estar, de su saber medir y colocar la
palabra precisa en el momento justo, la sonrisa cómplice, la mirada generosa
sobre el cielo de esta mañana.
Juan Pimentel, 2 de mayo 2012
Aurora, en ese metro retienes cosas que ya son, de hecho, tuyas.
ResponderEliminarHe sentido un pinchazo de emoción al ver las fotos.
Esa casa de tu madre, esa casa tuya que has hecho de tanta gente... pero también estará muy por encima del luggar concreto: "Corazón de casa", llamaba Neruda en un poema a una de sus amadas.
Muchas gracias, Olga. Lo más duro para mí fueron los libros, 2 días casi vaciando la biblioteca (gracias a Mercedes y Rafa de la librería el Rincón Escrito de Urueña).
ResponderEliminarEspero que ayer lo pasaras genial, me acordé de ti mucho, te mandé un sms. Ya sabes que no podía ir materialmente, pero me hubiera encantado compartir contigo esa alegría de un nuevo libro. Lo ya dicho: os esperamos. Chuletón, muralla y paseo.
Me ha traído a la memoria cuando tuve que buscarle una residencia a mi tío soltero octogenario (hacia 2003) y entregar al casero la casa que habían ocupado mis abuelos desde principios de los 30.
ResponderEliminarImposible revisar todo. Rescaté cientos de fotos de familiares, la mayoría de ellos inidentificables, cámaras de fotos de principios del XX, un proyector de cine Paté Baby, unos esquís de madera, planchas de las de calentar al fuego, libros, un DRAE firmado del bisabuelo académico y que pasaba desapercibido forrado con papel de periódico, algunos legajos de manuscritos en árabe de contenido indescifrable...
Tuve que dejar una pianola por no encontrar a nadie interesado en ella. Sorprendentemente, parecía estar operativa, cuando de pequeños siempre nos dijeron que no se podía levantar la tapa del teclado porque se les había caído la llave al estanque del Retiro. Sí salvé algunos rollos de música de papel perforado. También hube de dejar maletas y baúles de cuero con pinta de haber hecho el Transiberiano.
También quedaron todos los muebles, ya sin valor (una tía mía se había ido encargando de sacar todo lo de valor a lo largo de los años), abundante ropa negra, etc.
Lo más pintoresco, cerca de un metro cúbico de lana de oveja para colchones.
La verdad es que por la premura y la incapacidad de salvar todo lo que me habría gustado, fue un proceso que me resultó bastante triste.
Ahora tengo en el trastero montones de cajas esperando que algún día me decida a examinarlas. Cuando
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarCuando me jubile, quería decir.
ResponderEliminarComo para vosotros, las interminables horas que pasé allí fueron un generador de nostalgia devastador.
Y luego, la casa en sí: recordar cómo todos los años íbamos la tarde de Reyes a recoger los regalos pedidos por los abuelos, o las abundantes anécdotas que nos contaban: cómo se casaron en secreto en una de las habitaciones unos tíos míos durante la guerra (con cura), o cómo ante el horror de mi abuela hacían prácticas de tiro en el interminable pasillo mi padre y mis tíos, casi adolescentes.
Pelapollos, me ha gustado mucho tu comentario lleno de recuerdos, divertidos algunos. Da para muchos cuentos y relatos la historia de los objetos que ya no existen, de lo viejo, de lo que es antiguo... También de lo que no sabemos siquiera de quién era, para qué se utilizaba.
ResponderEliminarLas mudanzas y vaciados enseñan algo: ya puedes juntar lo que quieras en vida... que luego todo se dispersa, se divide o desaparece. La unidad que una vida dio a los objetos aunque estuvieran guardados acaba con la muerte. Vaciar una casa es enterrar a tus padres de nuevo, a tu hermana.
En todo caso para desdramatizar... me he acordado de esto que te pongo abajo. Se lo oí recitar a Luis del Val y ahora lo he encontrado en RTVE, es de Gabriel y Galán.
http://blog.rtve.es/historiaderne/2012/03/dieciocho-el-desahucio.html
Te quedas pensando y sabes perfectamente que un embargo, un deshaucio, fue y es, desgraciadamente, un drama.
Vaciar una casa familiar por una venta echando de menos a quienes no están es, con todo, secundario ante la que está cayendo.
Yo me acuerdo de vuestra casa en FS y la de Almagro perfectamente.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarQuerida Aurora, no creas que porque no te comente tus entradas no sigo siendo un fiel y leal seguidor. Por pura casualidad, creo, ayer apareció en mi casa un cencerro que mi padre guardaba desde que era un crío. Nunca me habló de este artilugio pero estoy seguro que lo conservaba como recuerdo de aquellos años tan duros de su infancia y recordarnos a todos lo que le costó conseguir lo poquito que consigió. Mi mujer lo ha colocado junto a unos binoculares de teatro de su bisabuela. Curiosa situación: el refinamiento más exquisito junto con el campo puro y duro. En fin, nuestros recuerdos
ResponderEliminarUn saludo para el invitado y en Sevilla 28º y subiendo (que te créias ¿que no te informaría de la meteorología?
