martes, 8 de junio de 2010

Iguales para que nadie se ofenda (I)




Desde hace largo tiempo noto que, sin querer, se pega un sentido de la igualdad que me parece que no es bueno. Ayer lo comentaba Cotta. No estoy hablando de igualdad ante la ley o de la igualdad cristiana que recuerda que somos hermanos porque Dios, que es Padre, nos ama a todos como hijos, no hay un favorito u otro, a todos nos quiere con amor personal e inigualable. Me refiero a un sentido de igualdad perverso que se fragua en la enseñanza y se difunde luego. A ver si lo puedo explicar sin que sea muy largo.

“Fulanita es muy guapa, qué barbaridad de mujer…” “Bueno, hija, no lo es tanto, pero es que la pobre es tonta del haba...”. Los dones naturales, aquellos que Dios o los genes dan, se minimizan y se busca el espíritu de igualdad como si el Creador o la naturaleza fueran el Ministerio de Hacienda. Si alguien tiene algo, si es que se llega a reconocer, hay que recortarle luego por otro lado. Es como para consolarnos de un don, el que sea, que sabemos que algunas personas tienen sin haber hecho nada. Y eso molesta a veces. ¿Por qué molestan los regalos, los dones, lo gratuito? Habría que preguntárselo. La gratuidad se entiende mal en una sociedad donde todo tiene que ser el do u ut des o ese ir por el conducto reglamentario: todo a todos, lo mismo y del mismo grado, porque somos todos iguales y, si alguien tiene más o diferente, hay que nivelarlo.

Pero no sólo es negar esas diferencias naturales que se dan al nacer , lo que, por otro lado, tampoco tienen mucha importancia, son y no pasa nada. También negamos sorprendentemente junto al regalo el mérito, cualquier mérito personal por el que alguien logra algo. Ante un rico automáticamente se piensa que es un sinvergüenza y habrá robado o que tuvo una suerte injusta que se nos niega al resto de los mortales. Sólo los futbolistas o los artistas se salvan algo, pero el resto, especialmente los empresarios, son en este país mal vistos, no se les perdona y, desde luego, no se piensa que su esfuerzo puede explicar algunas cosas, no siempre, pero sí a menudo. Por eso en televisión triunfan tanto los impresentables, las personas muy zafias. Molesta menos su vulgaridad que la excelencia. Consuela incluso verles tan desastre ahí en ese parnaso televisivo, triunfando. Es el éxito de la ordinariez, de lo peor, siempre menos doloroso que el de quien es más o mejor que nosotros en algún aspecto. Éste es un país de envidiosos, por eso el igualitarismo crece bien y sano y se alía con la vulgaridad.

La teoría de la excelencia por la constancia y el esfuerzo tampoco es aplicada. Aquí todo tiene que ser espontáneo y fruto del genio personal, donde, ahí sí, somos todos inigualables. Es el complejo denominado "Lola Flores", el “yo too lo llevo dentro”, de oficio, horas y técnica, nada, se calla. Sólo hace falta que nos den una oportunidad para que salga, que no nos machaquen mucho con imposiciones académicas o de otro tipo. Esto en enseñanza me dicen que está a la orden del día. Junto a no querer dar ni chapa muchos chicos, y lo que es peor, sus padres, creen verdaderamente que son geniales y únicos, y que el instituto o el colegio son muy molestos lugares donde se les coloca en un sitio que no es el que les corresponde.

“Son unos valientes impresionantes” le comentó un familiar mío a una persona a raíz del modo en que viven algunos en ciertos lugares de España sin querer marcharse de su tierra por miedo o amenazas, sin pagar el impuesto revolucionario, resistiendo con valor. “Bueno, pero eso no les hace mejores que nosotros” le contestó el otro. “No, perdona, sí que son mejores que nosotros en eso al menos, son más valientes que otros muchos...” dijo mi hermano. No todo es exigible, claro, pero desde luego hay personas más admirables en algunos aspectos, comportamientos, momentos de su vida, etc. Los hay.

