lunes, 16 de agosto de 2010
Paco aparece en escena (y no se muere a pesar de sus hermanos)
Mi hermano Paco, el tercero, es el único que se parece a mi madre físicamente, a los Igea, más bien Laporta, rubio y de ojos azules. Cuando comienza a andar parece un pequeño Rompetechos de cabezón y terco que es, aunque las gasas y el pañal que entonces lleva le hacen contrapeso físico, no mental. Decía mi madre que es a quien más cachetes dio por eso de que le quedaba a la altura de la mano. Paco estuvo mucho tiempo sentado en el poyo de la cocina mirando cómo mi madre hacía croquetas. Eran milagrosas, no se rompían a pesar de lo blandita que era la masa, y le salían pequeñas, todas iguales, perfectas. Paco aprendió a cocinar así, le decía las medidas a mi madre con su medio lengua. Desde entonces guarda el sentido de la exactitud y de la precisión.
Paco tiene de pequeño, entre el año y los 24 meses, me parece, unos ataques como de rabia que se pone primero amarillo, luego naranja, rojo y finalmente morado. No le arranca el llanto y se ahoga, hay que hacer algo, darle un cachete para que reaccione, respire y no se muera.
El caso es que a mi hermano Juan y a mi nos hace mucha gracia verle así, cómo va cambiando el que todavía es un bebé de color y esperamos un poco a llamar a alguien, que es lo que nos han dicho que tenemos que hacer inmediatamente. Cuando ya estamos viendo que se pone muy rojo, casi morado, y le hemos observado lo suficiente muertos de risa los dos, entonces corremos a pedir auxilio nerviosos, unos hipócritas completos. Pero antes nos lo hemos pasado genial viendo a Paco cambiando de color, furioso, sin poder llorar y a punto de ahogarse, qué bestias.
Luego Paco no se acuerda de esto afortunadamente, o lo perdona, no se sabe bien, falta confirmar con el interesado. Se hace muy amigo de Juan y van en panda cuando crecen. Yo soy chica, la mayor, y juego menos con ellos. No porque no me interesen los soldados, las construcciones o los vaqueros. Simplemente me entretengo por mi cuenta, aunque a veces también lo hago con ellos, pero me atrae más el mundo de los mayores, sus cosas y sus secretos, que el de los niños. No me gusta nada que nos manden a jugar a otro lado como hacen a veces, horas y horas, se me hace eterno. De pequeña prefiero estar con mi madre cerca y no perderla de vista mucho tiempo, la echo siempre de menos.
Hemos sido crueles con los hermanos y hermanas pequeños. Je je je. Lo malo es que de grandes algunos, o mejor algunas, se ha vengado. Lo digo por mi hermana "que nos la encontramos debajo de un puente".
ResponderEliminarNarnajito, gracias, los niños idílicos no existen. Mis hermanos jugaban a Fumanchú... que consistía en entrar a saco en mi cuarto y dejarlo todo tirado, como si hubieran pasado los hunos... Luego, sin su ayuda ni imaginación o coartada, yo lo practiqué bastante en la adolescencia para desgracia de mi madre, ordenadísima ;-)
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