domingo, 12 de octubre de 2008
Vida perra, II. Pienso, luego existo.
Buenas, buenas, aquí estoy de nuevo, recién lavadita y con cara de buena.
Ayer mi ama tuvo un ataque de esos de posesión doméstica que le entran y donde no hay exorcismo posible: una actividad frenética, mercado primero y cocina en avanzadilla para toda la semana, no vaya a ser que se acabe el mundo. Al acabar de comer me miró y le dijo a Josianne "Y ahora voy a lavar a ésta en casa, que 35 euros es una pasta y estamos en crisis". Dicho y hecho, intenté escaparme, pero dos mujeres con una idea firme en la cabeza no son fáciles de placar. Y ahí que me metieron en el baño. Descubrieron que no tengo nada en contra del agua... si es caliente. Y muertas de risa comprobaron que me quedo muy quieta si el agua, mmmmmh ¡qué gustito!, está a temperatura agradable. Al final no estuvo mal, ellas se quedaron contentas con su hazaña y yo las dejé hacer. De vez en cuando tienen que tener la impresión de que el hombre -en este caso, la mujer- manda sobre el perro, luego hago lo que me pete. Tomen nota. Hacer como que te sometes, darles una pequeña victoria para que estén contentas, y luego... a tu bola. Es mi lema.
Pienso luego existo. Esto va de comida. Pienso = bolitas esas horrorosas pero necesarias para que yo exista. A mí lo que me gusta es la comida de los humanos, por eso me encantan los sábados, por eso estoy siempre en mitad de la cocina, mirando ahí a ver si algo cae: unos restos de huesos, unas cabezas de gambas, incluso patatas crudas, me encantan las patatas crudas. Mi ama se olvida cada dos por tres del pienso y mira que se lo dicen "Que tendrás que ir comprando el pienso porque ya queda poco". Y ella "sí, sí, me paso esta semana". Luego se lía y cuando no queda pienso entonces, sólo entonces, me dan lo que a mí me gusta: restos de la comida, arroz, legumbres, comida real, comida para una perra como yo, por Dios, no esa cursilada del pienso que no sé yo quién lo invento que es como si les hiciéramos a los humanos estar todo el día a cornflakes.
También me gusta cazar, es un decir, mi propia comida. Y no porque sea especialmente hábil, que soy torpe y me echo a llorar de desesperación cada vez que salimos al campo y veo que se me escapan a cientos los conejos. Pero a veces hay suerte y hay alguno más lento o simplemente ciego y allí que voy ya: zas. Lo cogí, le tengo mordido, realmente no estoy muy segura de si debo seguir o no, pero el instinto está ahí y yo lo sigo. Mi ama se enfada porque los dejo alelados y no los remato, y ella considera que eso sí que es cruel: no comérselos y dejarles heridos.
El otro día nos dimos una vuelta por el campo y volví como nueva. Estuvimos de visita en una casa con una perra de esas de raza total, una princesa rusa que parecía la tía, fue entrar en el jardin ese de la zarina y decir, yo aquí viviría. De hecho tomé posesión en cuanto llegué. Una casa preciosa en medio del campo, jardín chiquito pero estupendo, olores por doquier, cantidad de terreno fuera para la exploración que es otra de mis tareas favoritas. La exploración es otra misión perruna que pone a algunas amas un poco nerviosas si te entretienes un poco... Pero, narices, es como si la mamá del Doctor Livingston le dijera a la vuelta de Africa "Tardaste un poco en encontra las fuentes del Nilo". Y no, tía, que cuando se explora hay que tomarse su tiempo, el fin no es tanto encontrar como reconocer...
Soy una perra, me paso la vida trazando el mapa de olores y el de mi vecindario urbano lo tengo ya archisabido, necesitaría un mapa nuevo de terra incognita, vamos a ver si convenzo a mi ama.
Vida perra. El domingo se presenta tranquilo. Mi ama duerme a pierna suelta, pero yo tengo ya que salir, pero ya, Vdes. me entienden. Una perra tiene sus necesidades, esas cosas que nadie puede hacer por nosotros.
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