Es un ejemplo, pero hay otros muchos. Lo notas cada vez que alabas a alguien en algo que hace o que es, se intenta minimizar en cuanto se puede: “Ha vendido muchos libros”, “su libro es elemental y lo hace cualquiera, ella es puro marketing”; “liga una barbaridad”, “es que exige poco, así cualquiera liga...”; “es un hombre muy inteligente”, “bueno, no tanto, ¿tú has visto su última metedura de pata del otro día?”. Es como si molestase la luz del otro, la que tiene, la suya, única, con sus sombras, claro. ¿Quién no tiene sombras? A veces es como si prefiriésemos que todo el mundo fuera una bombilla con una luz exactamente igual a la otra, a la de al lado. O buscamos la sombra, que siempre existe, la hacemos más grande, como si así ésta pudiera ocultar el hecho de que en algo o alguna vez alguien tiene una virtud, algo bueno, digno de admirar o de reconocer al menos. O que hace algo heroico o muy bien hecho, aunque luego pueda ser un desastre en otros aspectos. Pues no: "no será para tanto", "fue la casualidad", "sí, sí, muy listo, pero mira lo mal que le va en..." Somos de traca.

Hay más aspectos de la igualdad que ya no caben, volveré mañana. Por ejemplo, la mención a los diversos “colectivos” (lo siento por la palabra, que alguien me dé otra) siempre con pinzas, por si acaso. Ya le pasó a Juanma hace unos meses, un poema a una mujer madre … que quiso explicar bien... no fuera a ser que las que no lo son madres se dieran por ofendidas. Y es que estamos a la que salta y así no se puede hablar de nada. El maldito igualitarismo es un peñazo. Y está bien metido para nuestra desgracia. Quizás el lema hoy es por la igualdad al desastre.

19 comentarios:

  1. Amén.

    Olé tu luz y olé tu sombra, Aurora.

    Besos.

    ResponderEliminar
  2. En el fondo dos cosas:

    La incapacidad de admirar como manifestación suprema de mediocridad.

    Y otra cosa: el resentimiento como móvil capaz de dar sentido a la vida.

    De esto ya nos habló Homero al describir a Tersites.

    Saludos y que tenga usted un día espléndido.

    ResponderEliminar
  3. Salvo las dos igualdades que citas, las demás son feísimas. Coincido con Gómez de Lesaca. ¡Tersites a la porra! Recordemos a Héctor y a Aquiles. Yo reconozco que siento un placer muy hondo alabando a los excelentes delante de la gente, para que si alguien sale con la envidia, desenmascararla. Y en la enseñanza eso está a la orden del día. Por ejemplo, hay que dar mil justificaciones oficiales para suspender a un alumno, pero si les pones a todos un diez, nadie dice nada. El resultado es que el diez del excelente vale lo mismo que el diez del mediocre. Me ha encantado esta entrada.

    ResponderEliminar
  4. Pues ya se me han colado estos señores... pero bueno, no puedo dejar de decirlo, salvo la igualdad ante la ley, que esa debe tenerla incluso quien no se la merezca, y la igualdad ante los ojos de Dios, no hay ninguna otra. No existe. Otra cosa son las injustas desigualdades sociales, que esas existen, no seamos cínicos, y debería tenderse a ir haciéndolas más pequeñas. Si no tienes ni dinero, ni formación, ni oportunidad alguna en la vida, por mucho talento que te haya tocado en suerte, lo tienes muy difícil.

    Matizaré el comentario de Gómez de Lesaca: no es incapacidad para admirar (el envidioso es el más fiel admirador del envidiado) es incapacidad para reconocerlo, una falta total de generosidad que lleva en su pecado su propia medicina, porque convierte un sentimiento que podría ser bueno en una tortura. O torturilla. Ni para eso deja grandeza la envidia.
    Dios nos libre de sentirla en serio, más allá de pequeños pinchazos en el corazón, tan comunes como humanos.

