miércoles, 27 de junio de 2012

Quisimos tanto a Nora


Ha muerto Nora Ephron. Quizás muchos no sepan quién era, pero sí conozcan su trabajo. Los guionistas son a menudo los menos populares del mundo cinematográfico. Aunque no hay actores ni director, por muy buenos que sean, que salven un mal guión. O eso dicen, ¿no?

Ephron fue una buena guionista y, además, productora y directora, pero fundamentalmente lo primero. Escribía con gracia, con encanto y sello personal.  “Cuando Harry encontró a Sally”, “Tienes un email” y “Algo para recordar” están para demostrarlo, como también  “Silkwood”, ahí un drama, y otros títulos, algunos menores en comparación con los anteriores. También los grandes tienen sus irregularidades. Su última pelícua, que remontó el desastre de “Embrujada", “Julie & Julia”, trataba sobre cocineras y cocina, una película amable y muy entretenida. 

Creo que no es desdoro decir que Nora  tocó sobre todo un palo maravillosamente bien, el de la comedia romántica. Y lo hizco antes de que fueran esos churros hechos por encargo y todos iguales que hoy nos sirve Hollywood, habitualmente un espanto:  ya sabes qué va a pasar, los personajes son romos y previsibles, un auténtico aburrimiento plano. No me extraña que los chicos no vayan al cine a ver semejantes bodrios.

Como Nancy Meyers, otra maestra del ramo, Nora Ephron afilaba bien su lápiz, se lo curraba, sabía que no hay nada peor que pasarse con el azúcar. Ni con el azúcar ni con nada, no hace falta. Y al final demostraba que no hay mejor romántico que un cínico que se trabaja. 

Tenía además un don que hoy se echa mucho de menos cuando las mujeres escribimos: no ir de eterna víctima al escribir, no pasar factura al género masculino en bloque,  mostrar a través de sus personajes algo de la guerra de sexos donde ambos no salimos muy bien parados y no pasa nada. Las chicas listas no piensan que son las únicas listas de la clase o las más listas...

Nora Ephron tenía en definitiva capacidad para el matiz, tenía mirada, por eso era tan buena escribiendo guiones.

Hizo en definitiva, y aún siendo injusta, cierto chick lit cinematográfico de altura con la inteligencia de una auténtica newyorquina  y bastante más glamour que iconos posteriores de la ciudad como Sarah Jessica Parker, otro espanto.

Nora no. Nora era ese tipo de mujer muy brillante, inteligente y terriblemente rápida. Como lo eran sus diálogos, otra habilidad que dominaba y que nos ha dejado escenas memorables que han pasado a la cultura popular.

¿Un palo solo? ¿Pocos registros? Es posible, pero ¡qué bien tocaba ese palo! 

A veces no hace falta más, con hacer algo muy bien ya basta.

Quisimos mucho a Nora porque nos hizo reír haciendo algo que hacía muy bien y que no es nada fácil.

Descanse en paz, Nora Ephron. 

PS: El vídeo es en un homenaje a Meryl Streep. Tiene muchísima gracia. 

jueves, 14 de junio de 2012

2. El ruido que hacemos y el que soportamos (La señal de los bárbaros)

Es inevitable casi. Está en las ciudades, pero también en los pueblos. En los restaurantes, porque nadie se ha ocupado de insonorizarlos. En los bares, con la televisión siempre encendida, hay que subir el tono de voz con el resultado de que acabemos a gritos todos. En la calle, donde al ruido de los coches se suma la horterada de llevar a todo trapo la música con las ventanillas bajadas. Porque además hay música –es un decir- en todas partes, habitualmente demasiado alta, otro incordio.

Somos un pueblo ruidoso, de personas que no hemos sido educadas para hablar y,  menos , para hacerlo en un tono de voz razonable, sino para imponernos al otro a menudo interrumpiendo y al final a grito pelado. Es otra señal de los bárbaros que dice mucho de nosotros, de nuestra idea de lo público y de lo privado.

