martes, 13 de enero de 2009

La piel dura y la mirada de Clint Eastwood I)


Hay que ver qué piel tan dura se nos puede poner a veces. No es curtida, es otra cosa muy triste. Nadie estamos a salvo de esa piel dura, da igual hombres o mujeres, nuestra edad, hasta la supuesta sensibilidad o educación, que a veces tan bien disimulamos.

Se supone que con los años se nos afina de nuevo la piel. Que volvemos a ser otra vez como bebés. Y acabamos de ancianos con ese tacto frágil, como de cristal. Pero, a veces, te das cuenta de que no es así.

Por eso es tan de agradecer a distancia la piel delicada de un hombre que rebasa los cincuenta y como si nada. Reacciona si le pinchan o si piensa que le pinchan. Buen síntoma de piel y corazón jóvenes, qué alegría, por Dios. Pero, a la vez, mantiene esa elasticidad casi adolescente, inocente, de volver a su sitio, como cuando presionas con la yema de un dedo a un niño: la piel vuelve colocarse en su posición original rápido, sin marca. Impresionante y admirable, siempre. En un hombre más. Olé. Olé. Y olé.

Pero hoy la piel dura, inflexible e impermeable, se lleva mucho.

Se presume incluso de determinadas variaciones de piel dura. Aunque toda forma de piel dura es tan vieja como el mundo.

Piel dura de quienes se consideran puros. Mal está. Hay que tener la piel muy dura para no darse cuenta de la propia y constante falta de sensibilidad tantas veces. Presunción triste de considerarse limpios o mejores. Y no, que manchados siempre estamos todos. Y no hay tipo de mancha peor ni supuesta limpieza mejor, vaya Vd. a saber.

Piel dura para no abrirse a nuevos vientos, a otras pieles, por miedo a la contaminación, no vaya a ser que si vemos lo que no queremos, o en lo que no creemos, nos volvamos peores. ¿Y por qué no, quizás, mejores? Es hasta posible que abiertos, más sensibles de verdad, podamos volvernos nosotros, no los demás, un poquitín mejores, con suerte caerá todavía esa breva tan necesaria.

Pero hoy de la piel dura que más se presume quizás es otra. Antigua y aburrida como la presunción de limpieza. Me refiero a la piel dura de ir de pecador por la vida, de canallita. Así, con orgullo y autoaclamación privada primero, popular después. Aunque, francamente, siempre son los mismos pecados o, mejor dicho, el mismo, único y repetitivo. Una pesadez, vaya.

La piel dura es esa del que se hace el machito, vaya tío que soy, o, también, que las hay, "la tremenda": "yo todo esto lo superé, niña, hace varios lustros, qué tiempos aquellos cuando éramos inocentes". O ese dicho tan falso de “las chicas buenas van al cielo y las malas vamos a todas partes”. "Defíneme mala y buena y no seas simple", le pedí a una buena amiga. "Y olvídate de Mae West, por favor, que hubo sólo una". " Luego, si quieres, muéstrame un punto geográfico de este planeta o galaxia donde una mujer que quiere ser buena, de verdad, -no esa caricatura chorra de niñita buena en la que tú crees, no yo- no pueda ir". Todavía estoy esperando que me responda.

Joé, vaya follón, con perdón por la redundancia y la obviedad, y vaya literatura barata se le puede echar a saltar de cama en cama mientras se deja el alma en el armario, ahí guardadita, no vaya a ser que pierda lustre. O que la hagan daño, vaya por Dios. Y luego dicen que son otros los inocentes, joé.

No es piel dura la del niño que, sin malicia, tantas veces como muchos adultos, hace daño, se lo hace, sin querer, así es la vida siempre. Ni tampoco es piel dura la del pobre, en cualquier sentido, hay muchos. Bien lo saben quienes han trabajado con la miseria, allí donde se mezclan pobreza material y moral.

Pero algunas pieles muy duras – ni de niño, ni de pobre, esas nunca lo son- necesitan de otra sensación más, quieren un poquito más de dureza aún. A ver qué pasa.

Aunque sea todo más viejo, y más cursi todavía, que Madona (la cantante) subida a un escenario, provocando allá por los 80, igualito. Escandalizar con algo a alguien, a ver si todavía se puede. Y con lo más sagrado que hay, y a la vez, lo menos. Por ser lo más sagrado, es lo menos, qué tristeza.

Nadie le responderá. Líbrenos Dios de hacerlo. Otra cosa sería si, en vez del crucificado, fuera Mahoma o Alá. Risotadas y "qué malo, qué malo que soy". Un niñato, que no un niño, ni media bofetada vital tienen a veces estos tan tremendos. Pobres también, como todos, todos somos pobres. Esa es la verdad.

La piel dura no es la piel original de las personas ni la que la vida hace. Curtirse sí, endurecerse jamás. Lo último es cosa nuestra, no de la vida. Porque llegamos a pensar que esa piel dura nos protege, nos inmuniza, habitualmente de la soledad. Solo, siempre solo; sola, siempre sola. Al final, así es. Por eso, piel dura, cada vez más, para no sentir la soledad otra vez. Y no hay tacto que te haga compañía de verdad. A la legua se ve, se nota, se palpa y hasta se huele. Y se lee.
Así es la vida de las pieles duras, que cada vez necesitan más para tener al final menos y a nadie.

Pero la piel dura se cura. Se muda más bien, cae. Y no a base de más refriegas o exfoliaciones. Se acaba desprendiendo cuando adquieres una mirada propia, cuando la descubres y te la trabajas. Y eres fiel a ella, dejando atrás la piel dura.

2 comentarios:

  1. ¿Tú crees de verdad que la piel dura se cura?... mmmm...

    ¡ojalá!
    ¡ojalá!

    ... para no perder la intensidad de este camino que es la vida... y dejar que el alma salga al encuentro de los otros...

    ¡ojalá!...

    Por cierto... ¿alguna pista?

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  2. Sí, curarse curarse no, pero que se cae o se muda sí... Besos, guapa...

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