La casa de Almagro... otra fuente de melancolía.
ResponderEliminarEso que tú conoces era simplemente el "patio principal" con las habitaciones nobles alrededor. De pequeños estaba a continuación el "patio de la higuera" con la cocina, despensas, excusados y habitaciones del servicio, y el "corral de los almendros" con su gallinero. Y además graneros, cuartos de aperos, etc.
Imagina ahora todo eso multiplicado por dos: la casa de mi abuela comunicaba por detrás con la de mi abuelo, de idéntica estructura sólo que el "corral de los almendros" era "el corral de los gañanes", con la cuadra y cocheras para los tractores. En el punto de unión, el que dicen fue el primer molino mecánico de aceite de La Mancha y los grandes depósitos de aceite.
Puedes imaginarte lo que era todo ese espacio para unos niños. Sólo salíamos de la casa para montar en bici, pasear por la plaza o ir a la alberca de unos amigos a bañarnos.
Cuando murió mi abuela, todo se dividió.
Me da una pena enorme que mis hijos no puedan conocer eso.
Me ha entristecido ver las fotos, Aurora. Cuando visité tu casa le hice una foto a tu biblioteca familiar, pues me gustó mucho su selección de títulos y su aire austero y recogido, que invitaba a entresacar de ella los tomos de amasada sabiduría y arte. El tiempo parecía haberles dado una pátina añadida de valor.
ResponderEliminarPero la vida es cambio, y nos arrastra aunque no queramos.
Un beso muy fuerte, Aurora.
Naranjito, gracias por tu lectura y tu comentario. Qué bonita la mezcla del cencerro y los binoculares. Anda que no se pasó hambre. Por eso lo de la crisis siendo grave es relativo, de ninguna manera vivimos peor que nuestros antepasados.
ResponderEliminarMe alegro de que sigas siendo corresponsal. Os tengo envidia por febrero y marzo, cuando aquí hace un frío que pela y vosotros estáis paseando, pero a partir de mayo se me quita y no vuelve hasta el invierno.
Escríbelo, Pelapollos, escríbelo y dibújalo si puedes, haz como esos cuadernos de viaje pero al pasado con fotos, dibujos, texto...
ResponderEliminarUn abrazo y gracias de nuevo, son my bonitos los recuerdos de las casas, las cosas, etc.
JM, tú también has hecho mudanzas, ¿no? Hasta que hagamos la definitiva y ya no tengamos que movernos más, no me extraña que le llamen el descanso eterno, chico, la idea de no tener que llevarse al otro barrio nada anima, al menos te vas con lo puesto y sin abrir ni cerrar cajas.
ResponderEliminarEn todo caso he guardado algunos libros de mi padre, "Literatura y cristianismo" de Charles Moeller, una obra fantástica de 6 volúmenes que acabo de sacar de su caja, una gozada. TE la guardo si no la conoces, cuando vayamos a C. te la dejo, es una maravilla.
He hecho dos mudanzas querida Aurora. Espero verte algún día por aquí, y te agradezco mucho lo del libro.
ResponderEliminarHasta pronto.
Por cierto, como concesión al sentimentalismo y desde que tengo cámara digital (en mi caso, desde 1999), siempre hago exhaustivos reportajes gráficos de las casas que abandono.
ResponderEliminarHay cosas que definen a las personas, cosas que tienen su imagen, su impronta y la mayoría de las veces son cosas pequeñas, sin importancia pero que yo creo que han logrado captar la esencia de sus dueños.
ResponderEliminarSaludos
Aurora, te leí hace un par de días y hasta hoy no te he podido contestar. yo también pasé por un trance parecido y sé lo duro que es tirar cosas o guardar "metros" como si fuéramos Diógenes. Como si conservar estos objetos nos permitiera recuperar el tiempo pasado.
ResponderEliminarJM, estoy leyendo a Jimenez Lozano y no hago más que pensar en ti, en Ridao (JM) -creo que le gustaría mucho-, Jose P., en muchísimas personas "del sur" -o que están en Andalucía- a quienes les encantaría.
ResponderEliminarPelapollos, oye, que lo de ser sentimental no es ser sentimentalista, hombre. "La memoria de las casas", mira, un título para tus reportajes. Un abrazo.
Dolega, es cierto, mi hermano ha reflejado lo que era mi madre, entre otras muchas cosas, un sentido de la justicia muy ... ajustado. Y generoso a la vez. Lo ha escrito muy ... ajustado también, medido, en fin, muy "nuestra madre".
Alonso, muchas gracias por tu lectura y comentario. Hizo bien mi hermano -que es quien escribe- conservando el metro, un detalle de finura. Unas veces puedes conservar, que no "guardar" -conservar, que es verbo denostado por el adjetivo "conservador" a mí me encanta- , otras tienes que "deshacerte", qué horror de verbo, de objetos por razones diversas (desprenderse, separarse... ). En fin, se hace lo que se puede en ambos casos.