lunes, 27 de octubre de 2008

Marina



Marina, mujer de agua, es también mujer terrenal y de aire.

Siempre está ahí, murmullo constante y tranquilizador, como en los jardines árabes, morena y sonriente también.

Pies en la tierra, no es una roca ni una columna, sentir la tierra a tus pies es muy importante.

Abrir la ventana al aire de la calle, me acuerdo siempre de tí con esa imagen: ¿podemos abrir la ventana, por favor? Ya sabes las risas que hacemos con esto. La vida y los años.

Marina nunca juzga, es madre de cinco hijos y eso debe de enseñar a veces muchas cosas. Ha visto ya mucho, sabe ya mucho, y sonríe con paciencia ante los defectos del prójimo. A los bien intencionados comentarios, a veces tan torpes, también. A esto que escribo hoy, tan mal, tan que no puedo ni decirlo, también sonreirá. Es una señora.

Hace ya siete años. Tarde donde el estrés rompe, consultoría y algunas clases, desesperación, inmenso rebote interno, sobre todo por lo mal que se pueden hacer las cosas, sabes ya que cuanto más lejos de algunos lugares, profesionalmente hablando, mucho mejor. Pierdes frescura, se te llevan los demonios viendo cómo progresa el inepto, lo dices y da exactamente igual.

Hay que ser más bueno, más paciente, pasar más, y yo no puedo. Nunca seré un mueble, ya me lo dijo alguien.

Respiras como un caballo, cada vez más deprisa, necesitas aire, te falta el aire, tirada en el suelo, la perra da vueltas a tu lado, no sábe qué pasa, sola en el despacho, un sólo número desde el móvil, casi sin poder hablar, no quieres a nadie más: Marina.

Ni Samur ni leches, da igual, ella te coge de la manita, reza contigo ante el susto morrocutudo, una bolsa, respira lento, no cojas tanto aire, así te ahogas. Se pasó ya, no fue nada.

Gracias. Siempre estás ahí. Ni una vez fallas.

Marina sí que es una perfecta amante de la libertad, rara especie, muy rara ave.

Aunque le cueste lágrimas, muchas, muy distintas. Lágrimas en carne propia, donde más duele, es muy bonito hacer discursos sobre la libertad pero verlo encarnado es otra cosa.

Gracias. Sobran las palabras.

Marina sabe distinguir lo importante de lo accesorio, sabe reconocer a un tipo que no te conviene aún sin verlo, sólo por referencias, por lo que tú le cuentas. Esto es especialmente de agradecer, una puede tener cierto ojo para los tíos, pero una mujer como Marina siempre sabe más.

Tarde en los jardines de Casla, lágrimas pequeñas, sensación de culpabilidad, de no saber encajar con las maneras de un hombre, "somos ya muy mayores los dos, quizás soy yo, quizás soy demasiado independiente, quizás debería someterme más a su manera de ser, tú estás casada, tú sabes de qué va esta historia."

Marina esboza una sonrisa y no hace falta más: es como si te dijera, "no es que te lo parezca, bonita, es que es un ..." Y entonces empiezas a darte cuenta de que lo es y que un hombre que te machaca viva, por muy bueno y por muy buenas intenciones y principios que tenga, no es para tí. Que al final de lo que se trata es de hacerse la vida agradable, de novios, de casados, da igual. Y si de novios no, ni se te ocurra seguir.

Gracias de nuevo, contigo lo empecé a ver.

Marina sabe cómo estás con sólo mirarte a los ojos, intercambiando un breve saludo por la calle.

Tiene un marido que, además de estar cañón, -sé que a ella no le importa que lo diga- hace la compra y le trae la hidratante cuando se le acaba. Tiene hijos como soles, alguno escritor de renombre, pero es lo de menos qué son, saben bien la categoría de su madre, estoy segura.

Marina sabe mucho de hijos, sabe también de madres propias y ajenas -un porrón-, sabe de hombres, sabe de vida. Y de otras muchas cosas, sólo hace falta verla rezar.

Muchas gracias por todo. Nunca te lo podré agradecer bastante, lo sé.

Te espero en el Boalo. Saldremos a andar como hemos hecho otras veces tú y yo, por mitad del monte, del campo, tener una bióloga amiga que te explique otra vez cómo es lo de las esporas es estupendo.

Gracias de corazón. Quiero tenerte cerca siempre. Como sea.

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