Agua
(invierno)
Es la Moraña
duro suelo y agua
subterránea.
Bodones, charcos,
lavajos que brotan,
hogar de aves.
Campos helados,
estrellitas de agua
como diamantes.
La Candelaria:
la calle se llena de velas,
Belén quitado.
Un chopo o varios,
zahoríes sin paga,
señalan agua.
En esa fuente
las lavanderas lavaban,
rojas sus manos.
Herida la tierra,
acoge la semilla
como un cuenco.
Ese frío duro, inclemente y largo —ojalá fuera sólo en invierno—, hace de la Moraña tanto como el sol la hace en verano.
Pero siempre hay pájaros que
invernan en nuestras lagunas y lavajos, porque hay climas más duros, y las aves
saben bien lo que se hacen.
Aire
(primavera)
Noche cerrada,
pero él ya canta,
mirlo temprano.
Cola en uve,
manchas blancas en alas,
es un milano.
Crecen los días,
cruel engaño, de pronto
¡la cencellada!
Semana Santa,
lirios en flor cárdenos,
llora el campo.
Pardillo macho,
enrojecido pecho,
ya cortejando.
Todo jilguero
va siempre en comanda,
acompañado.
Sólo tres semanas, cuatro a lo sumo,
dura la primavera en esta tierra áspera.
Días gloriosos, restallantes de ese verde brillante con que se pintan
portones de garajes y patios en tantos pueblos de España. Pueden caer esas escasas semanas en mayo, o
atrasarse a junio, como el año pasado.
Luego nos entregamos al duro verano, al rastrojo, al abrojo, a la
desnudez y a lo árido.
Atenta mirando, no vaya a ser que,
por estar yo despistada, me pierda esa gloria de la fugaz primavera cuando
cruza, con tanta prisa, nuestra Moraña.
Fuego
(verano)
Niños en junio,
pájaros liberados,
abren sus alas.
Cuatro collalbas
vuelan sobre el campo,
ya es verano.
Sudor humano,
dignas casuchas en pie,
no queda nadie.
Desde el Carmen
a la Asunción hay noches
interminables.
Mustio refugio
es un bar escondido
sin parroquianos.
El sol le presta
nombre, color y porte,
y él le sigue.
(Haiku/ Adivinanza: el
girasol)
Granizo, temor
de verano, cae hielo,
piedras del cielo.
Bajo este cielo tan grande,
tan de película de Ford o foto de Ortiz Echagüe, nació un gran santo que se
quedaba embelesado mirando a la eterna llama blanca ardiendo y escribía “nada,
nada, nada, nada”.
Tierra
(otoño)
Cada septiembre
la sombra se alarga,
interminable.
Agua cerrada
espesa y morena,
barro de cántaro.
En Tiñosillos,
último alfarero,
oficio de Dios.
Modesto arco
en ladrillo, pared blanca,
casa honrada.
Un cementerio,
ciprés y blanca tapia,
cielo y cárcel.
Al caer la tarde, caminando,
abro una cancela donde reza un cartel “Servidumbre de paso”. Fogonazo: siervos
de lo temporal, todo es pasajero, nada es estable.
Como San Juan de la Cruz,
como esta tierra frugal y sobria,
quiero despojarme,
yo también,
de tanta palabra.
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Nota: esto era un "trabajito" para una asignatura que cursé este año. Me costó un poquito... bastante
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