El miedo al matón es lógico. Puede darnos una bofetada. Hasta es posible que, muy pequeños, mirásemos a otra parte intentando pasar desapercibidos. O es posible que no, que diésemos la cara.
Una sociedad adulta no puede vivir amparando a los matones, cediendo a sus chantajes, minimizándolos, ni siquiera haciendo como que no se ha enterado. Digo adulta, no infantil o cobarde.
Pero los matones son hoy glorificados, disculpados y, hasta algunos, los peores, se sientan en las instituciones dándonos lecciones de paz y diálogo.
Nada se soluciona quemando contenedores o cajeros. No habrá menos corrupción porque cuatro o cuatrocientos salgan a la calle a montarla. No habrá niguna ley que valga si nos la saltamos. Y no es disculpa que "otros" se la salten, ni vale hace la demagogia barata de que "ellos" o "los otros" fueron antes.
Mirar con simpatía o justificar esos comportamientos es el principio del caos.
Pero hoy se lleva la ética del matón y, en consecuencia, la ética del cobarde.
martes, 28 de enero de 2014
jueves, 23 de enero de 2014
Inviernos
No hay uno, hay varios. Y, como la nieve, tiene nombres diferentes allí donde es casi constante.
Leo el ensayo de Adam Gopnik sobre el invierno. Es canadiense el autor, o sea, parece que le queda cercano el tema. Son cinco miradas: el invierno romántico, el radical, aquel que invita a la recuperación o al descanso, al ocio y al recreo y, por último, el recordado. Y está muy bien, pero es demasiado anglo y nórdico, germánico. De los inviernos que podemos vivir en España no hay nada.
Son otros inviernos, eran otros. No había reverendos patinando, ni pistas de hielo, ni papás noeles, ni ese confort que, a pesar de todo, otros países más ricos tenían.
Y, en todo caso, cómo ha cambiado nuestra percepción con la calefacción central, uno de los grandes avances. El invierno con calefacción ya no es lo que era ni por asomo.
Recuerdo el brasero de mi abuela y la casa de Valladolid, heladora, con esa galería grande. Lo peor era ir al cuarto de baño. O que te mandaran a por algo. Y recuerdo también las sabanas siempre frías. Había que ir bajando los pies con cuidado.
Y aquel día que llegamos a Boecillo y mis hermanos y yo preguntamos espantados... ¿Qué es esto, papá? Y esto era frío sin calefacción. Frío duro del que pasaron nuestros abuelos y padres. Frío, hijos míos, esto es frío. De ese frío a pelo, casi sin nada, los niños de los 60 ya poco pasamos.
Sabañones. Las orejas enrojecidas por el frío, las manos, los pies, y salían entonces. Uno de mis hermanos haciendo la mili los tuvo. Desde entonces no los he vuelto a ver. Los sabañones ya no salen.
Y más mayor recuerdo el frío de la Facultad de Derecho. No sé si los universitarios pasarán hoy menos frío que entonces. Yo creo que fumábamos para calentarnos. O el frío del recreo en el colegio. Salvo que jarreara había que estar en el patio, ahí, como los jamones, al aire. Siempre con los labios cortados.
Pero también el invierno es y era ese sol radiante de Castilla con sus días brillantes. Entre la foto de la casita de pájaro nevada y la otra ha pasado menos de una semana en Ávila. Definitivamente, hay inviernos, no invierno.
Dejo detrás la ciudad con la Paramera y la Serrota nevadas. Avanzo hacia Vicolozono y Brieva. En el horizonte los molinetes de la sierra de Guadarrama.
Con sol y casi sin viento es una bendición andar un rato. En la sombra el agua helada todavía en los charcos. A los dos lados la dehesa ya sin nieve y con las vacas y los toros mirando, más lejos los caballos. Tengo el polar con dos capas adicionales de pelos blancos de Arya y los negros de Olimpia.
No hay como un bar a la 1 de la tarde lleno de parroquianos. Eso sí, las gallinas de Vicolozano hoy no están sueltas.
El cuadro es "El reverendo Walker patinando en Duddingston Loch". Es de Henry Raeburn y se encuentra en la National Gallery de Escocia.
Leo el ensayo de Adam Gopnik sobre el invierno. Es canadiense el autor, o sea, parece que le queda cercano el tema. Son cinco miradas: el invierno romántico, el radical, aquel que invita a la recuperación o al descanso, al ocio y al recreo y, por último, el recordado. Y está muy bien, pero es demasiado anglo y nórdico, germánico. De los inviernos que podemos vivir en España no hay nada.
Son otros inviernos, eran otros. No había reverendos patinando, ni pistas de hielo, ni papás noeles, ni ese confort que, a pesar de todo, otros países más ricos tenían.
Y, en todo caso, cómo ha cambiado nuestra percepción con la calefacción central, uno de los grandes avances. El invierno con calefacción ya no es lo que era ni por asomo.
Recuerdo el brasero de mi abuela y la casa de Valladolid, heladora, con esa galería grande. Lo peor era ir al cuarto de baño. O que te mandaran a por algo. Y recuerdo también las sabanas siempre frías. Había que ir bajando los pies con cuidado.
Y aquel día que llegamos a Boecillo y mis hermanos y yo preguntamos espantados... ¿Qué es esto, papá? Y esto era frío sin calefacción. Frío duro del que pasaron nuestros abuelos y padres. Frío, hijos míos, esto es frío. De ese frío a pelo, casi sin nada, los niños de los 60 ya poco pasamos.