    Y qué verdad lo que dice Jesús: en la enseñanza, las auténticas víctimas son los alumnos excelentes. Para cuando acaban el ciclo académico, si algo han aprendido es que hacer las cosas muy bien no se premia. Se premia no dar problemas: que no se acumulen repetidores ni macarras y que nadie nos llame la atención por nada. Y solidaridad con vagos y torpes, no nos vayan a tachar de elitistas. La igualdad es poner los medios para que todo el mundo pueda sacar el potencial que Dios o lo que sea le ha concedido. Que es un potencial muy distinto, le pese a quien le pese.
    En fuán.

    ResponderEliminar
  5. ¡Pues vaya entrada!...¡No es para tanto!

    A mi me da igual.

    Me da igual que no se sepa apreciar los valores ajenos.
    Me da igual que nos sean ajenos los valores apreciables.
    Me da igual la envidia de los mediocres, tanto como la mediocre envidia.

    Porque todos somos iguales...¡Y yo más que nadie!

    (¿Igual me equivoco?)

    ResponderEliminar
  6. Ramón, no sabes lo que te agradezco lo de la sombra, por el calor que hace... y por la oscuridad que todos tenemos, presentes siempre, a veces unas veces más que otras... Besos de vuelta.

    Sr. Gómez de Lesaca. Comparto el 1 y el 2, pero, ay, ignoro lo de Homero si le soy franca. Intentaré subsanar esa ignorancia. En cualquier caso, creo que se puede ser mediocre y admirar, un poner, al que sale en la tele y es famoso, rico, popular, lo que sea. Me dice algún amigo que sus alumnos quieren ser famosos, simple y llanamente, como los de la tele. No hacer algo -ser actor, científico, médico o lo que se tercie-, sino ser "populares", conocidos, y, por supuesto, siempre con pasta... Ergo se puede admirar algo y ser mediocre, me parece. Yo también le deseo un día espléndido.

    Jesús, ¿me contarás lo de Tersites, me dirás dónde lo leo?, perdona, soy una total ignorante...
    o no me acuerdo, todo es posible a estas edades :-) Lo de la envidia, ya lo hemos hablado tú y yo, creo recordar, tiene algo ... no sé, creo que es una llamada al "queredme, por favor", una falta de que lo achuchen a uno, sentirse necesitado y no saber cómo pedirlo, no sé, vamos a verlo por ese lado, que es más humano... Y a olvidar la parte mala que pretende hacer daño y no puede, rebota a menudo con la buena estrella y el afecto que como una muralla rodea a tantas personas...

    Olga, claro, pero es que el sistema hoy es el de café para todos hagas lo que hagas. En el ámbito educativo y en otros. Y eso es un desastre. No estoy hablando de no escolarizar o dar oportunidades, faltaría más. Ya sabes a lo que me refiero: a la igualdad por decreto ley no vaya a ser que se ofendan o se traumen. Y así salen perjudicados los que se esfuerzan. En fin, mañana segunda parte si puedo.

    Javier, igual me equivoco yo con esta entrada. Un abrazo, frases frescas, frescas frases, ¿lo ves?, ya me he liado ;-)

    ResponderEliminar
  7. Master en nubes: tiene usted razón. Pero no utilizaba el término mediocre como sinónimo de normal o corriente.

    Me refería a otro tipo humano definido por la ramplonería y la tacañería arraigada en el alma.

    Olga B.: es cierto pero en la admiración existe siempre un fondo de generosidad que el mediocre no tiene. Frente a lo mejor no admira sino reacciona con una sonrisa sin alegría. Jamás se quita el sombrero ante lo que merece todos los homenajes.

    Como yo me lo quito ahora.

    PS: Jesús Cotta: que los dioses guarden a todos los que saben estar en su sitio sin una queja. Sean aqueos o troyanos.

    Y ya no escribo más.

