lunes, 5 de febrero de 2018

Ajustar cuentas

Supongo que se puede escribir ficción y, sin perder calidad, ajustar cuentas.

La literatura es quizás un modo (otro) de ajustar cuentas de una forma más o menos evidente, más elegante o, incluso, hasta más zafia que dejar ko a tu enemigo en una pelea.

Hay ajustes de cuentas conyugales (o ex-conyugales) que se vierten en la literatura y no por eso una novela deja de ser buena. El mismo que describía a una mujer pequeña y pesada, con ese eterno reproche ante su marido que no era como ella quería -como podemos ser, creo, todas las mujeres-, es capaz de escribir su panegírico en libro tras esa muerte que nos limpia de nuestros defectos y torpezas. Y es la misma mujer, la insoportable y la perfecta, no es otra diferente.

Hay otros ajustes: con el mundo editorial -esto parece hoy bastante frecuente, hay escritores cuyo principal tema es la escritura y ellos-, con aquel compañero de colegio, de universidad y hasta de seminario, según he leído recientemente. También con tu familia o con aquel jefe. Y, por supuesto, con la iglesia católica, con la educación que recibiste, con aquel maestro, etc. Escritores mañosos, que entretienen mucho, están muy prendidos de esos ajustes de cuentas como mar de fondo. Es un tic que a veces obvias para seguir disfrutando de ellos o que aceptas.

Me pongo a recordar libros que me han gustado mucho y varios contienen lo que quizás son pequeños o grandes ajustes de cuentas. Y me siguen gustando.

Sin embargo, no soporto cuando el ajuste secuestra a la novela, se hace con ella. El límite no debe de ser fácil. No sé si es cuestión de ser buen escritor -a veces- o de otra cosa. Porque no creo que en algunas ocasiones sea por falta de recursos o de capacidad. Quizás es un tema de dentro, de no empeñarse en una venganza y seguir erre que erre.






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