miércoles, 22 de octubre de 2008
A veces es mejor no hablar
Nunca creí que podría llegar a pensar esto.
Hace unos meses llamé a un viejo amigo, estaba pasando por una situación difícil en su matrimonio, quedamos a comer y a hablar, nos queremos mucho. Me contó por encima la situación, no era plan explayarse, no habia terceras personas, era otra cosa.
Le escuché con calma, aunque me daba muchísima pena. Y se me ocurrió mencionarle lo de la terapia de parejas. Saltó como un lince y me callé. "No me digas ahora lo mismo que ella. Pero ¿de qué vamos a hablar, con quién y para qué?". Siguió explicándome su resistencia. Y su dolor, sobre todo.
Siempre creí que los demás nos pueden ayudar, que un tercero no implicado y experto puede ayudar a alguien a salir adelante en una situación que puede ser muy habitual. No obstante me callé y recé, no pude hacer más que eso. No era plan insistir en la terapia. Sólo tiempo de rezar.
Afortunadamente tras el verano sé que la cosa va bien, mejor. Me alegro mucho, pero sigo rezando.
A veces las cosas se arreglan sin hablar. O no. Pero a veces no hay que hablar, no hay nada de lo que se pueda hablar. Hoy me he dado cuenta ya de una vez por todas.
Soy mujer y creo en la comunicación, venimos asi de fábrica. Las mujeres necesitamos hablar y que nos hablen. Necesitamos ponerle nombres a las cosas, establecer un hilo conductor, buscar una razón. Por lo menos yo. Necesitamos no sólo una explicación racional, sino emocional, de todo. Y puede ser agotador, lo sé.
Pero a veces no es posible. Mejor dicho: hablar no va a servir de nada. Si algo se tiene que arreglar, va a ser solo o por otra cosa que no es hablar, por otro lado. Como el matrimonio de mi amigo.
Hay veces que no se puede hablar. Y no es porque haya una lista de agravios personales tan duros que sea complejo entrar a saco. En algunos casos ni siquiera hay algo personal.
No hay nada personal que reprochar. Lo que hay es la constatación interna y machacona de que algo no funciona, o al menos no nos funciona.
Esa convicción de que algo no marcha es profunda, no temporal, y puede comenzar con la sensación ya lejana de que uno no encaja. Que tiene un espíritu que no acaba de adaptarse con el estilo, no sé si es el espíritu, de la otra persona, que es el que es. Que aquello que te atrajo y te ilusionó no es realmente como él es. Que hay algo que no es la simple vida -y como tal imperfecta- que produce un constante "no es él, no es esto, no". Que no es sólo un tema de roce vital.
A veces es mejor aceptar que las cosas son así, que no se va a cambiar nada de una persona a estas alturas de la vida, pero hay que reconocer que uno no es feliz.
Esa sensación de falta de encaje también se apuntala con otra: sabes que has hecho de tu capa un sayo muchas veces, interiormente. Puede ser al fin y al cabo una forma de sobrevivir que podría haberte hecho caer en la cuenta antes. Sabes también que tu entrega a esa persona no ha sido tal. Había algo que te reservabas siempre, una manera quizás de poder tirar adelante. A mí esto me lo dijo un amigo hace bastante tiempo. "Eres demasiado fresca para estar ahí, y si estás es porque realmente no estás". "Demasiado libre". "Demasiado independiente mentalmente". Me lo han repetido varios, muy diferentes. Me dolía en el alma. Pero era verdad. Es verdad.
Y pese a que una creía, porque también se lo habían dicho, que ella tenía bien "cogido" el espíritu de la otra persona se da cuenta que no. Que no era el espíritu del otro. Era otra cosa, no sé si propia de una misma, no sé si proyección de lo que le gustaría a uno, de lo que quisieras que fuera, no lo sé. De verdad que no lo sé.
Precisamente por todo eso uno a veces no necesita un ajuste de cuentas. Porque sabe que en su caso todo es mucho más fácil. Porque de una manera inconsciente, es posible que natural, una ha salvado siempre una parte de sí -la conciencia, el alma, la libertad, lo que fuere-. Y eso mismo que le ha permitido sobrevivir mejor hace que el adiós sea, también, con mucho menos dolor, más fácil.
