martes, 5 de mayo de 2009

Talla



Que vale, que sí. Que todos somos capaces de las cosas más buenas y de las peores, lo sé.

Que vale, que por supuesto. En todo ser humano anida lo mejor y lo peor, y dependiendo del ambiente, de la educación, de la presión, de la libertad también, de la Gracia y hasta de la gracia y mil cosas más podemos ser geniales, malvados, buenísimos, tontísimos y todo a la vez o por temporadas o minutos, según se tercie.

En general todos tenemos días de bien y luz, más bien minutos, y días de mal y torpeza, a veces horas.

Todo junto en el mismo segundo, en el mismo instante a veces, en la vida también, lo sé.

Pero también es cierto que por no sé qué extraña conjunción de factores, de méritos, de libertad, de trayectoria o de todo lo contrario o lo que sea hay gente de talla y que la da a veces de modo impresionante.

Ayer lo supe una vez más.

Ni compañía ni leches, con perdón. Hace falta ser ingenua y lela.

Una vez más hay personas que te sorprenden y eso que ya las conocías.

Creías que las conocías, pero no: son todavía más grandes. Son impresionantes.

Paciencia, aceptación, categoría humana, personal, de quien sufre y lo lleva así.

Como para querer quedarse un poco más, no por nada, por aprender un poquito, a ver si se pega algo.

Hay hombres mejores que otros.
Hay mujeres mejores que otras.
Hay personas excepcionales.

Tengo la suerte de conocer a alguno y a alguna.

Con peso específico, con un par, de verdad.

Hay hombres, hay mujeres.

Cuando tanta frivolidad se respira, tanta ligereza y estupidez, infantilismo, eternos adolescentes o simple mezquindad, ver cómo se enfrenta alguien a lo realmente importante y decisivo y de una pieza es no sólo conmovedor, sino, con todo, muy esperanzador.

Ni acompañar unos minutos ni nada, a aprender.

Sobran las palabras, cualquier palabra cuando habla o calla quien sufre.

Las mías, desde luego, las primeras que sobran, lo sé.

Descalza y callada hay que entrar en algunas casas.