Y,con todo, sé que soy afortunada. Sigo viviendo en la misma casa, teniendo el
mismo trabajo y el confinamiento inicialmente me costó poco, trabajo desde casa y, además, desde hace años no salgo mucho. Mi casa es cómoda y grande. Y lo más importante: estoy bien acompañada.
Sólo me
cuesta y cada vez más no ver a gente que quiero, no poder invitar a casa casi. Y
sí, el teléfono y las redes pueden apoyar, pero necesito ver caras. Y abrazar
algo.
Leo más, planeo poco, me sorprendo mucho. A veces voy de estupefacción en
estupefacción.
Quizás mi estado sea ahora vivir así: estupefacta. No entender
nada, menos que antes.
"Qué hacer" se preguntaba Lenin. Yo no llego a lo macro,
pero sí me pregunto qué puedo hacer y, sobre todo, qué debo hacer. Y no sólo
hacer de comer, que es una de las rutinas que más me anclan. Mi cocina es mi
abadía, de las seguridades que me sostienen. Me encuentro más a gusto en el
hacer que en el pensar y en el escribir. Qué pena no tener un oficio.
El tiempo es limitado. Querría
aprovecharlo mejor. Tempus Fugit en aquel reloj de mi abuelo.
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