Al levantar la casa de nuestra madre hace años, descubrí
un paquete de cartas, unas cien o más. Sin necesidad de leerlas, reconocí ya en los
sobres la letra elegante y de colegio francés de mi madre y la más clara y
rápida de mi padre. Era su correspondencia durante el noviazgo.
Se las enseñé a mis hermanos y, en mitad de la vorágine del
vaciado de la casa, quedamos que yo las guardaba y que ya veríamos
qué hacíamos con ellas.
Me las traje pues a Ávila. Y ahí las tengo, en una caja, en nuestro garaje.
Cuando pongo la lavadora sé que están exactamente donde las
dejé en abril de 2012.
Entro a por la comida de Olimpia, guardo algo que no me cabe en la cocina, y ahí siguen ellas, silenciosas, las cartas de mis padres.
Entro a por la comida de Olimpia, guardo algo que no me cabe en la cocina, y ahí siguen ellas, silenciosas, las cartas de mis padres.
Soy incapaz de abrir ni siquiera la caja. Siento, como sentí
al descubrirlas, un respeto y un pudor enormes. Las tengo como un suelo
sagrado alrededor del cual se extiende todo mi desorden, mi caos.
Creo que su mejor destino, si surge la oportunidad, sería colocarlas en los cimientos de alguna
otra casa de la familia. Quizás en las de los nietos de mis padres, cuando
Carmen y Javier tengan sus propias casas.
Mientras tanto, las cartas duermen, bien abrazadas unas con otras, algunas en ese papel de tela que usaba mi
madre, otras en una tinta preciosa azul grisácea, con sus sellos de Franco, y ese pegamento
que había que mojar también con saliva para que el sobre se cerrara.
Y nosotros entrando y saliendo del garaje a coger o a dejar algo.
Una historia preciosa, Aurora. Y yo en tu lugar haría lo mismo. Porque ese universo que han escrito entre los dos, pertenece sólo a ellos. Como bien sugieres, esas cartas son los cimientos de lo que sois. Y ya sabes lo que le sucede a una casa cuando se remueven los cimientos...
ResponderEliminarQue hermosa historia.
ResponderEliminarHoy en día es más difícil conservar esas cosas. Un simple botón hace desaparecer años de correspondencia.
Besazo
Hola, Javier, intento volver al blog aunque no lo consiga siempre. Y quiero ver a los amigos, pero estoy superada por los acontecimientos. A ver si lo logro y no quedo como un cochero, que se decía antes.
ResponderEliminarDolega, es verdad, no me había dado cuenta. Era bonito escribir y recibir cartas.