Anduvimos desde San Bernardo hasta Santa María de Valbuena, ida y vuelta, casi todo el camino se hace entre árboles. Ya ha repetido el mismo itinerario varios fines de semana. La ribera del Duero por aquí está cuidada y apenas se ve un alma. El terreno es casi todo plano, tan solo un pequeño repecho a la mitad sin sombra , el resto llano y protegido del sol. Se hace muy bien de una tirada, 4 kilómetros de ida, otros tantos al regresar, realmente nada.
En Santa María de Valbuena hay casas que dan al río, jardines con muchas rosas, huertos cerrados con pequeñas empalizadas, y luego una isla que han asfaltado y allí una fuente de agua potable. Qué buena está el agua, decía mi abuelo mientras la paladeaba.
Subiendo al pueblo puedes tomar la ruta que vuelve a San Bernardo por el monte, no andando sobre tus pasos. Yo no la he hecho todavía, son unos 15 kilómetros del ala y necesito tiempo y, sobre todo, que no haga sol. Ese sendero ya no es bajo arbolado, así que a estas alturas del calendario o se hace si el día es nublado o a primera o a última hora del día.
Caracoles, caracoles de nuevo por todas partes al llegar a Boecillo este fin de semana. Cayó una tromba de agua el miércoles pasado y las temperaturas han bajado a Dios gracias.
Hace tres fines de semana o así, el día de la Igeada, antes de ir a Rueda, cazamos con Marta y Jesús y sus niños caracoles, más de cuarenta cayeron, los pobres, una razia. La pequeña Teresa estaba feliz cada vez que atrapaba a uno. Carlos se los llevó en una bolsa. Luego disfrutamos de la generosidad de tía Asun y Felix, comida en las bodegas para casi cien personas, Igeas por todas partes de séptimo o primer apellido, de cero hasta ochenta y tantos años.
Hace fresco, todo el fin de semana para escribir, vamos a ver qué sale. El bloqueo parece superado.
PS: Murió la tía Maruja Igea. Era buena, dijo Javier en el funeral. Qué bonito que ese sea el resumen de la vida de alguien, que todo lo demás sobre. Pero, además, la tía Maruja era una tía muy literaria. Si me pongo a pensar casi todas las tías que tengo o he conocido (tías no mías, sino de alguien) son francamente literarias. Idea para un libro de relatos mitad ficción mitad realidad, como en la vida, mezclado, “Tías literarias”.
(Sábado 28 de Mayo)
martes, 31 de mayo de 2011
Furacroyos (o el pie que pide tierra)
Seguimos con “El bosque animado” en la residencia. Acabamos la estancia o capítulo de las truchas la semana pasada. Otro día se lo leí también en voz alta a Gonzalo que, como pescador que es, me dijo que había un par de errores. No sé si Wenceslao Fernández Florez lo era, quizás no, o simplemente se toma sus licencias literarias.
Seguimos fascinados con el relato, prendidos del bosque y de sus personajes humanos y animales, del alma verde y húmeda de la fraga de Cecebre, no cansa.
El pie me pide tierra de modo constante. Ya no puedo estar mucho rato en asfalto, no sé qué me pasa. Salgo pitando para una cena importante y luego para el campo.
(Jueves, 26 de mayo)
Seguimos fascinados con el relato, prendidos del bosque y de sus personajes humanos y animales, del alma verde y húmeda de la fraga de Cecebre, no cansa.
Menos mal que suelo echar un vistazo al texto antes en casa para estar preparada, casi lloro con el final del peregrino enamorado, el pobre topo, Furacroyos, pelito corto y suave. Te lo imaginas en el pazo con el ratón a su lado mirando a su amada y repitiendo desconsolado “por un gabán, así que eso era …”
Cuando llego la recepcionista de Ecoplar me avisa “Narciso te está esperando ya abajo…” Él es como Furacroyos, otro peregrino enamorado al que se le humedecen los ojos recordando.
Cuando llego la recepcionista de Ecoplar me avisa “Narciso te está esperando ya abajo…” Él es como Furacroyos, otro peregrino enamorado al que se le humedecen los ojos recordando.
El pie me pide tierra de modo constante. Ya no puedo estar mucho rato en asfalto, no sé qué me pasa. Salgo pitando para una cena importante y luego para el campo.
(Jueves, 26 de mayo)
jueves, 26 de mayo de 2011
Elegante (de coplas, gatos e historias orales)
"Es un árbol elegante, elegante..." dijo Carlos, el pastor y jardinero oficioso de nuestra casa en Boecillo. Yo me le quedé mirando. A veces me gustaría grabarle. No ve la televisión, no va al bar, le aburren ambas cosas, y eso se nota en cómo habla y de lo que habla, en su vocabulario y lo que le importa. Él y su mujer, Gloria, como dos enanitos mágicos entran en el jardín y lo transforman, leña a un lado bien cortada, ramitas y ramas por tamaños en haces anudadas, el huerto con fresas y tomates. Luego me invitan a que me siente con ellos en un banco mientras anochece despacio.
