lunes, 18 de enero de 2021

La mesa celestial

En mi casa se bendecía la mesa, pero la bendición que se ha quedado en mi cabeza, y la que utilizo habitualmente, es la que me enseñaron en el colegio:

Bendice Señor estos alimentos que por tu bondad vamos a tomar

Amen

El rey de la gloria eterna nos haga partícipes de la mesa celestial

Amen

Durante años yo rezaba "la glorieta celestial" sin darme cuenta que era gloria y no glorieta. 

El caso es que doy vueltas a la mesa celestial, al banquete al que estamos llamados y nos espera. Las doy porque cocino todos los días y es algo que me centra, algo que empiezo y acabo. Es una alegría poder acabar algo. 

Las doy también porque creo que en este mundo hay en estos momentos mucho de todo y el ámbito de la cocina y la comida no iba a ser menos: hay blogs, recetas, programas de tele, gourmets, gourmands, cocinillas y cocineros, instagram. En todo hay hoy de todo y mucho siempre, un abigarramiento. 

En paralelo, tenemos bulimia, anorexia, gente que no tiene ni idea de comer y se atiborra de lo que sea y también gente que no tiene qué poner encima de la mesa. Convive lo que llaman food porn -esa etiqueta de fotos de comida, tela etiquetar así- con nuevas ortodoxias exigentes (veganos, vegetarianos, ketos, comida "real", en fin, 200 reglas). Ahora hasta han descubierto el ayuno, en fin. 

Todo vuelve o está, ¿pero cómo vuelve o está? Exasperación y desenfoque, me parece. Necesito orden, yo, que soy el caos permanente. 

Creo ver que detrás de todo esto está Dios y lo que somos, alma y cuerpo, y para lo que estamos hechos aquí y cuando muramos, esa mesa celestial a la que estamos llamados, la gloria eterna (que no glorieta). Resucitará nuestro cuerpo, el mismo cuerpo que alimento, el que me duele. 

Para empezar, hay un anhelo de ser saciados -somos hambre-,  de compartir también -nada hay como que venga a comer gente o ir a mesa puesta a casa de alguien, qué suerte-. 

Leo mucho de esto. Crecen los libros del estante que he dedicado al tema. 

Pienso un poco. 

Desde las hierbas amargas que nos recuerdan nuestra esclavitud en Egipto hasta el cordero sin mancha, la matanza por San Antón (precisamente hoy), Santo Tomás de Aquino -que era gordo según recuerdo por la novela de Louis de Whol, cómo me gusta que fuera un gordo tan gordo doctor de la Iglesia-, el ayuno o la abstinencia, la cocina de los monasterios, la de la lumbre en cualquier casa modesta, la manzana aquella, el "vosotros sois la sal de la tierra", el milagro de los panes y los peces. 

Tengo que leer más de la teología del cuerpo. Estoy dando vueltas, rumiando como una vaca. 

 






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