La niña enferma, Edward Munch, 1896 |
"Cuídate"...
La primera vez que lo escuché creo que fue en inglés, un Take care que me chocó allá por los 80. Quizás mi memoria me falla, pero no creo. En España yo no lo había oído nunca. Al despedirnos amigos o familiares nos dábamos un abrazo o un beso, pero ni se nos ocurría decirle a alguien que "se cuidara". Cuidar no era un verbo que se conjugaba en reflexivo. Nos cuidábamos unos a otros. Yo entraba entonces en una sociedad anglo, la canadiense, más habituada a esa independencia y al supuesto "auto-cuidado", me chocó muchísimo ese modo de despedirse, ese deseo. Hoy ya lo oigo continuamente en español.
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Me regaló C. este año pasado un libro sobre el cuidado, se une a otros de ética del cuidado y hasta de estética del cuidado. Me interesa el tema y ella sabe al respecto.
Lo hablé con una prima mía, enfermera, hace tiempo, todo ese peso que se pone hoy en el auto-cuidado porque en realidad, pese a la parafernalia existente (la denominada "sociedad de los cuidados" que proclama cierta izquierda), muchas personas no tienen quien les cuide. El cuidado es como de segunda clase, especialmente si lo haces por quienes quieres. Sí, hay mucha teoría, pero la realidad es la que es. Lo de fuera nos puede.
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Por razones que no vienen a cuento, pude visitar hace unas semanas una residencia y centro de día de personas con Alzheimer y me quedé impresionada. La alegría de quienes la atendían, el cariño, luego además lo impecable que estaba el centro, la luz que entraba por todas partes.
Pensé en aquel "ha elegido la mejor parte, que no le será arrebatada": las Marías de nuestro tiempo son todas esas personas que cuidan a otros.
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Lo notas perfectamente. Hay "cuídates" signo de los tiempos. Como aquel "a ver si nos vemos" formalista o ese otro "¿cómo estás?" retórico del que no espera una respuesta más allá del "bien" porque no le interesa realmente, es una simple pausa para tomar aliento y seguir hablando de lo suyo otros treinta minutos o cuarenta, todo seguido, todo recto.
Nuestra atención real al otro precede al cuidado. No se puede cuidar si no prestas atención primero.
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Y, a la vez, hay un cuidado propio. Qué leo. Qué veo. Qué pienso. Alimentar el alma, el corazón y la cabeza con cosas buenas, difíciles a veces, y no con comida basura, atracones o picando todo el día de esto o aquello. Atención de nuevo. Dedicar tiempo.
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