Salgo de San Lorenzo camino de Guadarrama. La sierra sube triste por el Alto de los Leones, antes del León, el nombre lo cambiaron tras la guerra civil. Paso el túnel, siempre largo. Dejo la mujer muerta detrás, el montón de trigo, delante más pardos, cárdenos y blancos, viento, las vacas deben de estar heladas. A la izquierda queda Ávila Tengo que ir un día a Gredos, bajar al valle del Tietar, llegar quizás a Cáceres. Lo haré cuando pueda, ahora toca ir y venir por la A6. Conduzco con el automático a pesar de las obras, están mejorando la carretera. Olimpia duerme como un tronco confiada. Se abre el llano. Vuelan los milanos y, de vez en cuando, en un poste, un águila vigila. Menos nueve grados en Olmedo, después Mojados, Portillo y Boecillo.
El jardín de mis padres, entre conventual y toscano, sueña, la casa está helada. Una ventana se abrió y un animal entró y se refugió en una cama. Cierro todo con cuidado.
Tú no estás ni bajo tierra ni en el cielo, sigues en tu casa. Y yo, que siempre paso frío, decido dormir en Valladolid con calefacción central, un avance de la humanidad que no valoramos.
Me encantan estas entradas que saben tanto a ti, mi querida Aurora.
ResponderEliminarBesos y gracias por ese correo.
Creo que es verdad, Aurora. He viajado ese camino.
ResponderEliminar¡Qué sería de nosotros sin la humilde calefacción central, la pedestre agua corriente y el humildísimo inodoro!
ResponderEliminarDensas y evocadoras palabras, Aurora. Coincido con Juanma.
ResponderEliminarBesos.
Eres de buen conformar, Juanma, un abrazo y a ver si nos vemos.
ResponderEliminarLolo, qué gusto conducir sin prisas, ¿verdad?
Jaime, la gloria era estupenda (no la del cielo -que supongo-, la de la tierra, la calefacción esa por debajo del suelo).
JM, no hay como tener amigos, un abrazo fuerte.