martes, 4 de noviembre de 2008

Los pajaritos


Hace tanto frío y tan temprano, que me entraron las dudas de si las grullas estaban llegando a Gallocanta. Miré en internet y, efectivamente, empezaron a llegar hace ya unos días.

La afición a los pájaros me la transmitieron mi hermano Paco y mi cuñada Irene, también Felix y Amparo que saben un montón. Desde hace unos nueve años llevo en el coche una guía de pájaros y unos prismáticos.

Paro a menudo y observo pájaros, soy bastante mala reconociendo, pero muy entusiasta, lo segundo compensa lo primero.

Distingo ya herrerillos de carboneros, varias clases de rapaces, muchos pájaros de humedal -cigüeñuelas, avocetas, correlimos- también lavanderas, petirrojos, pinzones, tarabillas, muchas típicas de bosque bajo y jardín. De secarral, ahora dicen que estepa, también me manejo un poco. Me pierdo sin remedio en todos los patos (ánades), en todas las aves marinas y en todo el resto: son demasiadas y tengo que ver muchas más para poder empezar a reconocerlas. De cantos ni cuento: tendría que ir con gente que sabe quién es quién cuando cantan.

Todavía me acuerdo del susto al ver la primera vez una avutarda frente a frente y el que ella se llevó también. Me pareció enorme, como una super gallina. La perra que tenía entonces, Pepa, salió corriendo a por ella. Si la coge me meten en la carcel: creo que es un ave protegida.

Este verano lo pasé fenomenal en la laguna de Louro, eramos siempre pocas personas mirando a los pájaros. Recuerdo un 1 de enero precioso y helador en Castronuño viendo avefrías, verdinegras ellas, levantar el vuelo sobre el suelo nevado. Tantos días con las colonias de rabilargos grises y azules del Escorial, siempre tan sociables. O con el viento en la espalda o de cara y los buitres, como en una película del oeste, camino a San Frutos. Parece mentira que pueda haber unos pájaros como los abejarucos con tanto color y que hagan sus nidos en esos cortaos secos de tierra al lado de Boecillo.

Gallocanta es una laguna que se encuentra en Zaragoza, bastante cerca de Madrid, se puede ir y volver en el día. O hacer noche por ahí, hay buenos sitios y no muy caros. Eso sí, pasas un frío viendo a las grullas que ni te cuento: un año, el propio calor de los ojos empañaba el cristal de los prismáticos de tal manera que no podíamos ni ver, y eso que estábamos dentro de una caseta. Luego se te pasa, pero hay que comer y beber bastante para que se te olvide ese frío que se te sube por los pies y se enrosca en la cintura por bien equipado que vayas. Es la disculpa perfecta para un buen vino y un plato de cuchara calentito.

El espectáculo de las grullas, aunque hay otras muchas aves, es impresionante.

Su ruido, el graznido ese, el levantar el vuelo o tomar tierra de bandadas enormes no es para olvidar. Esa mancha roja que tienen, el pico tan largo, las patas elegantes, el gris perla en combinación con el negro. Es un animal precioso. Da gusto verlo y da gusto ver tantas a la vez.

Llegan en noviembre, más o menos, se quedan unas pocas semanas, y vuelven a pasar y parar otra vez en febrero o marzo, depende del lugar. Lo mismo creo que ocurre en Extremadura, pero yo a las grullas sólo las he visto en Gallocanta.

Supongo que como pasa en Villafafila los agricultores están hasta el alma de los pajaritos, de que sea Zona de Especial Protección de las Aves y todo lo demás. Machacan muchas veces el sembrado y no se les puede ni tocar.

Si se puede ir entre semana a Gallocanta, vale la pena, no hay casi nadie, algún ornitólogo inglés, pocos más. Conviene llevar un termo: té ardiendo con güisqui o coñac y azucar. Cuando se te acaba el té y tienes tanto frío que ni grullas ni gaitas ta vas a comer a Medinaceli y santas pascuas.

He tenido suerte, una de las películas más bonitas sobre pájaros, "Nómadas del viento", está en youtube y se puede oir en directo el ruido de las grullas. Hay otros vídeos de Gallocanta, pero de peor calidad y además no captan todo el frío que se puede pasar.

2 comentarios:

  1. Madrid es una ciudad repleta de gorriones.
    Tienen una vida corta pero intensa.
    Los hay que saben lo que se hacen, anidan en el Círculo de Bellas Artes.
    Otros acostumbran a posarse en las casetas de venta de libros viejos en la Cuesta de Moyano.
    Pero los que más me gustan son los que suelen acudir, muy temprano, a la terminal internacional del aeropuerto de Barajas. La T-4.
    Aquello es territorio comanche para ellos, pues las autoridades disponen de halcones para dispersar a las aves.
    Los gorriones, como saben que los halcones sólo trabajan de día, se acercan con las estrellas, para ver al gran pájaro argentino.
    Ciento sesenta toneladas azules con forma de Boein 747 de Aerolíneas Argentinas.
    Cada día, a las cinco horas solares, toma tierra.
    Sus turbulencias dibujan caracolas en el borde de sus alas. Magia aerodinámica. Mecánica de fluídos divinos.
    Tras aeronavegar toda la noche sobre la gran mar océana, se posan en Madrid.
    El pájaro azul.
    De sus entrañas surge una avalancha de buscavidas, que otean en el horizonte una señal de esperanza.
    Y lo primero que ven al llegar a mi pueblo es un gorrión.
    Y entonces, sólo entonces, cuando comprenden que la pequeña ave está allí para darles la bienvenida, al sentir que el gorrión se la está jugando con un par, pues el halcón puede despertar en cualquier momento, cuando ven al pájaro insignificante gozar de su libertad...
    Se tranquilizan.
    ...
    Empiezan a sentirse ciudadanos de Madrid.
    Gorriones libres.

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  2. Gracias, maestro, es uno de mis favoritos. Hay un montón de gorriones en Madrid. De hecho, hay un momento en que hay más gorriones en España que personas, nacen muchos, luego mueren y se "re-establece" el equilibrio persona / gorrión a favor de los primeros.

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