En verano se hace más insoportable. Porque con el buen tiempo quieras o no tienes que tragarte el ruido salvo que tengas aire acondicionado y puedas cerrar las ventanas. Porque además hacemos ruido a todas horas, sea mañana o noche. Hay muchas personas que literalmente no pueden vivir donde tienen su casa porque nadie respeta las ordenanzas municipales. Habitualmente tenemos que celebrar algo o protestar por algo con ruido, con mucho ruido, si no es como si no celebrásemos o no protestásemos.

No quiero pensar que todo tiempo pasado fue mejor, pero no recuerdo tanto ruido en mi infancia. Había menos ruido, o éste no era tan constante. Y había horas sagradas, como la de la siesta, que se respetaban.  Y lugares donde te chistaban si hablabas, y no solo cuando lo hacías en voz alta: en la iglesia, en la clase, cuando asistías a un sitio importante .... Hoy todo esto es agua pasada, la gente habla y lo hace además en voz muy alta. Pero ahora, además, los adelantos tecnológicos,  incluso aunque no impongas su ruido a los demás, suponen un run run interior a veces constante: con ipod o radios conectadas somos como zombies en mitad de la calle. Hay quien no está en silencio ni cuando duerme.

Tener un teléfono móvil es otro ruido al fin y al cabo  si está permanentemente funcionando. Y lo es más si tienes en él el correo electrónico, incluso aunque esté insonorizado. Es un ruido interior que no permite la concentración, que te hace consultar cada poco y no estar donde estás o con quien estás. Creo que sé de lo que hablo, es una adicción que cuesta quitársela.

El ruido es un distintivo claro del bárbaro. El exterior parece evidente, pero el interior creo que es aún más salvaje. Es el mejor modo de impedir que podamos mirar y escuchar lo que pasa, de insensibilizarnos. 

domingo, 10 de junio de 2012

1. Pintadas (La señal de los bárbaros)


El trayecto en tren Madrid – Ávila tiene unas cuantas paradas.  Antes y después de cada estación, se ven algunas tapias. Suelen estar llenas de pintadas. No hay casi valla que se salve, especialmente si acaban de pintarla de blanco. Pero también inundan las pintadas los muretes de ladrillo o los de cemento, y se extienden a veces hasta el mobiliario urbano y a los vagones de trenes operativos o ya abandonados. 

Creo que no hay pueblo que no ofrezca ese estampado abigarrado y habitualmente sucio dando la bienvenida al visitante. 

Nunca he entendido ese afán. De hecho, me enfada.

Me recuerdan algunas pintadas  a esas puertas de cuartos de baño de bares o estaciones de servicio de mala muerte donde alguien, mientras se desahogaba, tuvo que dejar su impronta, palabras o trazos, quizás como parte del esfuerzo fisiológico, otra variante. Te imaginas en ese hueco, habitualmente incómodo, a quien escribió esa vulgaridad, o esa simple bobada, dejando su impronta, su marca. Y posiblemente orgulloso de su hazaña. 


Andando el sábado de Villeguillos a Alcazarén, seguí dando vueltas a las pintadas, una de las 12 señales de los bárbaros que le contaba el otro día a Javier Santamarta en su muro de facebook.

El afán de llenar algo que está en blanco es ancestral, como lo es la necesidad humana de poder expresarse o comunicar con alguien. De decir aquí estoy,  soy, tengo que decir algo, una palabra, mi palabra. ¿Alguien me escucha? ¿Hay alguien ahí a quien le importo algo? Somos a menudo en la medida en que somos para alguien. 

Pero ni el silencio ni el blanco son un vacío que necesite ser llenado. Ambos nos hablan. 

Hacer que la palabra sea alabanza del silencio no es fácil. Como tampoco lo es que una pintada sea alabanza del blanco.

Llevamos todos muy dentro la señal del bárbaro. Hay un tipo de soledad, dura e inhumana, que hace que éste se levante armado con un spray o tecleando. Tras el garabato o la verborrea puede haber un yo que pregunta desesperado si hay alguien. Yo no creo estar a salvo. 

domingo, 3 de junio de 2012

Buenos libros en compañía buena

Quedamos JM y yo para ir a la Feria del Libro en Madrid una mañana laborable. Pensamos que hará más fresco y estaremos más tranquilos. Pero hace ya calor y hay bastantes visitantes. Corren grupos de escolares con camisetas rojas buscando pegatinas o algo, andan parejas de amigos como nosotros, se ven padres y madres que empujan un carrito de bebé, también  paseantes solitarios y algunos extranjeros. Creo que se nota mucho el paro. Al fin y al cabo, es un día de diario relativamente temprano.