No es el caso de otros ni de otras cuyas palabras desabridas, cuyo dolor, o incluso humor, claman al cielo y deberían hacer pensar. Y no sólo estar al quite para rebajar la tensión o puntualizar dejando a salvo e impoluta a una de las partes. Creo que a veces puede sobrar elegancia, incluso corrección formal o de contenidos o una apariencia de neutralidad, pero pueden faltar agallas, corazón y cabeza. Es una opinión mía, no puedo estar segura.
Puede suceder también que tras un proceso largo puedas poner nombres a los sentimientos, las intuiciones, las constataciones, las preguntas y las respuestas que uno venía haciéndose. A veces no podían ni ser formuladas de una forma coherente. Otras, por pereza, por lealtad, por un montón de cosas, no se expresaban con la contundencia y claridad que hubiera sido deseable. Otra sí, otras se han podido decir por activa y por pasiva. Seguro que todo eso también se lo han dicho antes otras personas, más buenas y mejores que una. Creo que también hay ambientes que no son especialmente propicios para mostrar dudas, preguntas o desacuerdos, no ya de fondo, de forma también. Y él es como es. Y tú como tú eres.
La literatura sirve para poner nombres y reconocer. Leer y escuchar a otros sirve para eso. De repente lees o escuchas algo y dices "eso es lo que llevo sintiendo, pensando, desde hace mucho y no sabía explicarlo bien". Es pasar de lo que te parece anécdotico, porque no lo puedes clasificar o calcular bien su peso, -piensas que sólo te pasa a ti-, a darte cuenta que algo existe, no es sólo tu percepción, tu imaginación, una mala racha, algo que conviene no pensar.
Pensar y rezar ayudan. Reirse mucho, tener hermanos y amigos también sirve para que, sin hablar con ellos siquiera, las cosas tengan un nombre, acaben teniéndolo. Acaban así el corazón y la cabeza convencidos de que no es posible: los dos.
Dejar a una persona con la que has compartido muchas cosas, con cuya familia y amigos has encajado en muchas cosas es muy difícil. Lo sé por experiencia. Has cogido mucho cariño a mucha gente. Pero sabes también que si hay cariño permanecerán en tu vida, lo esperas y, por tu parte, no quedará.
Creo que dejar a alguien cuando todavía piensas que le quieres, cuando todavía asumes que puede no haber culpables, es mejor que hacerlo cuando hay un deterioro bestial. Creo que el momento es cuando estás segura que esa persona no está hecha para tí, ni tú para él, pero no quieres juzgar, ni siquiera valorar -faltaría más- si puede hacer a otras personas felices, muy felices. ¿Quién soy yo para decir una cosa así? Ni se me ocurre. Sólo sé que a mí no.
Creo que reconocer el cariño que ha existido y lo que has crecido con una persona, con muchas personas, es de simple justicia y sirve para emprender otro camino con serenidad y sin reproches.
El despido interior puede comenzar a veces antes de expresar la decisión, del decir "mira, lo dejamos". Creo que es otra estrategia de supervivencia interior. Cuando descubres que hace tiempo que tú no estás escuchando porque sabes ya lo que te van a decir y sigue sin convencerte, sin llegarte al corazón o al alma comienza ese despido interior que lentamente te va preparando para decir adios. Cuando ves que tu vida y lo más sagrado que tienes de ella, tu interior, puede seguir adelante, que no necesita de algo que consideras un aparato externo. Que necesita realmente sólo lo esencial. Que busca posiblemente otra cosa que ahí no está.
Creo que entiendo ahora mejor a mi amigo, creo que entiendo mucho mejor a otros muchos amigos, amigas, creo que sé porqué no siempre lo mejor es hablar.
Sé ahora porqué a veces la gente simplemente ya ni habla, porqué se rompen las cosas con tanto estruendo y dolor, porqué incluso alguno quiere que le pillen in fraganti en una infidelidad y no sólo la comete, deja el movil a la vista.
