sábado, 21 de agosto de 2010

Un pollo en el cuarto de baño y otras historias con animales (2) (Mamá, quiero un perro...)


Siempre quise tener un perro, tenía auténtica pasión. El caso es que no había manera. “Perro, no” decía mi madre. Y aunque “no” era “no”, intenté un par de veces saltarme la prohibición. Un día estaba mi madre de viaje y aproveché. Había un perro que nadie quería en La Remonta, el sitio donde aprendimos a montar a caballo, un cachorro de chucho recién nacido. “¿Pero tu madre lo sabe?” Naturalmente mentí.

Metí el cachorrito, medio ciego, sin destetar casi, en el hueco del radiador de mi habitación, de camita un calcetín, le di el biberón. Tras el visillo apenas se veía y no siempre entraba alguien mientras yo estaba fuera. Así pasaron un día o dos. El caso es que mi madre llamó por teléfono, “¿Qué tal vais?” Lo mejor cuando has hecho algo malo es hacerles creer que has hecho algo terrible, peor, así, cuando se enteran de la verdad, la reprimenda suele ser menor por el alivio que sienten. “Ay, mamá, he hecho algo horroroso… “ “Pero... horroroso... ¿cómo qué?” "No te lo puedo contar por teléfono, es mejor cuando vengas..." Mi madre preguntó a Francisca, todo iba bien, sería alguna tontería mía. Tontería mía, ya. Llego mi madre y le enseñé mi tesoro, babeando él y yo. “Mira, mamá, ¿a que es muy mono?... y además no tiene mamá…” “¿Pero no te he dicho mil veces que no?” El caso es que mi táctica funcionó, me dejó quedármelo… hasta que ya no se pudo más. Fue otro animal que vivió en el cuarto de baño, éste de la casa nueva, y rompió hasta el retrete. Lo tuvimos que dar porque no lo podía educar yo.

Después ya no hubo más perros por una buena temporada. Se lo pedía a los Reyes, pero no. Así que me limitaba a mirar los anuncios por palabras del ABC donde había una sección de perros, recortaba algunos y los guardaba con la esperanza de que un día me dejarían tenerlo y así tendría dónde llamar. A mi padre también le encantaban los perros, creo que lo heredé de él. Veía un can y lo chistaba y el perro se acercaba con afecto súbito por aquel señor sonriente y afable que emanaba algo que el animal identificaba inmediatamente como amistad.

Fallecido mi padre, que no pudo disfrutar como yo de un perro en casa, tuve a Pepa, mezcla de collie y pastor, mi madre ya cedió cuando cumplí los 40, debió de pensar que había sido muy fiel a mi ilusión para seguir diciéndome que no. Pepa vivió cinco años, la cogí ya mayor de la protectora, convivió con mi hermana Luisa, Síndrome de Down, en una curiosa relación mitad nos ignoramos, mitad peleamos por el sitio en el coche. Eso sí, era llegar al colegio de Luisa y todos sus compañeros corrían tras ella, les encantaba. Luego Pepa murió cinco años después de morir Luisa y volví a repetir la misma operación, me traje a Olimpia del mismo lugar. Ella es mi actual compañera perruna y hasta escribe en esta bitácora.

En medio ha habido otro par acogimientos temporales, más que adopciones, de perros que me voy encontrando, escapados de sus casas, abandonados, qué se yo. Vienen a mi encuentro. Prometo por la memoria de mi madre, de mi padre y de mi hermana, que no soy yo, que no hago nada, es que salgo a la calle y ahí están. Lo de Tana es historia aparte que ya se contó en este blog, ahora está viviendo con Alejandro y es profesora de buena educación perruna, las vueltas que da la vida. Pero esa era y es una señorita de la alta sociedad, no una chucha abandonada y mayor, que al final son las que a mí me gustan más. Donde este un buen perro o perra de cierta edad, que no haya que educar, con un pasado triste y duro para olvidar, y que está contigo tan contento, que se quiten los demás.














5 comentarios:

  1. Muy bonitas las fotos, Aurora, sé lo que sientes, porque a mí se me parte el corazón cuando veo un perr@ abándonado, la diferencia está en que yo no lo puedo recoger;1º porque tengo una casa no muy grande y con un pequeño patio.
    2º porque no tendría tiempo de cuidarlo como es debido. Y
    3º porque tengo un marido más intransingente que tu madre.
    Aún así, de soltera, conseguí tener algunos por los que sufrí mucho y, la verdad....tampoco tengo ganas de sufrimientos "gratuitos", ¡qué bastantes me trae la vida cotidiana!.Saludos.

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  2. Otra interesante entrada: Tana y Olimpia como ejemplos de los resultados en un caso de una educación determinada, y en el otro de la perra dejada de la mano de Dios, pero más dócil y amable. Todo lo que dices da mucho que pensar haciendo un símil con los humanos.

    Un abrazo.

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  3. Lo del tiempo es fundamental, es cierto, lo del espacio depende del perro. Lo del marido pues es lo que es, aunque conozco a algunos (y más a algunas) que han cedido y luego han estado más contentos con el perro que el que se empeñó.

    Eso sí, los perros mueren antes que nosotros y es una faena. A Olimpia no le queda más de un año, calculo yo. Así que la mimo todo lo que puedo. Cuando quieras te la dejo ;-) un ratito o unos días... se acomoda a cualquier sitio, es cariñosa hasta la extenuación, pide mimos todo el tiempo...

    Montse, me gustaría decir otra cosa, pero Tana fue MI fracaso, no el de ella. No sirvo para educar perros, tienen que venir educados, ser adultos, soy un desastre, no tengo carácter, no sé hacerlo. Alejando Schifferstein, su actual dueño, lo hizo -lo hace- fenomenal, y con ella ¡es entrenador de perros difíciles! O sea, el problema era mío, no de la perra boxer, inquieta, cachorra... pero "educable" en las manos adecuadas... Olimpia es que ya vino con el bachillerato hecho y pidiendo afecto, ahí si que puedo... Gracias por leer y comentar, un abrazo fuerte.

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  4. Preciosas fotografias!!me ha encantado veros tan guapas!!
    Besos

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  5. Las perras, dirás, porque lo que es yo... estoy en plan "son vacaciones y mi pinta me importa un c..." Un abrazo fuerte, Maripaz...

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