El otro día Carlos me recitó coplas. Él llama coplas no al cante flamenco, sino a historias por las que antes se pagaba. Historias de amores contrariados, con mujeres deshonradas y asesinatos en su caso, ríete tú de las series sudamericanas. Luego mi tía Charo me contó que era así, que se compraban las coplas, las letras, en papel para luego poder cantarlas. La SGAE todavía no funcionaba, ni la tele, la radio era otra cosa.
"La literatura está en la calle", quizás pongamos ese título a la actividad que planeamos en Boecillo, Maripaz, la bibliotecaria, es un encanto. Allí en ese edificio impresionante, madera y cristal, luz por todas partes, se está bien. Pero la literatura está en la calle, los escritores como los cineastas recogen lo que otros viven y hablan, o podrían vivir y hablar. Ya lo sé, a veces se crean mundos propios y nuevos, universos que parecen singulares, historias que tienen lugar en pueblos y tierras totalmente imaginarios. Pero tengo la sensación de que todo ya está escrito porque todo está vivo y muerto a la vez. Mil historias posibles suceden al mismo tiempo y no hay distinción entre ficción y realidad; algo así como entre el gato de Schrödinger y aquella historia oral inacabada que Joseph Mitchell narra en "El secreto de Joe Gould", luego película espléndida.
Lo difícil es elegir qué contar y contarlo tan bien como se pueda y sepa, podando.
Carlos me recita la copla, intenta recordarla, mientras apoyado en el suelo sigue cortando ramas con una navaja. Él no se cansa.
El otro día Carlos me recitó coplas. Él llama coplas no al cante flamenco, sino a historias por las que antes se pagaba. Historias de amores contrariados, con mujeres deshonradas y asesinatos en su caso, ríete tú de las series sudamericanas. Luego mi tía Charo me contó que era así, que se compraban las coplas, las letras, en papel para luego poder cantarlas. La SGAE todavía no funcionaba, ni la tele, la radio era otra cosa.
"La literatura está en la calle", quizás pongamos ese título a la actividad que planeamos en Boecillo, Maripaz, la bibliotecaria, es un encanto. Allí en ese edificio impresionante, madera y cristal, luz por todas partes, se está bien. Pero la literatura está en la calle, los escritores como los cineastas recogen lo que otros viven y hablan, o podrían vivir y hablar. Ya lo sé, a veces se crean mundos propios y nuevos, universos que parecen singulares, historias que tienen lugar en pueblos y tierras totalmente imaginarios. Pero tengo la sensación de que todo ya está escrito porque todo está vivo y muerto a la vez. Mil historias posibles suceden al mismo tiempo y no hay distinción entre ficción y realidad; algo así como entre el gato de Schrödinger y aquella historia oral inacabada que Joseph Mitchell narra en "El secreto de Joe Gould", luego película espléndida.
Lo difícil es elegir qué contar y contarlo tan bien como se pueda y sepa, podando.
Carlos me recita la copla, intenta recordarla, mientras apoyado en el suelo sigue cortando ramas con una navaja. Él no se cansa.
miércoles, 25 de mayo de 2011
"La vergüenza" (Proteína y grasa)
Vi “La vergüenza”, otra de las películas del curso de guión en La factoría. Luego debatimos en clase con Javier Fonseca. Cada ojo y cada alma tiene su registro de colores y matices, catálogo y código propios que se amplían al escuchar a otros, por eso es tan interesante.
Una pareja tiene en acogimiento, paso previo a la adopción, a un niño peruano, Manu, de ocho años. El chaval ha pasado ya por varias familias, es problemático. Ese día les va a venir a visitar la asistente social. Él se plantea tirar la toalla, decirle que no pueden seguir adelante, ella insiste en continuar intentándolo. Aparece la asistenta doméstica, la cuidadora, también peruana, entiende al chico. El niño está disgustado, el cuaderno de deberes de Conocimiento del Medio fue olvidado en un chino, hay que ir a buscarlo. La comida no sale como se esperaba, azúcar en vez de sal, a veces pasa. Además, los peces de la pecera casi se mueren por culpa de Manu, lo que supone otro disgusto grande. En el mundo desarrollado y confortable algunas contrariedades parece que nos desbaratan. O quizás es nuestra inmadurez la que soporta mal lo que no se puede prever, el no tenerlo todo controlado. La generosidad y la capacidad de amar están entreveradas a menudo con la limitación personal, evidente o escondida, como en el jamón ibérico los puntos blancos lo están en la carne amoratada. Y más: ¿qué pasa cuando no es uno el que dice “no puedo con esto”, sino que alguien te sugiere que quizás no seas la persona adecuada para algo o, más duro, para alguien? Decir “no valgo” no parece lo mismo que te insinúen que no vales, incluso cuando tú lo reconoces o intuyes antes. Lo que demuestra hasta qué punto el amor propio gobierna nuestros actos, el difícil equilibrio a veces entre la autoestima y ser conscientes de lo que somos capaces y lo que no podemos hacer porque no está al alcance de nuestras fuerzas o capacidades.
