Sería demasiado fácil señalar como culpables a unos y no
reconocer que el destrozo se labraba desde hacía tiempo y no sólo en la arena
política.
Cuánto flojo, síseñor, mediocre, ambicioso, sin fundamento y
cobarde trepando por la escalera. Claro, los que permitía y alentaba el propio sistema, al resto los dejaba fuera. Y así, en instancias
diversas, no sólo en las política, en la universidad, sin ir más lejos. Y en
las propias empresas, muchas veces clientes de una administración a la que dicen
aborrecer, pero que les subvenciona o de la que dependen. Y qué decir de los
medios: la publicidad institucional y otras formas de financiación les hace ser
como son. Abres un diario o ves una televisión y sabes lo que pasa: les
alimenta lo que se mueve institucionalmente, sea vía publicidad, concesión o
nota de prensa.
Y ese temor reverencial ante el dinero, ante la afluencia, a
partir de los 80: los españoles hemos sido unos grandes horteras preocupados fundamentalmente por el confort y la cartera tal y como se ha
trabajado para que así fuera, ciudadanos con soma, ciudadanos calladitos
habitualmente. Hasta que nos la han tocado, y entonces nos dolemos. Qué
pena que sea entonces cuando reaccionemos.
Vivo en la ciudad de Santa Teresa y a veces me pregunto qué
pensaría esa monja que comenzó a fundar conventos bien pasados los 40 años, ya
muy enferma, vieja para la época, con muy pocas ganas de nada (ganas por lo que
debía de apetecerla), viajando incómoda por caminos infectos, tratando de
reformar lo que ella creía reformable. Y no cejando hasta que lo hizo, lloviera
o tronase y se interpusiera quien se interpusiera. Apartando también a los
indeseables de su vera. Se debería tomar nota de esto siempre.
Qué diría la Santa de sus descendientes, aquí en Ávila, aún
no de sangre, que tanto van a hacer por su centenario, tanta pompa y
circunstancia y tan poco de fundamento.
Esos que se sientan cómodamente y sonríen
con condescendencia pensando que algunos estamos locos y somos unos ingenuos
porque creemos que el país tiene que cambiar, y no sólo en sus dirigentes, que
desde luego, sino también en el tejido moral de la ciudadanía. Algo impopular que hay que decir aunque
duela.
La regeneración institucional es urgente, pero también lo es explicar a los ciudadanos que
muchos cambios deben hacerse desde abajo. Es incómodo cantar las
verdades del barquero, y mucho más fácil complacer al respetable con falsas
quimeras , entrar en el juego del “tú más” o azuzar
lo peor que tenemos y no apelar a las conciencias. Siempre es más popular decir a la gente que son peores los gobernantes que ellos: pero no es cierto. Tenemos simplemente lo que nos merecemos o hemos permitido por dejadez o abandono. Porque nos hemos retirado, han entrado los indeseables, se lo hemos puesto en bandeja.
Por eso, lo prioritario es
recuperar palmo a palmo una ciudadanía consciente de sus derechos y de sus
responsabilidades, de ambos igualmente.
Y empezar con uno mismo: ¿cómo respeto y cumplo las leyes?,
¿qué hago personalmente por esto sobre lo que tanto protesto?, ¿cuántas horas,
cuánto esfuerzo y, en su caso, dinero dedico a
aquello sobre lo que tanto me quejo?, ¿educo a mis hijos en el hacer y
construir y no en la queja? En fin, un largo etcétera.
Lo siento, pero no está en las siglas y ni siquiera en las
caras nuevas o viejas, ni tampoco en las ideas o convicciones, importantes
siempre, está en cada uno de nosotros, dentro. Está en los hechos.