Sabañones. Las orejas enrojecidas por el frío, las manos, los pies, y salían entonces. Uno de mis hermanos haciendo la mili los tuvo. Desde entonces no los he vuelto a ver. Los sabañones ya no salen.
Y más mayor recuerdo el frío de la Facultad de Derecho. No sé si los universitarios pasarán hoy menos frío que entonces. Yo creo que fumábamos para calentarnos. O el frío del recreo en el colegio. Salvo que jarreara había que estar en el patio, ahí, como los jamones, al aire. Siempre con los labios cortados.
Pero también el invierno es y era ese sol radiante de Castilla con sus días brillantes. Entre la foto de la casita de pájaro nevada y la otra ha pasado menos de una semana en Ávila. Definitivamente, hay inviernos, no invierno.
Dejo detrás la ciudad con la Paramera y la Serrota nevadas. Avanzo hacia Vicolozono y Brieva. En el horizonte los molinetes de la sierra de Guadarrama.
Con sol y casi sin viento es una bendición andar un rato. En la sombra el agua helada todavía en los charcos. A los dos lados la dehesa ya sin nieve y con las vacas y los toros mirando, más lejos los caballos. Tengo el polar con dos capas adicionales de pelos blancos de Arya y los negros de Olimpia.
No hay como un bar a la 1 de la tarde lleno de parroquianos. Eso sí, las gallinas de Vicolozano hoy no están sueltas.
El cuadro es "El reverendo Walker patinando en Duddingston Loch". Es de Henry Raeburn y se encuentra en la National Gallery de Escocia.
martes, 21 de enero de 2014
En blanco
Superar el miedo y la vergüenza no es fácil. Están metidos tan dentro, se tienen tan arraigados, que ni siquiera sabes identificarlos. Crees que es pereza o falta de tiempo. O peor, echas la culpa a las circunstancias. Y no. Es simple y llano miedo entreverado de vergüenza. Una vez que sabes poner el nombre exacto es un poco más fácil.
Lo que se empieza como un juego suele dar buen resultado. Sólo cuando uno se toma en serio las cosas no marchan.
Este maldito caballero de la mano en el pecho me machaca. Así, vestido de negro, con la mano extendida, siempre tan serio, tan trascendente, tan castellano. Es verdad: es elegante y honrado. Pero es un saboteador al que hay que mandarle un ratito a una taberna. O mejor, hacerle niño. Así, con su espadita, con el caballo de madera y su pequeña gola blanca, incluso vestido de negro -porque siempre se nos ha muerto alguien-, impone menos.
Alguien me dice que lea a Clarice Lispector. Saco tres libros de la biblioteca porque en formato electrónico en español no hay nada. Clarice Lispector me recuerda mucho a alguien. Pero me cuesta tanto leer, que devuelvo dos de los libros tras el fin de semana. Ya habrá un momento mejor. No hay que obligarse a nada, y menos a leer.
Empiezo "Las señoras" de Jiménez Lozano. Qué alegría. Me encanta. Esas dos hermanas ancianas, Clemencia y Constancia, son geniales.
-¿Y usted nos detendría, comisario?
-Lo que dijera la ley. Ya saben que es igual para todos.
A Constancia le entró la risa, y todavía entró riéndose en el cuarto de estar.
-¿Has oído, Clemencia? -dijo.
-He oído; he oído lo de la ley, lo he oído.
-¿Y no crees que es demasiado mayorcito el comisario para creerse esas cosas? Tendríamos que hacer algo para desengañarle.
-Sí, pero los hombres no son como las mujeres. No quieren desengañarse nunca. Y, si un día se desengañan, montan unas tragedias impresionantes.
Lo que se empieza como un juego suele dar buen resultado. Sólo cuando uno se toma en serio las cosas no marchan.
Este maldito caballero de la mano en el pecho me machaca. Así, vestido de negro, con la mano extendida, siempre tan serio, tan trascendente, tan castellano. Es verdad: es elegante y honrado. Pero es un saboteador al que hay que mandarle un ratito a una taberna. O mejor, hacerle niño. Así, con su espadita, con el caballo de madera y su pequeña gola blanca, incluso vestido de negro -porque siempre se nos ha muerto alguien-, impone menos.
Alguien me dice que lea a Clarice Lispector. Saco tres libros de la biblioteca porque en formato electrónico en español no hay nada. Clarice Lispector me recuerda mucho a alguien. Pero me cuesta tanto leer, que devuelvo dos de los libros tras el fin de semana. Ya habrá un momento mejor. No hay que obligarse a nada, y menos a leer.
Empiezo "Las señoras" de Jiménez Lozano. Qué alegría. Me encanta. Esas dos hermanas ancianas, Clemencia y Constancia, son geniales.
-¿Y usted nos detendría, comisario?
-Lo que dijera la ley. Ya saben que es igual para todos.
A Constancia le entró la risa, y todavía entró riéndose en el cuarto de estar.
-¿Has oído, Clemencia? -dijo.
-He oído; he oído lo de la ley, lo he oído.
-¿Y no crees que es demasiado mayorcito el comisario para creerse esas cosas? Tendríamos que hacer algo para desengañarle.
-Sí, pero los hombres no son como las mujeres. No quieren desengañarse nunca. Y, si un día se desengañan, montan unas tragedias impresionantes.