martes, 17 de agosto de 2010

La Casa de Fieras


En los años 60 hay en el Parque del Retiro de Madrid un pequeño zoológico llamado la Casa de Fieras. Está un poco más abajo del Florida Park, una sala de fiestas de mucho ringo rango. En ese zoo minúsculo hay un elefante que se llama Perico, leones y osos y hasta llamas. Enjaulados en un espacio pequeño donde apenas pueden moverse esos animales son admirados por los niños que nos criamos en el parque.

Salgo con Pili al Retiro en el carrito de paseo, mi conejito rosa y blanco colgado a un lado.

“Chist, chist, guapa…”

Pili sigue seria y con los ojos bajos. Lleva un abrigo de tweed con puños negros, un moño bien puesto, ella siempre elegante. Las mujeres decentes no se vuelven cuando les piropean o llaman si no conocen a quien lo hace. Y si el hombre las conoce, no las chistan por la calle, son más tímidos y se lo dicen cara a cara, pero en voz baja.

Son años de leotardos y capota blanca que siempre te abrochan al salir de casa. Luego, al ir al colegio, vendrá el verdugo, un gorro de lana que a la manera de los verdugos medievales te cubre garganta y cuello y pica un montón, lo odiaremos, pero según mi madre sirve para no acatarrarse.

Pili me pone en sus rodillas y de repente se levanta conmigo en los brazos y señala “Mira, por allí viene el abuelo…”

Allí está él, el padre de mi padre, subiendo las escaleras con el bastón, muy despacio. Está ya muy enfermo del corazón, vino muy fastidiado de Rusia hace muchos años, ya no trabaja, pero se pasea a veces por el Retiro y viene a verme, sabe dónde nos sentamos. Morirá al poco de nacer mi hermano Juan, aunque será su padrino.

“El Caudillo, el Caudillo…” gritan de repente. Es Franco, que pasa por medio del Retiro, por el paseo que cruza el parque. Se sabe que es él por el coche, por la gente que lo dice, porque en algunas ocasiones viene rodeado de una guardia que tiene que va a caballo, otras no, sólo un par de coches que lo acompañan, poco más.

Es invierno y casi todo es negro, blanco y gris, hasta los árboles son blancos y grises, como es gris Perico, el elefante. Mi abuelo tiene un abrigo negro, y sus zapatos son negros, como el pelo de Pili, negro azabache, negro muy negro. La llama de la Casa de Fieras, ese animal tan raro, es muy blanca. Más adelante, cuando aprenda a leer, sabré por el Capitán Hadock que la llama además tiene mal genio si te acercas demasiado y come las barbas de la gente. Mi abuelo no tiene barba, solo gafas.

Los guardias del Retiro van vestidos de pana marrón con adornos rojos y llevan un sombrero ancho, son impresionantes. Ponen multa cuando ven a los novios besarse.

5 comentarios:

  1. Estoy disfrutando mucho de estos relatos de infancia; especialmente el del practicante me trajo muchos recuerdos (y no agradables, pero es agradable recordarlos).
    ¡Ese mundo de los 70!

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  2. Yendo de tu mano se puede casi ver lo que estás describiendo. Hermoso relato.
    Un fuerte abrazo.

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  3. Perico era un elefante indio que tenía la capacidad de reconocer las monedas y sabía contar. Los niños le poníamos una peseta en la trompa y él se la entregaba al cuidador y le reclamaba diez caramelos. Si la moneda era de 50 céntimos (dos reales, de esas con agujero), se conformaba con los cinco caramelos correspondientes.
    El guarda, de vez en cuando, intentaba engañarle en el número y entonces Perico daba un bufido.

    También llevábamos el pan duro para repartir a diferntes animales, pues en la Casa de Fieras se podía hacer eso. Mis favoritos eran los osos polares, que reclamaban su premio aplaudiendo y haciendo carantoñas. En el nuevo zoo de la casa de campo, sin el contacto con el público los osos languidecieron y se dejaron morir.
    Así se empezó a gestar mi pasión por los animales, en un cutre zoológico. Hoy veo los restos de la instalación que aún quedan en pie y me asombra como se podía tener a los animales en espacios tan pequeños e inadecuados, pero entonces era al mejor lugar que me podían llevar.

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  4. Como a Jesús, y a muchos niños de la época, me fascinó la Casa de Fieras, nombre decimonónico que asocíabamos a aventuras exóticas como las "pelis" de Tarzán, el de los monos. Por cierto, el foso de los monos era uno de mis rincones favoritos.
    Aquel recinto carcelario fue lugar de cautiverio para los animales y de evasión para los niños (generalmente, también muy animales).
    Saludos y gracias por el recuerdo tan bien traído.

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  5. Ángel: gracias, me has quitado de repente 10 años, esto solo se arregla (agradece) invitándote a un vino con Suso cuando vaya por Santiago ;-)

    JM, a todos nos pasan cosas similares, gracias por tu lectura siempre, yo sigo pensando en las vacaciones futuras ¿las has colgado? Un abrazo fuerte, os esperamos.


    Jesús: GRACIAAAAS por todo lo que cuentas, me ha encantado, mira, yo no recordaba lo de la versión matemática o mercantil de Perico, pero al contarla tú de repente me acordé ¡es verdad! La Casa de Fieras, pequeña, que hoy nos parece una caja, era preciosa y los niños que luego hemos sido bicheros... tenemos ahí el origen de esa fascinación por los animales (y en Felix Rodríguez de la Fuente luego). Se me ha ocurrido una idea que voy a contarte inmediatamente...por correo.

    Javier, los monos son geniales pero a veces todos chillando ¡daban un miedo de espanto! Te imagino el el zoo... mi terror era en cambio caerme en el foso y que adoptara la familia de monos... no poder salir de allí, todo el tiempo despiojándote...

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