viernes, 20 de noviembre de 2009
Aquellos internados, Guillermo y los proscritos
Muchas niñas de mi generación, las que lo éramos en los años 60 y 70, adorábamos a Enid Blyton tanto en la colección de Los Cinco o la de Los Siete Secretos como en la de los internados, Torres de Malory o Santa Clara.
Aunque todo ello nos quedaba lejos (¿qué era eso del jengibre?, ¿y el cobertizo? muchos nombres extraños...) lo cierto es que devorábamos los libros hasta los doce años, más o menos. Luego ya pasábamos a palabras mayores u otras palabras.
Supongo que hay algo en los libros de Enid que atrapaba. Lo de resolver misterios era estupendo, y también lo de tener los padres un poco lejos, incluso aunque les necesitaras mucho. Se sentía como una secreta esperanza y, a la vez, temida, algo extraño: os quiero, pero ¿cómo sería mi vida de niña independiente y sin vosotros tan cerca? Eso era un internado, algo terrible que no querrías pensar ni en broma, que te horrorizaba, y a la vez algo que te atraía como un imán. Como trabajar en un circo o que te raptaran los gitanos. Coexistía el miedo con la fascinación en el fondo del corazón de liarse la manta a la cabeza e irse a ver mundo con unos o con otros para volver después y contar lo que habías visto y vivido.
Luego estaban los libros de Guillermo que mi padre nos los tenía algo racionados. Pensaba que Guillermo nos daba ideas ... malas, medio en serio medio en broma ... "Ya está bien de Guillermo, ahora otro..."
Y era verdad. Guillermo sí era demoledor. Richmal Crompton no era una solterona inglesa tímida, sobre ella y otras leí el año pasado Ellas solas, que me apasionó (justo lo contrario a ese otro "Solas" totalmente infumable de Carmen Alborch, un verdadero horror de libro y "tesis", un espanto.)
Richmal fue de esa generación de mujeres que se quedaron solas al morir sus coetaneos en la primera guerra mundial y que tantas cosas hicieron, vidas siempre interesantes y llenas, productivas, para otras el victimismo y la queja, la autocompasión que no lleva a ninguna parte.
Tenía la Señorita Crompton mucha gracia y pintó un personaje tronchante que se reía de su hermana eternamente en babia y de su hermano, un pollo bien inglés y, de paso, del resto de ese pequeño mundo burgués británico donde lo único de valor que se podía ser era eso: proscrito. Guillermo y los proscritos.
Ser proscrito era algo así como ser gamberro, que era lo que mi hermano pequeño quería ser de mayor, ser gamberro para mearse en los coches. Eso es lo que hacían los gamberros en los años 60, algo que atraía mucho a un niño de cuatro o cinco años. Bueno realmente quería dos cosas Paco, ser gamberro y también feliz, así lo decía cuando le preguntaban qué quería ser de mayor.
¡Cuántos recuerdos Máster!
ResponderEliminarUn abrazo.
Los cinco y los siete... lo lían también lo chicos. La madre d Jesús aún los conserva. Menuda colección. Cómo disfruté con Torres de Malory y las Gemelas en Santa Clara.
ResponderEliminarEstoy disfrutando mucho con estas entradas, Aurora. Una recreación perfecta de nuestras pequeñas bibliotecas.
Un beso, guapa
Quise decir lo leían... Que han saltado la "e" y la "s" del teclado...
ResponderEliminarTu hermano Paco quería ser lo mismo que yo (en cambio mi hijo Víctor quería ser dinosaurio, que tiene muy mal apaño;-)
ResponderEliminarUna de las amenazas de mi salvaje infancia fue que me iban a meter interna; la otra, que me iban a bajar con los gitanos (no lejos de mi casa había un descampado con chabolas), que seguro que me aceptaban porque era morena, iba descalza siempre y no había qúién me metiera en cintura. Ambas opciones me daban bastante miedo, pero prefería los gitanos sin ninguna duda.
A mí los cinco me daban hambre, qué manera de comer esos chiquillos, cómo lo contaba la Enid (qué nombre), sí, las galletas de jengibre fueron un misterio en mi vida... es verdad, qué cosas me recuerdas, Aurora. Los cinco en el cerro del contrabandista, los cinco en las rocas del diablo.
A cenar;-)
Besos y muy buen finde, duquesa.