Tenemos la intención de pararnos en las casetas de editoriales que nos interesan, no se puede abarcar todo. Pero hay en la Feria, como en los toros, un tendido donde pega más el sol para quienes andamos. Así que, al final, sin pretenderlo, acabamos deteniéndonos más en el que parece que hace más fresco.

Hablamos JM y yo de lectores que no pueden dejar un libro una vez empezado y de otros que, sin compasión, lo dejan tirado si les aburre; de quienes vuelven a un libro como si fuera un mantra, de los que no releen jamás; de quienes prestan libros, mientras hay quienes nos los dejan porque saben muy bien lo que a veces pasa; del modo de ordenarlos en la librería de casa, de llevar un registro sobre lo que tienes... En fin, de algunos  hábitos de lectores, siempre tan variados.

Nos acercamos a Errata Naturae. Quien atiende es tan encantadora, que no hay más remedio que comprar algo. Atraen no sólo algunos títulos sino, además, las portadas de David Sánchez. Al final es Perros, gatos y lémures. Los escritores y sus animales. Hace ya tiempo que quiero hacerme con Flush, de Victoria Woolfe. Rafa y Merce de El rincón escrito en Urueña me lo recomendaron. Me parece que lo encontraré de segunda mano en Uniliber o Iberlibros o quizás en alguna de las bibliotecas de Ávila.

Pasamos por Gadir, pero no me llevo Corazón de roble de Roberto Escapa, creo que alguien de mi familia puede prestármelo. En El Zorro Rojo abrimos un par de libros con esas ilustraciones tan bonitas que tienen, pero no compramos. Me llama la atención al pasar por una editorial que no conozco, Kailas, Conversaciones en Silos, donde Jesús Fonseca entrevista a Victor Márquez Pailos, prior de la abadía benedictina. Lo hojeo, pregunto el precio y me lo llevo. También me quedo mirando La Cultura de la Cursilería en Antonio Machado. JM compra un libro de Marta Nusbaum.

JM me regala La civilización del espectáculo de Vargas Llosa publicado en Alfaguara. Yo a él Historia de una desconocida de Zweig, uno de esos libros con Jane Eyre, La Isla del Tesoro, La leyenda del Santo Bebedor y otros que son como de la familia en mi casa. Veo obras de Lajos Zilahy, no sabía que se hubiera vuelto a editar. Es otro de los clásicos de la juventud de la generación de mis padres, como lo fue Zweig muchísimo antes de que El Acantilado volviera a reeditarlo en España.

Una pequeña editorial segoviana, La uña rota, nos hizo pararnos por los títulos y por la calidad de edición. Me llevo algo pequeño, Visita al profesor Kant de James Boswell. Me hace reír el editor con sus libropinchos, una idea con gracia que llevan a cabo en Segovia en colaboración con bares.

No hay duda de que algunas editoriales -no sé si llamarlas pequeñas o independientes, no es fácil encontrar el adjetivo adecuado- son también como los libreros, los últimos románticos.

En MenosCuarto se nos van los ojos a ambos. Me decido aconsejada por la encargada por Siete novelas cortas de Carmen Laforet, solo he leído de ella Nada. JM se lleva Los ojos de los peces de Ruben Abella, hablamos de Neuman pero no compramos nada.

A los de Páginas de Espuma les han colocado tan al final -es por sorteo la situación de los expositores- que llegamos ya casi agotado el presupuesto y con bastante peso en las bolsas. Comenta quien nos atiende que no somos los únicos. Dudo entre Escribir ficción y Criticar ficción, ambos de Edith Wharton, al final me quedo con ambos.

Nos quedamos sin visitar o pararnos más tiempo en Periférica, Libros del Asteroide, El funambulista, Impedimenta, Veintisiete Letras (que publicó Estación de Lluvias de Javier Vásconez, de lo mejor que he leído hace tiempo) y un largo etcétera. El calor aprieta y la hora se nos echa encima.

Es el momento de tomar una caña a la sombra antes de volver al trabajo.