Recuerdo aquella colección de libros infantiles que tenían el texto a la izquierda y luego en la hoja derecha iban las ilustraciones casi como un comic. Gracias a Jesus Dorda puedo explicar más: en el canto de los volúmenes aparecían las caras de los personajes. Ahí leí Miguel Strogoff del que me enamoré perdidamente. Miguel Strogoff era el correo del zar. Quería mucho a su madre y le habían encomendado una misión importantísima: llegar a una ciudad, ya no me acuerdo del nombre. El caso es que le atrapaban los tártaros que eran los malos. De la escena siguiente es de la que me acuerdo más.
Tú estabas ahí, en mitad del campamento tártaro, con los periodistas corresponsales, un inglés y un francés me parece, la hoguera, las bailarinas, las gitanas, con todos, mirando al pobre Miguel preso. A saber lo que iban a hacer con él esos bárbaros.
"Abre bien los ojos, ábrelos"... La frase se repetía. Querían que mirara bien sus verdugos, no sabías por qué. Todavía resuena en mi cabeza. "Abre bien los ojos, ábrelos"... Algo terrible iba a ocurrirle, ese empeño en que mirara. Por lo visto era costumbre tártara pasar una espada al rojo vivo por los ojos del enemigo para dejarle ciego. Miguel, que era muy buen chico, mira por última vez a su madre a punto de estallarle el llanto mientras le pasan el filo ese ardiendo. Huy qué daño, casi llorabas tú de dolor. Y zas, se quedaba ciego. Ciego. ¿Ciego? ¡Ciego! ¡Ciego!
Entonces, como en la película "La princesa prometida", parabas la lectura."Un momentito, un momentito, por favor, ejem. Esto no puede ser, seguro que he leído mal, volvamos otra vez hacia atrás..."
Pero sí, ay, Dios, que sí: se había quedado ciego, habías leído perfectamente. Y sufrías una barbaridad por el pobre Miguel. Estabas ya totalmente colada por él, vamos, hasta las trancas. No había remedio posible a esa devoción, sólo seguir adelante, entregada a él, a la lectura. Era una mezcla apasionante entre la ficción del relato y la realidad de tu amor de niña, o al revés, daba igual.
Había que cumplir la misión aquella, era su deber. Por eso también te quedabas al lado de Miguel palabra tras palabra. Seguías leyendo atrapada en el sillón o con la literna en la cama. Ahí ibas a estar fiel al texto acompañándole. Bueno, realmente era Nadia quien le acompañaba y guiaba, esa chica rubia con la que se había encontrado y a la que llamaba "hermana" aunque no lo era. Tú no eras rubia ni delicada. Tampoco viajabas con tu padre como Nadia. Además eras menor de edad y española. Pero daba lo mismo, estabas con él, aunque no te vieran, devorando las páginas, siempre leal. Desde luego no le ibas a fallar a Miguel, eso jamás.
El lector, la lectora especialmente -no sé lo que sentían los chicos al leer aquello-, sorteaba como Nadia al lado de correo del zar mil peligros y aventuras de todo tipo. Pasabas el frío que hiciera falta, lo que fuera. Por Miguel al fin del mundo. Miguel y tú. Tú y Miguel. Avanzabas en la lectura, devorabas las páginas y al final....
¡Miguel no estaba ciego!
Nos había engañado a todos. Sus lágrimas, al mirar por última vez a su madre en el campamento tártaro,s e habían concentrado dentro de sus ojos y, con el calor del filo al rojo, se evaporaron impidiendo que se quedara ciego.
¿Qué pasa, que es increíble? Que nadie se ría, por favor, a mí no me lo parecía. Milagroso sí, pero Miguel Strogoff se merecía eso y más. A los héroes les pasaban esas cosas: había que ser así, heroico, que es como le caían a uno hasta milagros. Pero si ponías algo tú de tu parte, había que poner todo lo que podías. Y luego listo, porque los héroes no son sólo valientes, tenían que ser también inteligentes, astutos.Y Miguel lo era y nos había hecho creer a todos -hasta a la propia Nadia- que se había quedado ciego. Por eso pudo cumplir su misión: engañando hasta a su amada para protegerla a ella también.
Miguel Strogoff... me lo sabía de memoria de tanto como lo leía ¡y ahora se me ha olvidado hasta la ciudad donde iba!
¿Qué pasa, que es increíble? Que nadie se ría, por favor, a mí no me lo parecía. Milagroso sí, pero Miguel Strogoff se merecía eso y más. A los héroes les pasaban esas cosas: había que ser así, heroico, que es como le caían a uno hasta milagros. Pero si ponías algo tú de tu parte, había que poner todo lo que podías. Y luego listo, porque los héroes no son sólo valientes, tenían que ser también inteligentes, astutos.Y Miguel lo era y nos había hecho creer a todos -hasta a la propia Nadia- que se había quedado ciego. Por eso pudo cumplir su misión: engañando hasta a su amada para protegerla a ella también.
