sábado, 29 de junio de 2013

De San Juan a San Pedro y San Pablo

Volvemos de Estados Unidos el día de San Juan, cinco días muy intensos entre Nueva York y Filadelfia.
“Tu pueblo será mi pueblo”, como en el libro de Rut, siempre suena cuando alguien se casa.

En esta ocasión volví a acordarme de la frase al pronunciar el novio los votos matrimoniales comprometiéndose a poner tanto empeño en aprender su idioma y cultura como ella había puesto en aprender los suyos. 

Pensé que siempre te casas con un extranjero, con alguien que no es de tu familia, con quien no compartes un pasado, costumbres comunes, hábitos. 

Fue todo bonito, sencillo y, por eso,  muy emocionante. Los americanos cariñosos y acogedores, llenos de detalles. Copias de las fotos de ambas familias, tíos, abuelos, repartidas por toda el lugar donde se celebró la boda. Como si estuvieras en casa. 

De vuelta a casa G. piensa  que habría que inventar una maleta que fuera silla a la vez para sentarse. Los aeropuertos a menudo son una lata. No son las horas de vuelo, son las esperas, las colas, todo se hace muy largo. 

Entrevisto el jueves a Pablo D’Ors en su casa. Habla como escribe. Y sonríe. Todo muy agradable. Su perro dando vueltas y olisqueando. Se le oye al principio en la grabación casi más que a Pablo, que habla bajito y despacio. 

Hoy es San Pedro y San Pablo. Todos los años mi madre se iba a Boecillo entre San Juan y San Pedro y San Pablo. Así quedaba inaugurado oficialmente el verano, o el veraneo, que decíamos antes. 

Nota: La imagen es una litografía de Chagall, "Meeting of Ruth and Boaz"

lunes, 17 de junio de 2013

Fantasmas románticos y otros fantasmas

Acabo “Casa de muñecas”, de Patricia Esteban Erlés, sus relatos son siniestros e inquietantes. Empiezo otro de cuentos, “Paseando con fantasmas”.  Pero no es justo lo que ando buscando. 

Quiero  historias de fantasmas románticos, dije en Páginas de Espuma. Y me enseñaron lo que tenían, una antología del cuento gótico. No doy con ello. Y no sé cómo explicarlo. Les mencioné “Otra vuelta a la tuerca”, de Henry James, que a mi padre le gustaba tanto. Debería volver a leerla, aunque tampoco es ni el tono ni la aproximación, pero es interesante. Cómo contar lo que no se puede ni contar de tan terrible y malo. Para eso también existen los fantasmas.  

El género del que intento leer algo es hoy raro. No se trata de vampiros o zombies, ni de cuentos góticos. Es “El fantasma y la Señora Muir”, aquella película inolvidable de Mankiewicz. O “El fantasma de Canterville”, de Oscar Wilde, una historia que me encanta, fina y elegante, con sentido del humor. Tienen y conservan lo que busco en los fantasmas: misterio y alma. Y el juego de las dos realidades, lo natural y lo sobrenatural, en convivencia y rozándose. Así vivimos y escribimos. Todo sucede a veces en un mismo plano. No sabes dónde empieza qué ni tampoco dónde acaba. 

Encuentro entre mis libros una vieja edición de los años 80 de Planeta, “Relatos de fantasmas”, de mujeres escritoras, alguna conocida, como Wharton, desconocidas la mayoría, otra recién rescatada en España como Stella Gibbons. Mencioné a Ediciones Funanmbulista a Daphne du Maurier, autora de “Rebecca” y de “Los pájaros”, y de aquella otra historia romántica y preciosa, “La posada de Jamaica”, que debería volver a publicar alguien.

No es el terror o lo siniestro, es el espíritu que permanece y que cuida en la distancia. Las casas son espacios sagrados. Baja la temperatura en la habitación. Sientes la presencia de alguien, una sombra, ruidos suaves en el piso de arriba y no es la gata. La luz se va con frecuencia cuando estás sola. Entonces abres un armario. Y pides permiso y también perdón por haberte instalado, el siempre difícil equilibrio entre dos realidades. 

Los fantasmas son la memoria. Por eso me interesan tanto.

miércoles, 12 de junio de 2013

Tábula rasa I)

Adelanto la visita a la Feria por temas de trabajo. Lo hago con JM el domingo, un día inglés encapotado, bueno para andar pero malo por la afluencia de público. En menos de hora y media, agobiados,  decidimos irnos y dejamos sin visitar editoriales que nos interesan a ambos. Casi mejor, la visa mía temblando, no tengo remedio.

