martes, 13 de enero de 2009
Me paso la vida
Me paso la vida buscando móvil, gafas, monedero, llaves y facturas que nunca encuentro.
Lo del móvil es lo que tiene mejor solución. Te llamas a tí misma por un fijo o pides a alguien que te haga una perdida. Ahí suena el movil entonces, en la honda caverna de un bolso que has revisado siete veces, o encima de los libros de un estante, imposible averiguar por qué lo pusiste ahí, tan alto. Y no hay nadie para echar la culpa.
Lo de las gafas es más complicado. Ser miope, no ver tampoco ya de cerca, usar lentillas para lejos y tener cuatro pares de gafas además -2 para lejos; otras 2 para leer, una por si llevas las lentillas puestas, y las otra por si no- amplia las oportunidades hasta el infinito para la pérdida, el olvido o tener justo a mano el par que no necesitas. A veces en el fondo de la cama aparecen las gafas, o en el suelo, hay que mirar menos a las nubes, guapa.
Quisiera una solución que me permitiera ver de una vez por todas y de modo constante, para distinguir pájaros y trabajar en el portátil sin cambios, sin pérdidas ni olvidos posibles. Pero sólo pensar en un quirófano me echo a temblar.
Quisiera un milagro, como en los evangelios, por favor. Me da menos miedo que una operación y lo necesito tanto.
Monedero de espanto, tarjetas engordando la cuenta de alguien, adelgazando la mía siempre. Y otro tipo de tarjetas que luego nunca recuerdas por qué guardaste: "casa rural la epifanía", "peluquería la intemerata", "no olvide su cita con sacamuelas el viernes a las tres". Incluso mazacote como es este monedero mío, no lo encuentro a veces y suspiro en el taxi desesperada. "Ya lo perdí". Pues no, desgraciadamente aparece siempre, estoy atada a él.
Llaves para abrir puertas. Las de mi casa, las de casa de mi madre, las de la casa de Galicia que, como un judío de Toledo, guardo por si vuelvo, las de otra casa en la que fui muy feliz y que tengo también por la misma razón. Y las de la oficina en la que ya no trabajo. En semejante maremagnum de llaves, malamente encuentro las que necesito. Se ríen las llaves sueltas, se desternillan todas en el mismo apartado del bolso donde duermen también varios pendrives, otro follón. ¿El rojo era el de Indra y el azul el de los Hermanos de San Juan de Dios? ¿Y éste? ¿Qué demonios puse en éste?
Facturas o extractos de banco que se pierden. Dejar siempre el iva y el irpf trimestral para el último momento. Procastinar -gran verbo- para prometerse, otra vez agobiada, que en el próximo trimestre no ocurrirá. Propósito de la enmienda tan infantil: "llevaré mis cuentas al día, sabré siempre lo que le debo a caja o caja me debe, guardaré todas las facturas y por su orden a medida que las emita o las soporte". Da igual. Cada trimestre ocurre lo mismo. Mañana intensa de intentar poner orden en el caos, viene el contable y yo con estos pelos. Pelos que vuelvo a tener exactamente tres meses después, otra vez.
Me paso la vida también llamando a amigos y familia, por eso necesito tanto del móvil o de un fijo. Hay que verse y lo hago, pero, si no es posible, tengo que saber qué ocurre con cada uno. Ahí sí que llevo una excelente contabilidad, casi al día, siempre hay caja, la tesorería marcha. Retrasos trimestrales creo que ni uno tengo, espero.
Me paso la vida enfadándome con mi madre. Siempre son demasiados los enfados que se pueden tener con una madre anciana. Te das cuenta que da igual que dijeras a las 8, que ella entendiera a las 6, que la volvieras a llamar para recordárselo y que volviera a entender lo que no es. ¿Y qué más da? A veces no sólo necesito un milagro en los ojos, sino también oír mejor, recordar, tener presente. No ella, yo.
Me paso la vida buscando cosas, ordenando en pocas hora mis papeles para caer en el más espantoso de los desórdenes de nuevo y vuelta a empezar, teniendo un cash flow de impresión en cuestión de afectos y amigos, y sabiendo, al final de cada enfado, que toda ternura es poca para quien rebasa los 80.
Y así se me pasa la vida.
Yo... me paso la vida también buscando cosas... me diferencia de tí que yo a la vez, voy refunfuñando por mis olvidos... por los despistes de cada día.
ResponderEliminar... Aún no necesito gafas para lo cercano, para lo lejano, las llevo hace ya mucho tiempo.
Me paso la vida procastinando... pero no me ha ido mal. Soy ligera intentando reconducir el desaguisado, una vez que bajo de la luna. Tengo un enorme interés en las cosas de estar en la luna...por cierto... estupendo el relato "La luna te sigue"...
... que nunca aterricemos del todo.
Y bueno... que esta corta retahila es sinónimo de que estoy... de que sigo estando... atenta a tus cosas, historias y pensamientos.
Que me gusta estar a menudo por aquí... mirando...
Saludos.
Perdón... era yo... con tanto saludo... qué confusión!!!!
ResponderEliminarhola Ana, guapa, gracias por todo. Y lo dicho en privado. Ya sabes, cuando quieras.
ResponderEliminarA Anina un achuchón de una chucha, Olimpia.
En todos los sistemas organizados la “entropía” tiende a aumentar. Es una ley incontestable de la física de nuestros días. Y la entropía es el desorden. No tiene apaño posible. Y puesto que la ciencia lo afirma, mi consejo es resignadamente estoico: relájate y disfruta de su caótico desenfado
ResponderEliminarUn saludo.
Antonio, a veces cuando comentas aquí o entro en tu blog y veo la foto, pienso en Diógenes con el farol o en un personaje teatral del siglo de oro español.
ResponderEliminarSaludos y gracias siempre por venir a ésta su casa.
Las llaves... y papeles que da la casualidad que son de los importantes: hacienda, IVI, impuestos varios... Y si ordenas, ¿no te pasa que todavía es peor, que no sabes cómo lo has ordenado? Mejor no tocarlo. Y lo de los otros , como dijo Bosé , que ordenen ellos.
ResponderEliminarBesos