Miguel Strogoff... me lo sabía de memoria de tanto como lo leía ¡y ahora se me ha olvidado hasta la ciudad donde iba!
"Abre bien los ojos, ábrelos". Cegueras y engaños que protegen a uno y a los demás, el valor, el sentido del deber, el frío y las gitanas aquellas, imborrable todo. Los nombres son lo de menos, creo, esos se acaban olvidando, salvo Miguel y Nadia.
"Abre bien los ojos, ábrelos". Y, por eso, cerrarlos, hacer que no ves, que no has visto. A veces es lo mejor, que te crean ciego todos para que algunos se puedan salvar de los tártaros, Nadia y tú también.
está claro que últimamente en los blogs veo reflejada mi infancia, también lo recupero, Miguel Strogoff,
ResponderEliminarUn abrazo
¡Buena entrada!
ResponderEliminarY aquellos libros, de esa colección y de otras maravillosas, ¡los que pude zampar!
Y el bien que nos hicieron.
Coincido, eran lecturas apasionantes.
EliminarDe esa colección le leí unos cuantos en mi juventud
EliminarSí señor, buena racha: un libro inolvidable, y una película de cine de verano.
ResponderEliminarY tienes un filón: "Guilermo tell", "La isla el tesoro", "Ivanhoe", "La vuelta al mundo en 80 días", "Las aventuras de Tom Saywer", ...
👍👍
EliminarAy Máster, ¡que me acuerdo!
ResponderEliminarMe acuerdo de la portada, del olor de esos libros, mezcla de tinta, papel un poco húmedo, nervios, sudores, mesa de estudiar, mantas de lana...
Me has abierto la memoria con esa portada. Supongo que lo que leí entonces se quedó en algún sitio.
Gracias por traerlos, gracias por el trabajo de traerlos.
A mí también me han traído muchos recuerdos la primera portada reproducida. Eran unos libros magníficos a pesar de sus defectos, y ahora parece como si hubiéramos sido la última generación de niños en tener acceso a estas obras maravillosas.
ResponderEliminarSí que eran maravillosos aquellos libritos en que la cara de los personajes aparecían en el lomo e invitaban a leerlos. "Ese seguro que es el malo" "¿Y es indio que tendrá que ver en esta historia?" "¿La 'Chica' del protagonista será esa rubia un poco cursi o esta morena de aspecto exótico?" y así lomo tras lomo en las estanterías de mis hermanos y hermanas.
ResponderEliminarMis libros eran de animales, pero también leí aquellos que parecían de aventuras, nada de lazos y trajes largos tipo Sissi.
Buenos libros, pero no creo que los niños y jóvenes de ahora se puedan quejar, su sección en las librerías es de alucinar.
¡Esos cuentos de 25! ¡Y Miguel Strogoff, del cual había olvidado todo, todo, excepto que era correo del zar! Y me traes el recuerdo de la espada ardiente sobre los ojos...
ResponderEliminarCapitán, señor, recuperaremos más estos días espero. Ayer leí a Antonio Azuaga y lo de las 4 plumas que me encantaban, ser cobarde era lo peor de lo peor. Vd. citó Beau Geste (seguro que lo escribo mal), otro tanto. Anda que no lo hemos pasado bien leyendo y viendo películas interesantes. ¿No es eso ser feliz ya?
ResponderEliminarSuso, qué bien nos lo hemos pasado leyendo. Tú como Modestino tampoco paras de leer al parecer. Cada viernes que te leo veo un libro bueno que recomiendas y una película de las buenas, gracias por las referencias siempre.
Modestino, de Guillermo Tell no puedo escribir. De la Isla del Tesoro y Stevenson, que me apasiona todo lo que escribió y he leído suyo, no todo todavía, así como el propio personaje, escribí y escribiré (Tusitala le llamaban, el que cuenta historias). Verne, siempre Verne, y luego Twain por supuesto. Te voy a mandar una cosa que te va encantar y está en audio, "Diario de Adán y Eva", ya verás cómo te gusta... Y más: "La cabaña del tío Tom"... tan impresionante siempre, "Corazón" de Edmundo D'Amicis que te hacía llorar sin parar, en fin, muchos, muchísimos... Y eso: qué feliz nos hicieron y nos hacen...
Lolo, ¿Nunca quisiste ser Jo de Mujercitas?, Y las mantas de lana que ya no hay creo que las tengan salvo en el ejército, en los hospitales o en las casas de abuela... Todo ahora es edredón... Un abrazo, guapa, gracias por leer siempre y por comentar.
José Miguel, encantada de tenerle aquí, me he pasado por su blog, soy curiosa por naturaleza. No soy nadie para decirle nada, pero escribe Vd. que me gusta mucho. Da gusto pasearse por muchos blogs, hay casas muy interesantes y ese mar de la foto de su blog parece del Camino de Santiago: el final con esas piedrecitas que los peregrinos vamos colocando una encima de la otra ya en Finisterre casi.