La película muestra, más allá del tema de la adopción de niños con ciertas dificultades, algunas contradicciones humanas. Me gustó el trazo fino del perfil de cada personaje, riqueza y profundidad de dibujo del guionista y director, David Planell, también de la interpretación. Parece que el conflicto más importante a veces es el que se lleva dentro, sombras y sótanos a los que cuesta enfrentarse. Da la sensación de que los otros, los de las relaciones de pareja o con hijos, pueden ser derivados o secundarios. “La vergüenza” tiene su desenlace en la determinación de seguir adelante desde el reconocimiento de la fragilidad, la vulnerabilidad, que muestra cada persona o que, en su caso, esconde con cuidado.
El agua corre de nuevo tras la avería, el atasco, y los peces se sueltan en un estanque del parque en un final contenido y abierto. No sabemos si nadarán juntos o por su lado, pero ya no están aprisionados, nadan en un espacio más grande.
En el conflicto, como me han enseñado, está el guión, sin él no hay película, como tampoco hay vida que valga. Y más: ningún personaje sin matices, cada uno proteína y grasa como el buen jamón ibérico, de bellota, bien entreverado, que se funde en la boca casi, carne primero salada, sudada después y curada. El tiempo y la penumbra son importantes.
PS: Gracias.
Una pareja tiene en acogimiento, paso previo a la adopción, a un niño peruano, Manu, de ocho años. El chaval ha pasado ya por varias familias, es problemático. Ese día les va a venir a visitar la asistente social. Él se plantea tirar la toalla, decirle que no pueden seguir adelante, ella insiste en continuar intentándolo. Aparece la asistenta doméstica, la cuidadora, también peruana, entiende al chico. El niño está disgustado, el cuaderno de deberes de Conocimiento del Medio fue olvidado en un chino, hay que ir a buscarlo. La comida no sale como se esperaba, azúcar en vez de sal, a veces pasa. Además, los peces de la pecera casi se mueren por culpa de Manu, lo que supone otro disgusto grande. En el mundo desarrollado y confortable algunas contrariedades parece que nos desbaratan. O quizás es nuestra inmadurez la que soporta mal lo que no se puede prever, el no tenerlo todo controlado. La generosidad y la capacidad de amar están entreveradas a menudo con la limitación personal, evidente o escondida, como en el jamón ibérico los puntos blancos lo están en la carne amoratada. Y más: ¿qué pasa cuando no es uno el que dice “no puedo con esto”, sino que alguien te sugiere que quizás no seas la persona adecuada para algo o, más duro, para alguien? Decir “no valgo” no parece lo mismo que te insinúen que no vales, incluso cuando tú lo reconoces o intuyes antes. Lo que demuestra hasta qué punto el amor propio gobierna nuestros actos, el difícil equilibrio a veces entre la autoestima y ser conscientes de lo que somos capaces y lo que no podemos hacer porque no está al alcance de nuestras fuerzas o capacidades.
La película muestra, más allá del tema de la adopción de niños con ciertas dificultades, algunas contradicciones humanas. Me gustó el trazo fino del perfil de cada personaje, riqueza y profundidad de dibujo del guionista y director, David Planell, también de la interpretación. Parece que el conflicto más importante a veces es el que se lleva dentro, sombras y sótanos a los que cuesta enfrentarse. Da la sensación de que los otros, los de las relaciones de pareja o con hijos, pueden ser derivados o secundarios. “La vergüenza” tiene su desenlace en la determinación de seguir adelante desde el reconocimiento de la fragilidad, la vulnerabilidad, que muestra cada persona o que, en su caso, esconde con cuidado.
El agua corre de nuevo tras la avería, el atasco, y los peces se sueltan en un estanque del parque en un final contenido y abierto. No sabemos si nadarán juntos o por su lado, pero ya no están aprisionados, nadan en un espacio más grande.
En el conflicto, como me han enseñado, está el guión, sin él no hay película, como tampoco hay vida que valga. Y más: ningún personaje sin matices, cada uno proteína y grasa como el buen jamón ibérico, de bellota, bien entreverado, que se funde en la boca casi, carne primero salada, sudada después y curada. El tiempo y la penumbra son importantes.
PS: Gracias.