Vi “La vergüenza”, otra de las películas del curso de guión en La factoría. Luego debatimos en clase con Javier Fonseca. Cada ojo y cada alma tiene su registro de colores y matices, catálogo y código propios que se amplían al escuchar a otros, por eso es tan interesante.
Una pareja tiene en acogimiento, paso previo a la adopción, a un niño peruano, Manu, de ocho años. El chaval ha pasado ya por varias familias, es problemático. Ese día les va a venir a visitar la asistente social. Él se plantea tirar la toalla, decirle que no pueden seguir adelante, ella insiste en continuar intentándolo. Aparece la asistenta doméstica, la cuidadora, también peruana, entiende al chico. El niño está disgustado, el cuaderno de deberes de Conocimiento del Medio fue olvidado en un chino, hay que ir a buscarlo. La comida no sale como se esperaba, azúcar en vez de sal, a veces pasa. Además, los peces de la pecera casi se mueren por culpa de Manu, lo que supone otro disgusto grande. En el mundo desarrollado y confortable algunas contrariedades parece que nos desbaratan. O quizás es nuestra inmadurez la que soporta mal lo que no se puede prever, el no tenerlo todo controlado. La generosidad y la capacidad de amar están entreveradas a menudo con la limitación personal, evidente o escondida, como en el jamón ibérico los puntos blancos lo están en la carne amoratada. Y más: ¿qué pasa cuando no es uno el que dice “no puedo con esto”, sino que alguien te sugiere que quizás no seas la persona adecuada para algo o, más duro, para alguien? Decir “no valgo” no parece lo mismo que te insinúen que no vales, incluso cuando tú lo reconoces o intuyes antes. Lo que demuestra hasta qué punto el amor propio gobierna nuestros actos, el difícil equilibrio a veces entre la autoestima y ser conscientes de lo que somos capaces y lo que no podemos hacer porque no está al alcance de nuestras fuerzas o capacidades.
La película muestra, más allá del tema de la adopción de niños con ciertas dificultades, algunas contradicciones humanas. Me gustó el trazo fino del perfil de cada personaje, riqueza y profundidad de dibujo del guionista y director, David Planell, también de la interpretación. Parece que el conflicto más importante a veces es el que se lleva dentro, sombras y sótanos a los que cuesta enfrentarse. Da la sensación de que los otros, los de las relaciones de pareja o con hijos, pueden ser derivados o secundarios. “La vergüenza” tiene su desenlace en la determinación de seguir adelante desde el reconocimiento de la fragilidad, la vulnerabilidad, que muestra cada persona o que, en su caso, esconde con cuidado.
El agua corre de nuevo tras la avería, el atasco, y los peces se sueltan en un estanque del parque en un final contenido y abierto. No sabemos si nadarán juntos o por su lado, pero ya no están aprisionados, nadan en un espacio más grande.
En el conflicto, como me han enseñado, está el guión, sin él no hay película, como tampoco hay vida que valga. Y más: ningún personaje sin matices, cada uno proteína y grasa como el buen jamón ibérico, de bellota, bien entreverado, que se funde en la boca casi, carne primero salada, sudada después y curada. El tiempo y la penumbra son importantes.
PS: Gracias.
Muchos besos, Aurora
ResponderEliminarMe encanta tu entrada
Muy difícil el equilibrio autoestima y consciencia de nuestra debilidad.
ResponderEliminarBuscaré la peli. Me alegro de leerte, Aurora.
Un abrazo, Julio, gracias siempre. No estaré con vosotros hoy, a ver si en junio puedo.
ResponderEliminarLolo, gracias por leer y comentar. La peli me pareció buena, me gustaría saber a ti qué te parece.