martes, 28 de octubre de 2008
Inocencia y libertad
Vengo pensando desde esta mañana el tema de la inocencia.
Los inocentes.
La inocencia.
Por lo que me toca. Por el daño que pueda hacer, o haber hecho, sin querer en absoluto, a quien es inocente. Los hay, de muchos tipos. En todas partes. En todas.
La referencia más rápida que uno tiene de qué es la inocencia o quiénes son inocentes son los niños pequeños. Entre esos hay muchos que son más inocentes. "Tu hermano es más inocente que un cubo", decía mi madre. Sí, todos los niños son inocentes cuando son pequeños, pero hay algunos más que otros.
Otras veces no son niños. Son adultos. Son inocentes.
A veces, tal es el caso que me rondaba, uno puede soltarle por ejemplo un manotazo verbal a alguien adulto y hacerle, sin pretenderlo, daño en el alma, donde más duele. En el corazón. O en su orgullo, no en la parte mala, en la buena, que la hay también. Marcar a alguien de alguna manera, aunque sea mínima.
Dejarle una herida. Quizás pequeñita pero que está ahí. Una herida que se puede infectar por lo que sea. Porque se la toca, porque hay en el ambiente más microbios, por lo que sea. Pero el golpe inicial fue el mío. Lo sé. Lo siento.
Hay muchas cosas terribles que empiezan así, me imagino, con una pequeña herida que se infecta más y más provocada por un arma verbal que son a veces las peores. Las palabras son muy potentes, es lo más potente que tenemos, creo.
A veces sin querer, porque uno quiere ser auténtico, libre y decir lo que piensa, por fin, en su propia casa. Zas. Hablas. Te defiendes de lo que consideras una agresión. Y sueltas un mandoble verbal.
Bueno, digamos que es posible que una esté hasta el alma de correctores de estilo a quienes presupone una buena voluntad estupenda, pero para quienes habría que escribir como X o decir lo que ellos dirían o como lo dirían ellos. Puede suceder.
También podría ser que una pueda estar también bastante harta de esa cosa que se llama dar doctrina o criterio que aherroja tantas veces la simple naturalidad o el diálogo tranquilo. Es también probable.
Sé que no son disculpas, lo sé, no es nunca una justificaciópn suficiente para soltar como un manotazo a alguien algo que le puede doler y dejarle herido.
Son simplemente razones pequeñitas, tontas, que a muchos les sonará a chino, y a otros no, y a veces pagan justos por pecadores, justos inocentes. Me da miedo pensarlo.
Y sin querer, sin tener intención, puedes sin querer hacer daño a alguien. Irremediablemente, quizás, a veces.
Al que recibe el mandoble, y a quienes lo ven, también a esos. Hay muchos inocentes, de muchos tipos y en muchos lugares. No sólo el que recibe el mandoble lo es, el que lo ve muchas veces también.
Pensé mucho esta mañana en la inocencia. Mucho.
Creo que es fundamental la autenticidad, siempre. Me encanta. Es evidente que me apasiona la gente autétnica. Con nuestros defectos, virtudes, tics o aciertos, siempre uno. Como es cada uno.
Pero pienso también que, sin querer, sin pretenderlo, se puede hacer daño a inocentes. Y me da mucha pena. Y lo siento.
A veces el daño que más se hace en esta vida no es el que uno pretende ni sólo al que pretende. De hecho creo que en general no se pretende hacer daño ni meter el dedo en el ojo de nadie, desde luego yo jamás lo pretendo, de eso pongo la mano en el fuego. Son como manotazos que me salen defensivos.
Pero sé que el daño mayor que se puede hacer a veces es el que, sin querer, se hace. A inocentes casi siempre.
Por eso espero que a quien le llamé "pelmaza", y es totalmente encantadora, de verdad, me perdone. Y a quienes les dije con cajas destempladas que se fueran a su casa a corregir, entre otras lindezas que les dije, porque puedo ser muy bruta, también.
De verdad que lo espero. Lo quiero. Me gustaría que me perdonasen si quieren, si pueden. Pero sobre todo lo que me gustaría más es que no les hubiese hecho daño, que no fuera una heridita que les pica y se siguen rascando. Eso es lo que de verdad espero.
Por mi parte intento hacer, vivir, escribir siempre lo mejor que puedo. Como todos intentamos, asumo.
Pero hago, vivo y escribo como soy. De nuevo creo que como todos. Sólo hay que entrar en la casa de cada uno para ver qué le ronda en la cabeza a cada uno, si somos sinceros, claro. Digo en las casas personales, no en las institucionales, corporativas, a mí esas no me interesan en absoluto.
Me interesan las de personas, concretas. De aquí y de allá.
No represento a nadie. Ni cargo, ni posición, ni nada. Creo que esto quizás explica que quiero gozar de la maravillosa libertad de ser solamente una persona muy limitada. Es evidente que lo soy.
Si mi estilo hizo o hace daño por lo que respecta al mandoble o manotazos verbales que he propinado ocasionalmente, pido perdón a las personas a las que les ha podido doler y les pudo quedar una herida. No sé.
Asumo que a la mayoría les entra por un oído y les sale por el otro, y me alegro mucho, sólo lo digo por si acaso. Por las heridas a inocentes. La gente no es tan fuerte como pensamos, nunca. Nadie.
A quien se lo he podido pedir personalmente ya lo he hecho.
A los demás, que no puedo llegar a ellos porque eran anónimos o cuando clickas no aparece su email, públicamente ahora: perdón. Y a la audiencia, asumo que poquísimos, no tengo ni contador porque no me importa nada, la verdad, pues también.
A seguir cada uno con su vida. Por favor.
Yo creo que es muy importante la inocencia, la verdad también, y la libertad por supuesto. Pero la inocencia también. Y las heridas que pueden tener algunos inocentes, de todo tipo, de muchas partes, me preocupan, mucho.
Tomo nota. Estupendo post.
ResponderEliminarAmigas? Era la que + me preocupaba... Perdón de nuevo... lo del post bueno o malo es lo de menos, de verdad
ResponderEliminarSi ya te he contestado "pelmaza", ja, ja, ja. ¿No lees el correo?.
ResponderEliminarAnda, tonti, pásate por mi blog a tomar un té y unas pastitas. Bueno, aunque hoy hay tarta, ja, ja, ja.
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