El chantaje nos parece algo propio de "mala gente" que amenaza con revelar un secreto, un mal comportamiento, si no se cede a sus pretensiones. El chantajeado temeroso paga con dinero o de otro modo con tal de que, por ejemplo, no cuenten a su mujer una infidelidad. El que robó, traicionó o corrompió algo o a alguien pagará, callará o hará la vista gorda o un favor con tal de que su pecado no salga a la luz. El chantajista lo tiene cogido.
Pero hay otros chantajes en la vida que en algún momento podemos padecer o practicar. Son los chantajes morales o emocionales que, porque no somos ángeles, pueden tener lugar en la familia, en la amistad y el amor. Los niños, los jóvenes, pueden ser expertos chantajistas. Bien es cierto que no amenazan con contar oscuros secretos, no les hace falta. Lo hacen cuando son pequeños con el llanto -"si sales, lloraré y lloraré y patalearé"- y, también, con algo muy duro, con el "no te querré".
Me dice una amiga que ser padre o madre es estar dispuesto a soportar que un hijo te diga alguna vez que te odia, que no te quiere o, peor, que tú no le quieres, y seguir adelante haciendo lo que tienes que hacer: educarle.
Los padres también pueden chantajear sin querer, sin ser conscientes muchas veces, especialmente cuando, como los niños, son más débiles.
Habitualmente en este tipo de chantajes en la familia, la amistad o el amor, el chantajista es o se siente más débil y amenaza abierta o sutilmente por donde sabe que puede.
"Sí hijo, nada, que no pasa nada, que no vengais, si al fin y al cabo yo estoy sola como siempre...". A veces ni siquiera hace falta la queja verbal, basta con el tono de voz o una mirada triste.
El chantaje emocional, moral, se puede alimentar también por la falta de memoria. O se puede entremezclar con otras cosas.
Bajo la apariencia de servicio, de querer echar una mano, late imperceptible en algunos casos la necesidad de sentirse insustituible, importante, de ser el centro de gravedad o recuperar o mantener algo que tiene que ver con el poder, no con el cariño como pensamos.
El chantaje en familia o en el amor, como cualquier chantaje, no deja de ser un intento de limitar la libertad de las personas.
Es difícil querer y a la vez respetar y amar la libertad del otro, tener la finura de alma y la generosidad, también la inteligencia, de darse uno cuenta cuando se nos puede deslizar un velado chantaje y no querer nada que no sea de una mujer o de un hombre libre.
Al fin y al cabo todos queremos que nos quieran y podemos llegar a creer en la práctica eso de que en el amor y en la guerra todo vale. A veces el temor de que dejen de querernos, o de que no nos quieran o nos quieran menos, es tan fuerte, que posiblemente con buena intención y sin malicia empujamos levemente o con más fuerza al otro.
Son chantajes, pequeños o grandes, que nos pueden enredar o que tendemos al otro en la amistad, en el amor. Dar pena es uno, sacar la lista de reproches, todo lo que hice por ti, el inventario de lo que me sacrifico o me he sacrificado es otro fantástico muy utilizado y eficaz.
Identificar lo que es un chantaje emocional o moral es el primer paso para no caer o salir de él, también para no ser el chantajista o su cómplice.
A veces hay que decir con mucho cariño que alguien puede no tener razón en sus demandas y que es un chantajista. Aunque sea tu madre, tu novio o un amigo. O el de otro.
Hola Master.
ResponderEliminarMuchas felicidades por tu blog. Me encanta.
Tienes mucha razón en todo lo que dices aunque me gustaría que escribieras más sobre cómo evitar ser nosotros mismos chantajistas puesto que, en mi opinión, es más fácil ser chantajista que dejarse chantajear (tendrá que ver con lo de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio).
Saludos, Patricia.
No hay derecho, tu con la foto en bikini y yo con mis nubes... bueno, espero que esto genere tráfico en el blog... y se anime el personal a participar. Pues sí, una/o puede ser una/un chantajista, pensaré lo que me dices... y voy a ver si algo escribo. ¿Te llamaron de ese sitio? Sé que les gustaste ... bueno, ya me dirá...
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