    ResponderEliminar
  8. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  9. Tersites, si mal no recuerdo, es un personaje de la Ilíada que Homero presenta como feo y envidioso y lenguaraz. Tiene la desfachatez de recriminarle a Aquiles su conducta. Y luego, fuera ya de la Ilíada, protagoniza una historia en la que es testigo de cierto acto de Aquiles que mejor te cuento con una copa por delante. Y ese acto lo va pregonando el muy canalla por ahí, como si así Aquiles dejase de ser quien es. Un beso.

    ResponderEliminar
  10. Es verdad, GdL. Sonrisa sin alegría, la sonrisa del cinismo. Quizá por eso desconfío tanto de la ironía (aunque se considere inteligente por decreto), una media sonrisa que hace daño. Ese quitarse el sombrero es un gesto precioso.

    ResponderEliminar
  11. Me ha encantado este post Máster! Lo suscribo al 100%. Y los comentarios muy buenos.
    También de la mitología Griega viene al caso "Procusto", el igualador.

    ¿Admirar un don o mérito ajeno te hace de menos? Creo que no, a no ser que uno se tenga en baja estima (con o sin razón) y sea bastante corto de miras.
    Creo que es uno de los problemas patrios más importantes que tenemos (si no el que más). Sus múltiples consecuencias amenazan con abducirnos al pozo a medio-largo plazo.

    Los americanos por ejemplo nos llevan ventaja en esto. Citan unos los trabajos de otros. Saben reconocer y descubrir la valía ajena y apostar por ella. Se incentiva el esfuerzo. Y rodeado de gente estupenda, el que no lo es tanto tiende a elevarse, por ósmosis. A largo plazo, ese fair-play beneficia a todos y es el motor que hace avanzar a toda la sociedad.

    También fallamos en organización, y diría que estos dos problemas básicos están relacionados entre sí. Una cualidad, como la flexibilidad (unida a su vez a la creatividad) propia de un latino, debería ser una ventaja añadida, pero se convierte en un obstáculo (sobre todo sazonada con un ego desmedido). Aquí todos sabemos de todo, y lo de trabajar en un grupo, cada uno experto en su área, no nos va. Un poco más de cuadriculamiento aseguraría quizá a cada uno su espacio de desarrollo propio, sin desmerecer a nadie, sin celos (podría ser?, no sé). A los americanos les funciona, engranan varias piezas, cada una de una forma y aquello marcha. Aquí todos redondos, imposible encajar piezas. El reloj se para.

    ResponderEliminar
  12. Vivan los distintos, que diría JR Jiménez. La ideología igualitarista neomaoísta que ahoga la enseñanza, se extiende a la sociedad, como tú dices, y le hace a uno sentirse incómodo con su propia modestia. Si se llega al extremo de confundir vanidad y orgullo...
    Un abrazo, Aurora.

    ResponderEliminar
  13. No sé qué pensar, de verdad, es un tema peliaguado. Por un lado, yo admiro a la gente que se lo curra, que ha estudiado, trabajado, que ha tenido una idea, que se ha superado a sí misma. Yo a esa gente la admiro abiertamente y la aplaudo y me alegro que le vaya bien. ¡Hay que fomentar la excelencia y uno de los males actuales es que lejos de fomentarla la pisoteamos y nos burlamos de ella!

    Pero por otro lado no me parece justo que mucha gente llegue arriba o encuentre más puertas abiertas por el simple hecho de ser guapo, o ser alto, que son cosas que, en realidad, no tienen ningún mérito. Y no lo digo porque yo no sea alto y guapo, que lo soy, pero es que no me parece que las cosas están bien montadas cuando se da tanta importancia a la belleza por encima del mérito.

    Pero digo esto y luego bien es verdad que me quedo embelesado ante la gente con una gran inteligencia, o ante Usain Bolt y otros fenómenos de la naturaleza, y aplaudo y hasta me emociono cuando bate el record mundial. Son gente con un don natural, que lo han sabido explotar, y celebro que les vaya bien, ya lo creo.

