domingo, 6 de junio de 2010
El síndrome del impostor
Voy a la feria del libro el jueves con J. Hacía tiempo que quería quedar con él y hablar de literatura, de escritura, saber cómo hace para dar esas puntadas que ni se notan, pero que están ahí sosteniendo el andamio del cuento. J. compra un libro precisamente de cuentos, yo “Diario de Adán y Eva” de Mark Twain y “Arte de distinguir a los cursis” de Francisco Silvela, ambos de Trama Editorial. El primero ya lo tengo, pero es para un amigo. El segundo es porque el tema de los cursis me interesa, es un clásicoen mi bitácora y en mi cabeza. También me hago con un ejemplar de “La hija de Robert Poste” de Stella Gibbons. El viernes copa en mi casa sólo de mujeres, casi todas están de puente, pero nos vemos las que quedamos. El sábado subo con N. a la sierra, a Miraflores, a Canencia. Hacemos casi 4 horas de caminata hacia la Morcuera por una senda llena de árboles, fresquita. Olimpia al final casi no puede, está mayor. Cena con el senado en una terraza, pero con el ruido ambiental no les entendemos, no nos entienden y se quieren ir a la cama, aguantan mal ese estar tranquilamente, ellas en su casa, a retirarse pronto.
Hace ya un calor agobiante en Madrid, pongo el aire acondicionado en casa y ¡funciona! Esto es vivir bien, qué gusto. Acabo de evaluar. No me gusta hacerlo en caliente. Doy una segunda vuelta siempre que puedo. Como al escribir, hay cosas que se ven después, pasado el tiempo, y a mí me gusta el tiempo, soy muy partidaria. Claro está que hay que ir cerrando frentes, y si por una fuera nunca entregaría nada, siempre empantanada y con cosas pendientes. Benditas fechas límites de todo –qué bien llamadas “deadline”- que hacen que cerremos página, aunque a veces volverías a escribir todo de nuevo, a a hacer las cosas de modo diferente, o a mirar de otro modo al menos. No es perfeccionismo en mi caso. Los que corremos mucho o abarcamos más de lo que debemos metemos más la pata, es un tema de probabilidades simplemente (y de calma también, es cierto).
Hay una tristeza propia de cuando entregas lo que sea, las notas, un texto que envías a un concurso porque ya lo cierran, hasta ver lo que escribes impreso. Ocurre que a menudo ese vistazo a lo hecho se salda en vergüenza, mucha vergüenza. No es eso, algo le falta, le falla, no sabes qué es, o sí lo sabes. A veces te das cuenta sin pensar sólo con el tiempo y otras pensando y durmiendo. Y se añade al síndrome del impostor, omnipresente, como un saboteador lo tengo. Por lo visto es muy frecuente en mujeres, aunque mi hermano Paco me dice que también les pasa a muchos hombres. Es ese síndrome por el cual jamás darías clases. El mismo que hace vomitar hasta la primera papilla cuando te enfrentas a un tema nuevo, el que te come cuando vas a una entrevista de trabajo, a vender tus servicios, en fin, un largo etcétera. Aunque no se note a menudo absolutamente nada, porque son ya muchos años y la procesión va por dentro, sólo faltaba. Es también el que hace pensar para qué escribes, descontenta siempre con el resultado cuando terminas y ves, sabes, más bien, que no es eso todavía, que no llega a ser lo que quieres o lo que tiene que ser. Piensas que estás engañando a todo el mundo y que has hipnotizado como la serpiente Kah de “El libro de la selva” al pobre Mowgli o a quien sea. Un día se darán todos cuenta de todo y te echarán a patadas de donde sea. Me voy a dar una vuelta a ver si se me pasa y a cenar luego. Tengo gazpacho, bien. Y jamón ibérico de Barcarrota, mejor todavía. Y Pink Martini que quita las penas.
¡No sabes como entiendo lo del síndrome del impostor! Me pasa constantemente con mis proyectos de arquitectura. Nunca me quedo satisfecho con ellos y siempre les estoy dando vueltas hasta el último minuto... Y luego, cuando lo presento a los clientes o en algún acto al efecto, creo que todo el mundo va a pensar que es un desastre y que voy a quedar en evidencia por lo malo que soy...
ResponderEliminarMuchos besos.
Ay, me quedo atascada en el jamón, el gazpacho... y el aire acondicionado. M'has clavao el postscriptum video.
ResponderEliminarEres una sibarita, Aurora; lo que no me gusta es que haya que andar tanto contigo ¡eres incansable!
ResponderEliminarBesitos.
Es sanísimo dudar, lo malo es cuando empiezas a creer que aciertas;-) Son cosas del oficio y la soledad. Nos ocurren a todos. Duele igual, pero...
ResponderEliminarYa lo decía Machado: "En mi soledad, he visto cosas muy claras que no son verdad".
Saludos nocturnos, duquesa.
Opinador, lo de los proyectos anda que no tiene guasa. Veo a algún amigo y es de traca... y si los ganas, bien. Pero a menudo un curro impresionante y luego no. Pero qué bonito ser arquitecto, me hubiera gustado, me encanta la arquitectura, es la verdad.
ResponderEliminarLolo, la serpiente Kah es genial pero Bagheera es mejor todavía, negra y prudente...
Quequi, sí, sola hay que alimentarse bien, si no, se deja una. Si no tuvieras a JM o Lola ¿qué harías? Te darías lo mejor ;-) siempre que pudieras.... Y si vienes te subimos a la sierra a andar... ten cuidado.
Javier, muchas gracias, sí, la inseguridad es constante, me dio mucho gusto hablar contigo, me das no seguridad, que me la das, me das ejemplo, que es más importante. Un abrazo.
Olga, pienso que acierto en la vorágine, al inicio. Si lo duermes y dejas de lado, lo limpisas 70 veces 7 casi. Un abrazo.