"¿Pero estáis mirando bien? ¡Como venga el guarda nos detienen!" gritaba Fernanda mientras arrancaba una o dos flores de esos magnolios impresionante del Retiro.
"¡Que no!, ¡que no viene!, ¡date prisa, Fernanda!" Le decía yo nerviosa dando la mano a mi hermano Juan. Estábamos los dos fascinados y vigilando a la vez.
El delito lo repetía Fernanda con una facilidad pasmosa e idéntico ceremonial muchas tardes. Teníamos pocos años, yo quizás no llegaba a 6, Juan 4, Paco estaría por los 2. Era como atraco a las 3 versión infantil.
Fernanda llevaba las magnolias a casa y ahí dejaban un olor estupendo. También sabía hacer flores con las cáscaras de naranja y una vela.
Tenía la tez cetrina, un poco de mujer de Romero de Torres. Debía de estar en torno a los 45, el cuerpo ya un poco desencajado y tirando a gordita. Peinada con moño, todo el pelo tirante hacia atrás y muchas horquillas, pendientes de oro gitanones, delantal blanco inmaculado, olía a colonia, a limpio. Entró a casa para cuidarnos al poco de nacer mi hermano Paco. Volvió luego, cuando mi madre más la necesitaba.
"Todo lo que se pierde está en el bolsillo de la Nana". Y así era. Los zapatitos de la muñeca. Un soldado de mi hermano. Una horquilla mía. Contaba unas historias para no dormir, de miedo terribles, de amores impresionantes. Nunca habíamos oído cuentos así.
Pasados algunos años de la llegada de Fernanda a casa, un día volví llorando del colegio. "Los Reyes son los padres". Unas bien intencionadas niñas quisieron contarme la "verdad".
Pero "eso" no podía ser. Simplemente porque a nuestra casa había venido en persona -¡en persona!- el Rey Baltasar, negro y exótico. Se sentó en el cuarto de estar, vestido de rojo y dorado, babuchas con muchos adornos. Una cosa, una majestad que tenía el tío, era la repera, todo un Rey Mago. Un Rey como Dios manda.
Para él bailé flamenco con el traje y los zapatitos rojos de lunares blancos que me habían puesto precisamente SSMM, muchas gracias. Y Baltasar, mientras se tomaba un anís, decía algo así como "que siga, que siga la niña" en una lengua totalmente incomprensible. Mi madre hacía la traducción muy seria. Vaya día de Reyes que tuvimos: emocionante e inolvidable.
"Me han dicho las niñas que los Reyes sois vosotros y yo les he dicho que no puede ser, porque Baltasar estuvo aquí el día de Reyes y bailé para él, ¿verdad, mamá?, ¿verdad, mamá?, ¿a que es verdad?" Son esos momentos de la vida en los que una quisiera una mentira. Los hay.
Pero mi madre me dijo la verdad. "Pues verás, era Fernanda, le hacía tanta ilusión que a ti te hiciera ilusión, que se disfrazó de Rey negro. Y las niñas tienen razón, los Reyes son los padres, pero no llores..."
Escuché el resto de la explicación sobre lo importante que era no decir nada, que mi hermano Juan siguiera con ilusión por los Reyes, dar siempre las gracias porque teníamos juguetes, acordarse de quienes no los tenían, etc. En diez minutos la llorera desapareció con la serenidad de mi madre y sus razonamientos, siempre tan convincentes.
Fernanda era mucha Fernanda.
Una vecina bien intencionada (estilo las niñas del colegio), pensando que hacía un favor a alguien, al poco de llegar Fernanda le dijo a mi madre que había un rumor muy fuerte en el barrio. Que alguien la había visto en Sevilla hacía algunos años. En fin, que había vivido en una casa muy conocida de mala nota. Que había sido prostituta, de hecho, madame del lugar. Por lo visto, era verdad.
De esto me enteré mucho más tarde, mayor, un día mi madre me lo contó sin darle importancia alguna. "¿Y qué hicisteis? ¿le dijisteis algo?" "Pues qué íbamos a hacer o decir, nada. Os tenía hipnotizados, os lo pasabais bomba y era buenísima."
Con toda sinceridad, creo que nadie tendrá jamás un Rey Baltasar como el que tuvimos en mi casa. Miro a la cabalgata todos los Reyes y, pese a los avances de cosmética y vestuario, siempre parecen de pacotilla. Y si el rey negro es un concejal, como suele pasar, peor. Son unos Baltasares de espanto.
Para Rey Baltasar, Fernanda.
Ni Morgan Freeman que le ofrecieran el papel, estoy segura. Ni él.
De los mejores post que he te he leido.
ResponderEliminarAdemas, tiene algo de cinematografico la Fernanda.
Ole por tu madre. Habria que ser muy tocino para que eso fuese una razon de despido procedente.
Qué te han traido los reyes?
A mi un anonimo de buenos deseos en el buzon (estoy empezando a alucinar; no tengo idea de quien se trata,no hay firma, pero esta muy bien.)
Asier, gracias. Del anónimo ese no sé nada. Qué intriga ¿no?
ResponderEliminarSSMM me han puesto un Tom Tom (guasa por eso de que me he ido a vivir al quinto pino) y una fuentes preciosas con girasoles. Son majos los Reyes.
No sé lo del despido o no, creo que eres "mucho" más joven que yo...;-) Era el año 67 en España, te aclaro. Una niñera no tenía un contrato de trabajo, que yo sepa, no hubiera sido despido ni procedente ni improcedente. Y más cosas: era "otro mundo". Mi madre era y es buena e inteligente, ambas cosas.
Tanto en esta entrada como en la anterior, dices todo y lo dices muy bien. Sólo me queda concluir: hay estilos de vida que se orientan a la esperanza y estilos que lo hacen a la eficacia. Como tú, me quedo con los primeros. La esperanza siempre mira al horizonte, al que tal vez nunca se llegue; la eficacia establece un sitio al que no sólo se llega, sino que inmediatamente aburre o desencanta (esto no tiene que ver con tu Tom Tom, no te me mosquees: yo también lo tengo). La primera mirada es inmensa; la otra, una ramplonería tacaña para los ojos.
ResponderEliminarEncantado de conocerte.
Yo creia que lo del anonimo era cosa de la Emilia y no, porque se le esta levantando la oreja cual pastor aleman...
ResponderEliminarDe lo que has descrito de tu madre, no tengo la menor duda. De madres gatas, hijas michinas
Gracias, Antonio, me has dejado pensando con lo de la eficacia y la esperanza. Pensaba que era pragmática, va a ser que no...
ResponderEliminarEncantada yo también.
Asier, halagador. ¿Y a ti qué te pusieron los Reyes? ¿Y a Emile?