    En suma, que yo admiro la excelencia por la constancia (y creo que la mayoría también, no creo sinceramente que éste sea un país de envidiosos, aquí también se admira mucho y con mucho fervor, cada quien tiene sus iconos y sus ídolos, lo que no puede ser es que se admire "todo"), admiro la excelencia por la inteligencia e incluso por el músculo, pero no respeto demasiado la excelencia por la simple guapura. Porque creo, sinceramente, que esa excelencia no es respetable.

    ResponderEliminar
  14. También choca que nadie se reconozca envidioso, ¿no?

    ResponderEliminar
  15. ... porque reconocer que sientes envidia es tambien en cierta manera reconocer las propias carencias... :)

    Esta entrada no es para tanto, psssss...

    que nooooooooo.... era broma! Me ha gustado mucho,

    Un beso,

    Irene

    ResponderEliminar
  16. Perdonen, señoras y caballeros, he estado de viaje y totalmente desconectada hasta hoy.

    Viva Sevilla y Ronda, lo he pasado genial y vengo renovada (y pasada por agua y con catarro)

    Jesús,ya te dije por correo que Tersites me caía fatal, fuera lo que fuera que hubiera hecho Aquiles, no puedo con el cotilleo, no me interesa nada, ni el de revistas ni el de nada. Nada que no venga de la boca del propio o propia. Mal comentar la jugada de otro sea buena o mala, esa cháchara de quien no tiene suficiente con su vida y seguir adelante.

    Olga, la sonrisa que no es sonrisa se nota, hasta cuando no la ves ;-), hasta la escrita o por teléfono o imaginada...

    Sue, yo lo creo así, aunque la envidia es humana, pero el pecado capital español, como escribía creo que era Fernando Díaz Plaja (no me acuerdo ahora bien del apellido, era el hermano del acadmémico), es la envidia. Lo explico hoy en la entrada por qué creo que es así...

    Elena, estoy de acuerdo, aunque no se pueda generalizar es envidiable de los yanquis ;-) el tema de los equipos en el ámbito académico. Por lo que sé yo aquí, por lo que he visto personalmente y por amigos, son difíciles los equipos y gente que deje crecer a gente a su lado... porque el cátedro a menudo es envidioso del que despunta, más allá de las guerras personales o ideológicas (estas últimas son a menudo una simple pantalla) Y en empresas a menudo lo mismo, en vez de rodearte de los mejores quieres gente que no te haga sombra por si acaso... Y en otros lados, no digamos entre escritores, me dicen que es peor, que Jardiel Poncela cada vez que tenía éxito de público y crítica decía que tenía un dolor espantoso...;-) en el hígado o así...Eso es envidia, se llama envidia, es envidia disfrazada de cosas variadas.

    José Miguel, ya hablaremos de esto con una copa, espero que vaya todo bien por Cádiz. Y sí, el otro día oí decir a Loquillo que había que ser orgulloso al intentar hacer algo como cantar, escribir, etc. Que hacía falta un cierto orgullo precisamente por la inseguridad que conlleva hacerlo, arriesgando. Otra cosa era luego tener la humildad de saber que hay gente que no le gusta y aceptarlo. Pero en el "acto" de estar componiendo él decía que había que ir sobrado precisamente por las dudas que se tienen siempre... Ya lo hablaremos espero...,

    ResponderEliminar
  17. Miguel, qué envidia me das, la guapura es un don envidiable ;-), ya me gustaría ser alta y guapa como tú ;-), ejem. Haber trabajado en televisión y en moda da una visión de las "guapas" (que "además" pueden ser listísimas, y encima encantadoras, hay gente así) pacífica, digámoslo de este modo. Para determinados trabajos "hay" que ser guapa, o dar bien en cámara, y no pasa absolutamente nada... Otra cosa es que el ser guapa se exija para otras profesiones o lo que tú comentas, claro. Hoy damos importancia excesiva al exterior en todos los sentidos, a la imagen, que es algo exterior que ni siquiera es el cuerpo. Es largo esto de explicar , otro día lo escribo. Son dos cosas distintas, imagen y cuerpo, belleza y otras cosas, voy a seguir pensándolo...

