Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

sábado, 3 de septiembre de 2022

Levantar la casa

Son curiosas las expresiones que utilizamos. Levantar la casa, por ejemplo. Puede querer decir edificarla, pero también vaciarla de un modo rotundo. 

Esa relación especial que establecemos con la casa donde vivimos muestra uno de los aspectos más dolorosos cuando tenemos que levantarla, vaciarla, y no para mudarse. 

Las mudanzas tienen mucho de ansiedad, pero a menudo también de esperanza: la vida, qué cosa, resulta ser trasladable en parte de su "estructura" a otro lugar. En cambio, levantar la casa tiene algo de extinción, de liquidación, de corte rotundo, una tristeza honda y a veces inconsolable. 

Así ocurre cuando vendes la casa de tus padres. A veces, con suerte, puede quedársela un familiar. Y aunque a menudo habrá que vaciarla y repartir los muebles en su caso, al menos sabes que ese espacio seguirá perteneciendo a alguien que lo amó, que lo ama. Y tú podrás volver a él de vez en cuando. Tienes así una sensación de continuidad, un ancla arquitectónica, que es al fin y al cabo un ancla vital. No hay ese hachazo de levantar la casa. 

Una amiga que estuvo este verano en nuestra casa estaba en el trance de reparto de muebles o de ponerlos en venta antes de que su hermano se estableciera en la casa de sus padres, ambos fallecidos. Hablamos de la suerte de que alguien de la familia pudiera vivir en ese espacio. También de los muebles, movibles, que uno quisiera, ay, ver preferiblemente desperdigados en la casa de alguien conocido antes de poner la foto en un portal de segunda mano o tener que emprender las gestiones con alguna casa de subastas si son de cierto rango. 

Hablo con otra amiga que tuvo que levantar su casa y repartir muebles en varios sitios, una suerte de diáspora, antes de venirse al otro lado del charco, a España. Van a ver un piso nuevo estos días. Y está lógicamente ilusionada por la posibilidad de poder amueblarla esta vez a su gusto. Ha vivido en un piso de alquiler amueblado. Iremos a Astudillo a buscar telas. Le cuento las maravillas de esa tienda en la plaza. 

Poner una casa, qué alegría, es justo lo contrario que levantar una casa. Deberíamos tener siempre una casa que poner, da igual que no sea la propia, tener a alguien cercano que nos cuente sus planes para el cuarto de estar o si va a cambiar o no esa estantería, poder imaginar con alguien cómo quedará esto o aquello, si conviene o no cambiar esa mesa de lugar. Nunca se acaba de poner una casa. 

Ese pasillo largo, largo, de la casa en la película La familia de Ettore Scola. Esos garabatos a lápiz en un marco de una puerta señalando las alturas de los niños. O ese pequeño hueco que sólo tú conoces y donde te quedabas sentado mirando a las musarañas. La tapicería de toile de jouy verde con dibujos pastoriles donde te apoyabas para que te pinchara el practicante. 

¿Mudanza? Un nuevo párrafo. 

¿Levantar una casa? Cierras capítulo, quizás libro, y tienes que colocarlo en un estante. Y a veces no le encuentras sitio. 

¿Poner una casa? Estado mental envidiable.








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