También me has traído muchos recuerdos, Aurora. Los libros de los Cinco eran mágicos. Los túneles secretos que llevaban a islas prohibidas, la chica que se llamaba Jorge... Era emocionante a más no poder.
ResponderEliminarAhora que recuerdo: el jengibre, ¡y los pasteles de carne! Se me hacía la boca agua sin saber que era eso. Cuando fui a Inglaterra y probé un "pie", vaya asquito...
ResponderEliminarLos cinco también me daban hambre a mí. Y el jengibre lo comía sin saber ni lo que era, y pasteles de carne, sí señor. Lo veías y lo vivías.
ResponderEliminarPero mucho más Torres de Malory y Santa Clara, era eso, una mezcla de estar lejos y pánico a que me llevaran a un sitio así. De más mayor estuve interna, y no fue nada parecido a Enid Blyton, qué va.
Lo de tu hijo, Olga, lo comprendo. Una mía quería ser lagartija de mayor. Ya veremos, ahora tiene catorce y aún no hemos visto la transformación.
Hay una bienaventuranza que no figura entre las canónicas pero que, estoy seguro, se dijo también:
ResponderEliminar“Bienaventuradas la generaciones que se recuerdan a sí mismas en sus libros: de ellas será la posibilidad de la esperanza.”
Creo que, más o menos, se enunció así, pensando en las que sólo podrían recordarse en la PlayStation.
Un beso.
P.S.: Mi hija mayor, allá por los ochenta de sus pocos años, también leía "los cinco".
Guillermo, cuánto tiempo ha, estas entradas son todas ellas una maravilla, recuerdos fantásticos.
ResponderEliminarUn abrazo
Javier, muchos recuerdos siempre, pero no sólo eso. Me gusta tener 2 cajas, una de recuerdos de la que echo mano a veces, y otra de proyectos, hacia delante siempre y con ganas. Dos miradas siempre, hacia atrás con agradecimiento si es posible ... y hacia delante con esperanza e ilusión que eso sí que siempre se puede. Un beso.
ResponderEliminarSunsi, pues yo di todos los libros a alguien, pero los puedo recuperar en la cuesta Moyano o en muchas librerías de viejo. Como ves tu biblioteca, la de Pepa y la mía se parecen mucho, se parecían antes y ahora, creo.
Olga, efectivamente lo del dinosaurio tiene mal apaño, más que nada porque las casas ahora son pequeñas y a ver dónde pones tú un dinosaurio. A un gamberro al final se le puede colocar en una habitación de adolescente con el cartel ese de "no pasar" y cabe el chico... Y perdona, a saber cómo eras tu de chica, ¿eras de las malonas? Ay, Dios, que yo era de las buenísimas y ni un disgusto a mis padres, bolechevica mía, que así has salido poeta, por esos malos comienzos, venga , un abrazo y nos vemos. (si yo duquesa, tú princesa, get ready baby, te va a encantar).
Ridao, lo del pie, ay Dios, qué razón tienes. Los anglos tienen 200 cosas fantásticas, pero en comida o comes indio allí o quizás pastelería tipo scones o bizcochos de esos con whisky, pasas y ricos-ricos... o el resto es para llorar, qué razón tienes. Claro que tú con lo del jamón de Alajar es que eres además un paladar selecto y quizás acostumbrado demasiado a lo bueno ¿no? Es lo malo de comer bien: que luego no puedes comer mal, te da mucha rabia.
Lolo, descubrí el jengibre hace dos años o menos, digo para cocinar, para perfumes ¡me encanta! ¿tú has olido los perfumes de jengibre? uf, hermana, es que están... ¡para comerte! Lo de lagartija me gusta, yo creo que es una aspiración buena para una niña ¿no?
Antonio, qué gusto tu vista, y me ha hecho gracia la bienaventuranza, realmente ¡cómo nos han acunado los libros, cómo nos acunan! Ay, qué suerte poder leer, y ese que te lean también de pequeño, el cuento de cada noche...
Gracias, Capitán, Guillermo era genial, quedan más entradas, pero vamos a hacerlas descansar un ratín para no ser pesada: el decimoprimer mandamiento es no molestar; y el decimosegundo NO ABURRIR jamás, me da miedo aburrir a las ovejas.
Gracias a todos, perdón por el retraso al contestar, estuve desconectada 2 días con otros temas entre manos. Mañana más. Un abrazo.