    Creo en el mérito en el trabajo, en eso digamos que soy protestante ;-) o anglo, un rollazo. Creo que las personas deben ser reconocidas por su trabajo, por su dedicación, etc. Y que no debe ser lo mismo trabajar que no trabajar, dar un resultado u otro... Aunque claro, una cosa es el esfuerzo y otra los resultados, ahora que caigo... Por otro lado, creo en el don, y en el regalo, en muchos regalos, y que a veces te "tocan" cosas que no has hecho nada por ellas, y te tocan, como te tocan cosas malas que tampoco "mereces" y a otras personas otras, buenas y malas, sin hacer nada por ellas realmente.

    Y luego no creo en la justicia o digamos que no creo por encima de todo o que es lo más importante o que es siempre posible.... A ver si lo explico: o sea, el mundo es injusto per se. Por supuesto creo que debemos hacerlo un poco más justo en muchos sentidos. Pero tengo un terror innato -a mí misma- a muchos justicieros que bajo la apariencia de hacer justicia por "el bien" o "la verdad" hacen barbaridades. Detrás de algunos justicieros, de mucha justiciera -me incluyo, por desgracia- hay tela que cortar. Por ejemplo, detrás de gente aparentemente bienintencionada contando las verdades de algunas personas, no vaya a ser que no nos enteremos y apreciemos (equivocadamente) a alguien sin darnos cuenta de lo que hay, hay alguien que no le interesa "tanto" la justicia o la verdad como podría creerse. Puede haber celillos, puede darse, me parece, a mí me pasa...Por eso cuando tenemos celillos contamos las cosas malas de los demás que vemos perfectamente habitualmente todos a poco que tengas ojos en la cara. Y cabeza. Los celos mueven a desprestigiar o intentarlo o minimizar ... cuando alguien cae bien, o tiene éxito, o es querido por alguien o por muchos. Pasa. Y son los celos, no es el afán de verdad ni de justicia a menudo que son una mera pantalla. Las ganas de j, las de fastidiar, están movidas por los celos vestidos de afán de "¿No os dais cuenta de que....?"

    ResponderEliminar
  18. Lolo: personalemtne envidio muchas cosas, situaciones, virtudes, dones, en fin, no es muy larga la lista pero existe, siempre está presente. Y lo sabes bien ;-), lo repito muchas veces, otra cosa es quejarse, que me espanta. Pero una cosa es envidiar de querer o desear cosas que no te han tocado o que no se te logran... y otra es querer machacar a quien las tiene, o disminuir la importancia de tenerlas o de la persona que las tiene, quitarle el mérito o el don recibido, el regalo, o el resultado, es igual, me es igual. El deseo de tener lo que tiene otro lo tengo yo, tú, el otro y aquel.... De eso va la segunda entrada. Del deseo, de que su negación es una de las causa de la peor envidia. Desear es más sano que tapar el deseo, otra cosa es dejarse llevar por el deseo de... ser buen escritor, que te quieran, ganar más dinero, ser más amable, poder publicar, que te lea mucha gente, etc.etc. A ver si lo digo mejor en la entrada.

    Irene, ahí voy: es eso, es eso, las carencias, la desnudez, que no pasa nada, ese es el tema. Todo el mundo tiene necesidades y quiere cosas, desea lo que no tiene, aunque tenga mucho, ve que la falta algo... Y no pasa nada reconocerlo y desear, no sé, creo ¿no? Yo deseo hablar un mejor inglés como el de algunos alumnos míos que no son anglos, ay ;-), para dar mejor clases y porque mola un montón además y es una chulada. Es un ejemplo ;-)

    ResponderEliminar