sábado, 1 de enero de 2022

Petardos

Ha sido una de mis palabras en 2021. Con las expresiones MadredelAmorHermoso y DiosdelSinaí que han venido a quedarse (en mi casa). 

Petardos los de ayer, la perra aterrada se vino a dormir debajo de nuestra cama.

Petardos que podemos acabar siendo todos. Porque, si algo nos hermana a los humanos, es nuestra innegable tendencia a la petardez, quizás una consecuencia (otra) del pecado original. 

En fin.

Petardo: pelmazo, pesado. 

En femenino se conjuga igual, aunque Dios en su infinita sabiduría sabe que las declinaciones por sexo adquieren tintes memorables. 

Como una se descuide da la vara al más pintado. Le cuenta 20 veces la misma historia. Habitualmente el yo yo yo yo yo mi me me mi me me. 

Descubrí en el libro de Luri este verano, "El recogimiento", aquello de Lutero que ya no sabía si me lo había inventado, si lo había dicho Lutero o el lucero del alba. Ya no sé quién dijo qué ni dónde ni cuándo. "El hombre es un ser curvado sobre sí mismo". 

Me rondaba esa imagen desde hace años: curvarse sobre una misma. 

Bueno, pues si una se distrae, acaba curvada de verdad. Lutero rompetechos o gruñona al cuadrado. O sea, petarda. (C., perdóname, no considero a Lutero petardo por ser protestante, pero era pelín petardo per se el muchacho). 

*****

Para ver los defectos del prójimo no hace falta ser excepcionalmente inteligente. Para quedarse prendado de la originalidad de cada ser humano, de lo bueno, que suena con tonos únicos en cada caso, hace falta ser bueno uno, la mirada amable, el afecto. 

Por eso hay personas que, más allá de dar luz, mucha, atraen porque acogen

"Ut loquaris pro nobis bona": se le pide a la Virgen. Pero vamos, que uno puede hablar bien siempre del prójimo y callarse en otros casos, no hay que decir lo que se piensa a cada rato. 

Me cae bien uno. 

Me parece interesante. 

Le leo cosas interesantes. 

Jo, qué tipo más... lo que sea. Quiero leerle "en largo". 

Miro sus libros y espero al mes que viene porque ahora ya no tengo presupuesto.

Y, de repente, ese ser humano dice una cursilada de esas que a mí me parecen de espanto como (valoración mía, subjetiva, injusta, posiblemente equivocada) para demostrar (posturear, dejarnos bien claro) que él no es creyente y que nos desea... no sé, ¿un buen solisticio de invierno?, ¿un año propicio a los dioses?, yo qué sé, algo así. 

Y entonces me cae ya mal y le cojo tirria. 

Soy idiota. Me dura 10 minutos la tirria, pero vamos, que le cojo tirria aunque sea momentánea. 

Por eso no hay que leer más que lo que hay que leer cuando el que escribe lo hace... para nadie. 

Sin público. 

Con calma. 

Sin la inmediatez. 

Pensando. 

Limando. 

Y pasando de "tener" que decir algo rápido, brillante, zas, oh, ah.

Porque la mayoría de las veces no tenemos nada que decir. Que escribir.

Una muestra aquí, claro. 



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