Pero ahora, Karen, estamos en esta casa del pueblo de mi abuelo, el primer Eladio, donde no paso ni tres días al año, no tengo tiempo. Son muchas las obligaciones, la responsabilidad y el trabajo. El ojo del amo engorda el ganado, que decía mi padre. Así que cuando hay bonanza, porque hay bonanza, y hay que aprovechar el viento. Y cuando vienen mal dadas, como ahora, tampoco puedo faltar... Todo es muy inestable en estos momentos, puede desaparecer en un instante, esfumarse para siempre. Y tengo que ser yo quien esté ahí presente, reuniones constantes, llamadas, viajes... no puedo bajar la guardia ni un momento.
Por eso, yo, cuando llego a esta casa, duermo siempre en este cuarto y con esta foto en la mesilla, ¿sabes?, la de mi abuelo con las mantas... Y lo hago en la cama que he colocado justo en este ángulo. He calculado que es el lugar donde dormiría el primer Eladio, entonces sin ventanas ni ventilación, sin colchón siquiera, en el suelo encima de una manta, el calor de los animales subiendo y él tiritando de frío arrebujado, al olor de las ovejas.
Entonces pienso en todo lo que ha logrado esta familia con solo tres Eladios, Karen, como quiero que tú hagas... Y vuelvo a ver aquel establo: el agua que no faltara en los abrevaderos, protegidas las ovejas en la noche, saliendo luego por el día con el primer Eladio para volver a recogerse, él agotado y ellas obedientes y también muy cansadas, amansadas por la fatiga de estar todo el día fuera. Dentro todas, ni una sola podía faltar al contarlas, le iba la vida en ello a mi abuelo...
También recuerdo a mi padre echando abajo furioso las piedras y el tejado de aquel primer establo. Había que hacerlo todo nuevo, instalar agua corriente, electricidad, calefacción y cuartos de baño. El segundo Eladio creía que acababa así con algo, y edificaba lo que yo luego modifiqué de nuevo, porque el gusto de mi padre no era el mío, como tampoco las circunstancias que cambian ¿sabes, Karen? Ya te está entrando sueño, te voy a dejar en la cama, aquí a mi lado, reina, así, dormidita... qué guapa eres...
Por último me veo a mi mismo, el tercer Eladio, joven todavía, porque no he cumplido los cincuenta, y casarme con una mujer a la que llevo dos décadas, y tener una hija que no llega a los cinco, parece que te quita años, una ilusión que me he hecho... Ya te digo que soy más tonto que mi padre, mucho más tonto con diferencia...
Me veo, Karen, y estoy en una ciudad fría, gris y ordenada, donde los negocios parece que están al salvo, otra ilusión que nos hacemos, ¿sabes?. Estoy sentado en un consejo de administración, el único español en la mesa, orgullo de mi padre si él pudiera tener consciencia, una pena que esté ya acabado... Y de mi abuelo si me viera. No de mi mujer ni de mi hijo mayor, que me echan silenciosamente en cara mi dedicación al trabajo. Quieren el resultado, pero no el esfuerzo, y viven su vida aparte, ajenos e indiferentes, they take all this for granted...
Por eso guardo esta foto en este cuarto de esta casa, al lado de mi cama, es lo primero que veo y lo último cuando me acuesto. Quizás por esa razón en las noches que paso aquí hay un sueño que me ronda, una pesadilla que no recuerdo casi, solo la angustia que me entra cuando despierto, todo sudado...
Escúchame, Karen, justo ahora no te me duermas, porque es un sueño muy raro. Estoy en el establo aquel que destruyó mi padre, sigue en pie, las cuatro tablas aquellas. Fuera hay unas ovejas diferentes a las que por aquí se daban... Son más lanudas o con la lana más ensortijada, más abundante o espesa, más limpias y blancas parecen... Inquietas balan al raso, llaman a mi abuelo hasta que el primer Eladio aparece, les abre la puerta y y con una vara les va metiendo una a una dentro. Allí esas ovejas se mezclan con las suyas, las de pelo ralo, las flacas y feas... Después no sé que ocurre, solo que me levanto angustiado con la imagen de esas ovejas de ojos un poco más grandes, con orejas ligeramente más lacias y una lana que parece mejor, más sedosa, más buena, pero tan temerosas como el resto, igual de cobardes, todas apelotonadas para que las cobijen en el establo donde hay comida, sueño y agua, con mucho miedo porque ya probaron la oscuridad y el frío del invierno y no hay lana que las proteja. Y sólo se sienten seguras como el resto del ganado: guardadas en un establo, en el establo de mi abuelo.
Ya en la primera edición me pareció inquietante, inquietante, inquietante, pura inducción a la pesadilla...
ResponderEliminarAparte de eso... pero qué bien escribe usted, caramba!
Fraile por libre o proscrito ;-), gracias por su lectura y su ánimo, ¿qué tal va la cosa por allí?
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