En el camino de vuelta, porque el tren tiene esa, entre otras de sus muchas ventajas, leo con calma. En Páginas de Espuma, en la que el año pasado compré los dos libros de Edith Warton sobre escribir ficción y criticarla, compro "Fenómenos de circo" de Ana María Shua y "Casa de Muñecas" de Patricia Estaban Erlés con ilustraciones de Sara Morante.  Me gustan ambas, finas y siniestras, maestras en la distancia corta, sprinters de músculo alargado. Pienso en sobrinas y en la hija de mi marido que tienen ese sentido del humor ligeramente negro o el espíritu de lo fantástico más arraigado que el mío, en la línea de Tim Burton. Se los guardo. Leo a veces con el run run constante de amigos y familiares, esto le gustaría a mi prima, esto le encantaría a mi amigo… A veces leer es una cuestión de afecto, te sientes más cerca de las personas que quieres.

Ayer tuve insomnio y comencé a leer el libro que me regaló JM, "La España que te cuento", un conjunto de textos cortos de autores muy variados que reflejan la España contemporánea, aunque la selección se hizo en 2007 y ya ha quedado algo desactualizada, la crisis empuja otra literatura. Me quedo desolada y más insomne si cabe. Ya conocía el cuento de Fernando Aramburu, “La colcha”, un estupendo retrato de la mezquindad con la que se puede vivir en el País Vasco, el miedo y el egoísmo dando la espalda a las víctimas. Me gusta mucho el de José María Merino, “El apagón”, el origen de la crisis I podría llamarse. Y el de Rosa Montero, "Tarde en la noche". Y otros muy buenos. Leo el epílogo de José Ovejero y entiendo mejor la tristeza y la desazón que me provoca el libro en su conjunto. No hay un solo autor con esperanza, no hay ninguno donde se pueda ver esa otra España, personas, momentos, vidas, algo, un atisbo o un hueco para Dios o para la confianza en el ser humano. Tabula rasa, al final no hay nada más que un solo paisaje, muy bien narrado, pero uno solo sin agua.

Tengo que reorganizar la biblioteca. Guardo los libros de ficción ordenados por orden alfabético de autor, así que cada vez que compro algo tengo que mover el resto en los estantes, tengo poco espacio. Trabajo intenso hasta el próximo fin de semana, el blog de nuevo descuidado. Leo a Amos Oz y su "Historia de amor y oscuridad" sacado de la biblioteca para darme ánimos. 

martes, 4 de junio de 2013

Collalbas en el descampado

Por fin. Parece que ya llegó el buen tiempo con un mes de retraso sobre el que ya, de por sí, lleva Ávila. Aquí, según las malas lenguas, sólo hay dos estaciones: la del tren y el invierno.

Paseamos M. y yo hace una semana camino de Vicolozano. Dejamos a nuestra izquierda a Zurra y al Pedrosillo, dos fincas seguidas, si es que no son una misma con nombres distintos según se entre por el sur o por el este. Tienen caballos, vacas y toros y una dehesa preciosa muy bien mantenida. Se nota que se ocupan de ella. Nos sorprendieron dos burritos que salieron a nuestro encuentro desde el campo de enfrente. Eran majos, pero tenían celos. Le dábamos a uno un poco de hierba, y el otro le embestía. Íbamos al otro, y se picaba el primero.

Ayer paseando descubrí una colonia de collalbas. Eran de las grises, creo. Estoy esperando a que lleguen mis gafas progresivas, todo un invento, pero, de momento, con las que tengo, pude distinguirlas muy contentas avisándose de que Olimpia y yo andábamos cerca. 

Es un respiro ese descampado de al lado de casa que la crisis dejó sin cemento. Conserva  todavía algo de vertedero, una mala costumbre la que se tiene, más al ser el patio trasero del Polígono de las Hervencias. Con la primavera se hace más campo todo el solar ese. Y tras tanta lluvia los perros se pierden, no los ves de tan alta como ha crecido la hierba. Allí, entre trapos, restos de cachivaches, trozos de vidrio, muelles y esas  flores moradas que crecen a ras del suelo, las quitameriendas, estaban piando las collalbas, elegantes, finas y alegres. 

El herrerillo ya no viene al árbol del paraíso. Hoy estaba lleno de moscas zumbando furiosas. Gonzalo dice que es el pulgón que atrae a algunos insectos. 

lunes, 3 de junio de 2013

4. Ni miramos ni nos miramos (La señal de los bárbaros)

Contemplatif, me dijo la profesora, no tiene un sentido de mirar con calma. Me extrañó que en francés no tuviera esa acepción y que no fuera una palabra “laica”.

Un mendigo se quejaba: “Míreme, por Dios, aunque no me dé nada…”.

Peor todavía dar sin mirar a los ojos. El contacto visual nos avergüenza. Quizás es porque vemos. 

A veces estás tan enfrascada que ni levantas la mirada cuando te dicen hola o adiós. Y ocurre con las personas que más quieres.

Es otra señal de los bárbaros. Eso sí, pegados a la pantalla. Absortos, pero no mirando. No miramos.