En cualquier caso no es bonito ver a gente que se quiso mucho tirándose las cosas a la cabeza,. Tampoco creo yo que sea justo interpretarlo siempre como simple resentimiento de sólo una de las partes.
Quizás el estruendo -tanto en número como en el tipo y calidad de personas detrás de tantas rupturas- deberían hacer reflexionar a algunos hombres, a algunas mujeres. Más allá de lo personal pueden existir otras razones, se me ocurre . Pienso que quizás puede ser fácil, y hasta cómodo, tachar a la gente de resentida, de mal estilo y malas formas. Y quedarse ahí. Pero yo creo que cabe la posibilidad de que quizás detrás de todo ello a veces puede haber algo de verdad, escupida sí, con mal estilo, pero verdad al fin y al cabo. Algo de verdad. Se me ocurre. No sé.
Sólo sé que yo no. En conciencia y de corazón.
Abriendo los ojos mucho para ver, pero sobre todo mirándome por dentro.
Yo no. Sería más cómodo, sería más fácil, pero no sería yo.
Por todo esto no hay nada de qué hablar a veces.
Es sólo saber que no.
Con mucha paz.
Con mucha fe.
Simple y llanamente no.
Sin dar muchas explicaciones.
Es mejor.
Ahora sé que es mejor.
¿Cuándo dejamos de ver al otro?, ¿Cuándo esa soledad compartida deja de estar a nuestro lado?...
ResponderEliminar... Sólo el silencio es capaz de significar. Sólo la ausencia de palabras sabe del esfuerzo por seguir en el camino correcto.
Y entonces tenemos que salir al camino que pensábamos no era nuestro. Y de repente, a mitad de trayecto, nos encontramos a nosotros mismos tal cual somos, no tal cual creíamos ser.
Y todo... en el latir sincero del silencio, y del calor de una soledad infnita.
Y sucede que... pues eso...
"... No hay nada de que hablar a veces. Es sólo saber que no. Con mucha paz. Con mucha fe. Simple y llanamente no. Sin dar muchas explicaciones."
Y la vida sigue su andar. Y se vuelve a nacer. Y a sonreir.
A veces hay que hablar. A veces hay que cerrar el pico, "porque callada estás más guapa, rica".
ResponderEliminarNo sé. No hay fórmulas matemáticas. Y ahí está la gracia de todo lo que tiene gracia. Que es mucho.
Creo que las mujeres os pasáis tela dándole al organillo. En ocasiones dais demasiadas vueltas al tornillo. Y eso torra mucho:
- ¿Seguro que de verdad no te molesta que haya tardado 10 minutos en maquillarme?
- No.
- ¿Seguro?
- No me molesta.
- Pero, ¿de verdad?
- Que sí, que no me molesta.
- Oye, dímelo con tranquilidad, que a lo mejor te ha molestado y no quiero que te mortifiques por mí. Que a lo mejor has pasado frío y no quiero que te sientas mal.
- Que no me ha molestado.
- Pues me da la impresión de que sí, de que estás molesto, y tienes que soltarlo.
- Que no.
- ¿Seguro, seguro?
- Seguro.
- ¿De verdad de la buena?
- De verdad.
- ¿Y crees que estoy guapa?
- Sí.
- Pero creo que esa cara que traes es de estar molesto porque he tardado un montón. Es que no encontraba el gloss color inteso y he estado mirando en todas partes. ¿No estás molesto?
- No.
- ¿Pero en serio?
- En serio.
- Entonces, ¿no estás enfadado?
- Que no, coño.
- Ves cómo estás enfadado.
Eres ... encantador, José María.
ResponderEliminarSin embargo te diré que... ¡¡¡tenemos que hablar!!!
Jua, jua.
En serio, de verdad. A ver si quedamos y hablamos con calma. Me tienes que contar tú también cosas, no? soy tu coach o no lo soy, jolín!!!
Je, je. Claro que tenemos que hablar. Este fin de semana estoy en Pamplona. No sé si el domingo por la tarde sería buen momento, o bien el lunes o miércoles. Te llamo.
ResponderEliminarFeliz día.