¡Dorda! Esos eran, esos, los de las caras en el canto, a ver si voy a la Cuesta Moyano o los encuentro por algún sitio, me encantaría. También teníamos libros esos de animales de África, otro día contaré el descubrimiento de la "naturaleza" de pequeña, y cómo le pregunté a mi padre que qué era aquello de la naturaleza, le puse en un brete... Y no, los niños de hoy tienen colecciones magníficas, muy cuidadas, hay de todo y mucho muy bueno, pero nosotros también tuvimos muchas cosas buenas. Creo sin embargo que algunos libros para niños me parecen libros para lelos, con permiso. Y los niños no son lelos. Otro día hablamos de eso, me parece que las adaptaciones en exceso no son buenas, y que hay un exceso de ñoñería a veces y una saturación de perritos y personajitos y tal. Pero yo soy lega en la materia, una mirada desde fuera nada más, sólo soy una tía -de parienta, claro- que regala libros a los niños o una amiga de padres que lo hace...
Susiño, la espada al rojo es que era terrible, pero la gitana espía aquella que me acordé ayer al final era ¡malísima! ¿te acuerdas de ella? Por otro lado ya de reyes pues un zar que es como más, si te lleva el diablo pues que te lleve en coche ¿no? Un abrazo fuerte.
Gracias a todos, compartir lo que leímos es bonito, también lo que leemos, gracias a los que leeis tanto y nos lo contáis en vuestros blogs. Muchas gracias por leer también estos recuerdos y por vuestros comentarios, siempre gustan.
A mí también me complace tratarle de Vd., Sra. Pimentel. No sé cómo he perdido su comentario en mi blog, pero muchas gracias por él, y la incorporo a mi lista de blogs. Un cordia saludo.
ResponderEliminarFenomenal, tu descripción de la pasión por Miguel. Era así, tal cual, era verano, y la vida esperaba pacientemente por nosotras. :-) A veces me parece que sigue esperando. Uauuuuuuuu!
ResponderEliminar¿Y Guillermo Brown? Genial ....
ResponderEliminarEn mi caso, recuerdo perfectamente el primer libro que leí, de un tirón, con consciencia plena, tendría unos seis o siete años: El Mago de Oz.
Y otro: 20.000 leguas de viaje submarino o Los hijos del Capitán Grant....
En fin ...
¿Has terminado?
A mí lo que me mata es esa manera de acompañarlo, créeme que me siento menos sola y menos tonta; yo me enamoraba muchas veces, leía porque quería estar con ellos, estaba con ellos. Nunca me besaron pero me abrieron los ojos, Aurora.
ResponderEliminarBuenos chicos.
Escribir de la infancia es el culmen de la Literatura.
ResponderEliminarFelicidades.
Mafalda, la vida no espera, estamos ya en ella, nos rodea, eso es lo bueno, que nos traga, con Miguel siempre, faltaría más.
ResponderEliminarPepa, por supuesto que Guillermo saldrá creo que el sábado, no podía menos: me moría de risa y mi padre nos los censuraba a veces, nos los daba con cuentagotas. Lo del mago de Oz ¡qué interesante! yo sólo vi la película, ni me acuerdo del libro. Claro está que tú eres INMENSAMENTE MÁS JOVEN QUE YO... Y no, no he terminado, sigo en ello... y en 100 cosas más, clases, moodle, etc. todo se junta esta semana.
Olga, creo yo que por estas tonterías ha pasado media humanidad femenina cuando leía Miguel Strogoff y otros muchos. No sé, no creo que seamos nada originales, aunque afortunadamente no hubo que competir nunca por él, menos mal, en el libro estaba para todas. Mira tú, una ventaja más de la literatura, que hay para cada una sin celos ni competencias cada vez que lees, caigo ahora en esto, qué tontería.
Javier se pasaba muy bien leyendo, se vivía todo con mucha intensidad, hasta un texto que cobraba vida.
Un abrazo a todos. Mañana más, seguiremos un poco más serios... Gracias por leer y comentar.
No creo que leas esto después de tanto tiempo. Pero recién he terminado de leer Miguel Strogoff y realmente me atrapó tanto esa historia como pocos libros lo han hecho. El punto es que estaba buscando en internet sobre si es posible o no, el quedar ciego como le pasó a Miguel y encontré el blog. Si bien no escribes sobre el tema no quería dejar de expresar que me he sentido identificado con tu entrada. ¡Qué buena historia caray! Además entendí que quizás no es necesario verlo desde un lugar tan racional al tema de la ceguera que se cuenta en el libro, si no más bien como lo que es, una narración de ficción. Saludos.
ResponderEliminarSi mal no recuerdo, el verdugo tartaro le dice una frase del Kuran que decia / Y NO VERAS MAS LAS COSAS DE ESTE MUNDO.../ o algo asi, puede ser?
ResponderEliminarSí, Fernando, eso le dice... perdona, no vi esto hasta hoy
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